LA MANO DEL TUNCO

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Por José Díaz Madrigal

El día de ayer 15 de abril, se cumplieron 108 años de la humillante derrota que le acomodaron a Pancho Villa por parte de las fuerzas carrancistas al mando de Álvaro Obregón, en la célebre batalla de Celaya. Ésta fue el principio del fin de la famosa División del Norte.Dentro de la segunda fase de la Revolución Mexicana, que dió inicio después de que el traidor Victoriano Huerta, cobardemente mandó asesinar a Francisco I Madero y, luego se autoproclamó presidente de México; distintos personajes sobre todo del norte del país se levantaron en armas para derrocar al usurpador, cosa que lograron después de más de un año de constantes enfrentamientos entre huertistas y rebeldes.Una vez triunfantes, las distintas facciones de revolucionarios acordaron celebrar la Convención de Aguascalientes en 1914. Por votación de los numerosos delegados que asistieron a la capital hidrocalida, democráticamente salió electo para presidente de la República el coahuilense Eulalio Gutierrez. Conforme a lo previsto en la Convención, se le pidió a Villa que entregara el mando de su tropa al nuevo gobierno; mientras Carranza ni siquiera reconoció los resultados que surgieron de Aguascalientes. Del mismo modo Obregón que apoyó al principio con su firma plasmada en una bandera nacional, avalando el acuerdo; sin embargo más tarde se rajó y se largó a seguir a Carranza.Por otro lado Eulalio tratando de consolidar su gobernanza, buscó atraer a Villa -que se había negado a entregar el mando- para su causa y nombró a un villista como ministro de Guerra. Pero a Villa atrabiliario como era, le valió madre. En lugar de acatar las órdenes del nuevo presidente o del Secretario de Guerra, hacía lo que le venía en gana; terminando por sofocar al primer gobierno legítimo del siglo pasado, obligando a éste a salir de la ciudad de México. Caro iba a pagar Pancho Villa su deslealtad a un gobierno auténtico.Los gringos que en todo están, viendo que Villa era más malvado que Carranza, optaron por secundar al menos malo; que fue éste último, abasteciendolo con suficientes y eficaces pertrechos de guerra para enfrentar al Centauro del Norte. Entre tanto a Villa le hicieron una gachada, le vendieron armas y parque defectuoso  haciendo estragos en las filas villistas.Más temprano que tarde se tenía que dar el encontronazo entre los dos poderosos ejércitos. Villa tenía el doble de soldados que Obregón. A principios del mes de Abril de 1915 se libraron los primeros combates, pero la pelea decisiva se desarrolló entre el 13 y 15 de ese mes.Obregón con un buen plan se atrincheró en Celaya y esperó el ataque del impetuoso Villa, tal como el sonorense lo tenía pensado. Villa fiel a su estilo atrabancado, enviaba oleadas de caballería que eran barridas por las bien posicionadas ametralladoras obregonistas, motivo por el cual en ese enfrentamiento a los villistas les costó casi 2000 muertos, entre tanto Obregón perdió alrededor de 500 soldados.El día que Villa sufra una derrota en el grueso de su ejército, se acabará la División del Norte, había dicho el general villista Felipe Ángeles. Luego de perder en Celaya; Obregón fue desalojando de villistas a Salamanca, Irapuato y León. Éstos hechos se prolongaron durante 50 días, los más largos y mortíferos de la Revolución.El 3 de Junio de 1915, en la Hacienda de Santa  Ana del Conde en la periferia de León Guanajuto, al revisar junto a su equipo la ubicación de unos fusileros, los villistas aventaron una granada y Obregón perdió la mano derecha.Años más tarde siendo ya presidente, Obregón comentaba en tono de broma y sin nadita de aflicción: ¿conocen como encontraron la mano que me falta? Saben ustedes que soy algo ladrón, aquí todos somos un poco ladrones. Luego de curarme la herida, mis gentes se ocuparon de buscar la mano por el suelo, sin lograr encontrarla.Yo la hallaré, dijo uno de mis ayudantes que me conoce bastante bien; tengo un medio seguro para que salga de su escondite. Diciendo eso sacó de su bolsillo un Centenario de Oro, después que  lo levantó sobre su cabeza, inmediatamente salió de un rincón una especie de pajarraco tomando vuelo. Era mi mano, que al sentir  la cercanía de la radiante moneda, se abalanzó para agarrarla; con el resto de brazo que me quedó, por instinto, en automático yo solo levanté el tunco.