TONALTEPETL

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Por: Gustavo López Solórzano

Dos de mis tíos se fueron de casa siendo muy jóvenes, de espíritu inquieto y aventurero, en su época eran pocas las oportunidades si no se tenía apoyo o se disponía de una buena economía. Ser sacerdote o profesor no les motivó y entonces emprendieron una aventura maravillosa surcando los mares de nuestro México y de otros países, se alistaron orgullosamente en la armada y se alejaron de su tierra natal para perderse casi para siempre. Con el sentimiento natural de la distancia, escribieron durante un tiempo, después poco o nada se supo de ellos. Mi abuela sufría en silencio la pena natural de los hijos ausentes y el tiempo se le vino encima.

Más o menos allá por 1985, gracias a unas amigas de aquí de Colima, mis hermanas conocieron a una familia que vivía en una ciudad y puerto fuera de nuestro estado, pronto se establecieron lazos de amistad y no solo eso, sino que a invitación personal estuvieron de visita en casa de esa noble familia y la amistad floreció. Don Julio era un hombre bueno en toda la extensión de la palabra, buen compañero y padre de familia; tuve oportunidad de tratarlo personalmente, un día nos dio la mejor sorpresa-regalo que una madre y una familia pueden recibir, el regreso del “hijo prodigo”. Resulta que al conocer el lugar de origen de la nueva familia amiga, mi abuela de inmediato les dijo a mis hermanas, ¿por qué no le preguntan que si conoce a tu tío? “ay abue, como cree, sabe Dios donde ande”, respondió fríamente una de mis hermanas, seguramente para no albergar una falsa expectativa y con ello, evitarle dolor emocional a mi abuela.

Don Julio pidió una foto de mi tío para conocerlo y saber por dónde empezaría su amable y fructífera búsqueda. Como toda familia, en casa se conservaban algunas fotos dedicadas de puño y letra de mis tíos y de inmediato mandaron la que correspondía al tío que se suponía, vivía en ese lugar. La inquietante espera se convirtió en una eternidad de varios meses, que incluso trajo cierta frustración y desanimo por el tiempo transcurrido. Una mañana el teléfono de casa repiqueteó con un sonido distinto, al otro lado del auricular la voz costeña de Don Julio, se escuchó amablemente feliz, “ya encontré a sus hermano” le dijo a mi madre, “y no me va a creer”, agregó, vive al otro lado de donde trabajo. Más tarde conoceríamos la historia completa, eran buenos vecinos, todos los días se saludaban con el clásico buenos días, buenas tardes, sin imaginar lo que el bendito destino tenía preparado para ellos.

Para Don Julio mi tío era Don Chuy, no Jesús, su nombre completo; así que conociendo la noticia me fui por él, y le dije, tío, vine a conocerlo y a llevarlo para Colima, mi abuela y todos los de allá quieren verlo. Después de andar por años de puerto en puerto y enfrentarse a momentos difíciles por los vendavales, mi tío ya no se sentía motivado para “cruzar el charquito”. Sin embargo, con un poco de insistencia accedió de buena gana y piso de nueva cuenta tierras colimotas. El resto usted se lo podrá imaginar apreciado lector (a), una verdadera fiesta sin duda.

 

ABUELITAS:

Cuando niño, observar el desfile deportivo militar del 20 de noviembre era un momento de gran emoción principalmente por el paso de los soldados. La marcialidad, el uniforme y ese halo de confianza y admiración que la gente depositaba en ellos, producto de sus acciones en beneficio de la población, construían la atmosfera perfecta para esperar su participación. Con algunas lamentables excepciones, el ejército mexicano ha sido orgullo de nuestra sociedad, hoy las puertas del misterio se han abierto para que la población asista, conozca, conviva, e incluso pueda portar el honroso uniforme y aditamentos complementarios que usan en el caso de Colima, los elementos de la Vigésima Zona Militar. Lo anterior forma parte de un programa para conocer el lado humano de los miembros de la milicia y sus diferentes acciones en bien de la sociedad. Es cuánto.