TAREA PÚBLICA

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MÉXICO SE MUEVE

Por: Carlos Orozco Galeana

Cuando el PRI recuperó la presidencia de la república, varios sectores del país apostaron a que el nuevo régimen  asumiría la obligación de iniciar una etapa de transformaciones que no se hicieron del 2000 al 2012 por  falta de capacidad política. Y acertaron. Esta comprensión se ratificó luego en la votación del 2012, cuando los mexicanos eligieron en libertad a Enrique Peña Nieto, ocasión en que muchos nos preguntamos si el mexiquense cumpliría con sus compromisos específicos de campaña.  

Contrariamente a sus dos antecesores, que se la pasaron riñendo con el Pri y el Prd,  el nuevo presidente  tomó el toro por los cuernos, apostó por “mover a México” y hoy son varios los campos que se han modificado para mover la economía, la política, la educación, el campo, la energía,  las telecomunicaciones y la seguridad con el descabezamiento de dos carteles. Para esto tuvo que hacer una ingeniería espectacular frente a los partidos opositores, cuyo entorno contestatario, de escasa cooperación en  el  pasado,  impidió establecer agendas que transformasen la realidad social. 

Aún a costa de pagar costos altos, EPN se atrevió a implementar ese conjunto de reformas y por ello es reconocido internacionalmente. Crece la confianza en el país (Moody´s le otorgó recién una calificación alta significando la confianza que hay por las reformas) y de seguro las inversiones se incrementarán una vez que se publiquen las leyes secundarias en los distintos sectores. Con Peña, se advierte, México se está moviendo, pero las mejoras no serán de la noche a la mañana.

Se trata de que el país vea hacia adelante, que compita y venza inercias que nos mantienen  paralizados. Algunas voces dicen que México  está muy bien, que no hay de qué preocuparse, pero lo cierto es que    hay que ver las cosas con buena dosis de humildad, tal como se debe,  y reconocer que estamos anclados y compitiendo con otros países en desventaja. Los que  han dirigido al país, deben ser  auto  críticos y reconocer cuando han fracasado, porque a los mexicanos nos estorban los presidentes y a clase política que le rodea porque se oculta la realidad. 

El mundo está viendo que México está venciendo sus fantasmas. El conjunto de reformas  dan la pauta de que  quiere recuperarse el tiempo perdido, pero es vital la continuidad  en la cooperación de todas las fuerzas políticas, cuyo interés tradicional es rezar nada más para su santo. El progreso de México debe remover las estructuras mentales de muchos mexicanos que están en las cámaras legislativas y en los gobiernos y no usan la inteligencia para abrir caminos de entendimiento sino para hacer difíciles los cambios o,  en el peor de los casos, para medrar en el poder sin reconocer  responsabilidades. Esto sí   que nos perjudica.  Lo deseable es que México se mueva y se transforme en una nación donde el gobierno vea especialmente por los más pobres y no solo en favor de los sectores poderosos que solo buscan  sacar más ventaja con sus acciones. Hay oportunidad de hacerlo en la elaboración de las leyes secundarias.

La lucha ha de ser contra la desigualdad, la impunidad y la corrupción pues se agusana la vida pública y se trasmite a las generaciones presentes y futuras una cultura de desdén por su país y la decepción por no construir un país más democrático y con igualdad de oportunidades.

Esa lucha debe iniciar desde los escritorios de los que guían a la nación y toman decisiones. No puede permitirse más el enriquecimiento de unos pocos y la pobreza creciente de tantos. La sociedad ha de ejercer una presión constante para que así sea, para que los compromisos de sus representantes en temporadas electorales no se salgan del carril de las obligaciones y  hagan por México y sus comunidades.

Para que México se mueva con justicia, se requieren políticas genuinamente revolucionarias, cambios que cancelen el saqueo de capitalistas cuya ambición es ilimitada y sólo ven por sus negocios. El gobierno mexicano debe entender que su misión es por la justicia con paz, con misericordia, que es la expresión más acabada de humanidad.