Con Dios o con el Diablo

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    Ambas, sin embargo, han demostrado hasta donde los intereses materiales predominan sobre los principios morales y religiosos. Mas allá de decirle a los cubanos que “no tengan miedo”, ni el Papa ni el Cardenal confrontaron a la tiranía para exigirle que pusiera fin a sus políticas de aborto al por mayor, exclusión de los católicos de las universidades y centros de alta enseñanza, desgarramiento de las familias enviando a los menores a trabajos alejados de sus hogares, trabajo esclavo de ciudadanos de todas las edades, hacinamiento y tortura en sus infiernos carcelarios, condenas a prisión por el sólo delito de disentir de la línea oficial o bajo descabelladas figuras delictivas como la “peligrosidad pre-delictiva” y la privación a los ciudadanos de su derecho a entrar y salir del país según sus deseos o necesidades.

    Todo esto equivale a que la Isla de Cuba sea la única cárcel en el mundo con 12 millones de reclusos. Y todo ello bajo la mirada indiferente de una Santa Sede que decidió que era demasiado riesgoso para sus intereses materiales proteger a sus ovejas de los lobos feroces de los hermanos Castro y su manada de depredadores y verdugos. Sin dudas, la avaricia triunfó sobre la misión pastoral y social de la Iglesia.

    Quienes nunca tuvieron miedo, sin que se lo dijeran el Papa ni el Cardenal, fueron aquellos hermosos jóvenes iluminados por los ideales del amor a la libertad y a nuestro Señor Jesucristo que se enfrentaron a las balas de los pelotones de fusilamiento al grito de “Viva Cristo Rey”. Todo cubano bien nacido tiene que sentir todavía vibrante en sus oídos los gritos valientes y generosos de Virgilio Campanería, Alberto Tapia Ruano, Manuel Guillot, Porfirio Remberto Ramírez, Pedro Luís Boitel, Plinio Prieto y tantos otros que dieron la vida por amor a Cristo y por amor a Cuba. Escribimos sus nombres para que, en estos tiempos en que han cambiado los actores y los métodos, nadie se olvide de que este proceso tuvo en sus comienzos un caudaloso bautismo de heroísmo y de sangre. Aquellos  católicos ejemplares fueron mas representativos de nuestra Iglesia que todos los taimados estrategas de la Curia Romana y sus representantes en la jerarquía católica cubana. Una Iglesia donde esa jerarquía pide ostentosamente por la salud del tirano mayor pero celebra muy en privado cualquier misa por un preso político; si es que se atreve a celebrarla algún curita de pueblo sin el permiso de su asustado obispo.

    Pero, como no quiero desviarme del principal motivo para este artículo, pasemos revista a la conferencia de prensa conjunta ofrecida el lunes 25 de febrero por el Cardenal Bertone y el energúmeno de Pérez Bruto. En medio de sonrisas furtivas y miradas de entendimiento recíproco entre el prelado y el talibán ignorante, el Cardenal declaró el deseo del Vaticano de cooperar con el gobierno comunista en la búsqueda de un mayor bienestar para el pueblo cubano. Entonces fue mas específico y agregó que la Santa Sede deseaba que la Iglesia Cubana tuviera acceso a los medios de comunicación masiva, se le diera permiso tanto para impartir educación religiosa como para construir nuevos templos y se diera acceso a los sacerdotes a las prisiones.

    Hasta ahí las cosas iban mas o menos bien. Pero  llegó el momento infortunado de las preguntas de los representantes de la prensa internacional que para Bertone y Pérez Bruto tienen que haber resultado bastante impertinentes. Cuando le preguntaron si estaba pidiendo una amnistía, Bertone se apresuró a decir que NO y que sólo se refería a ciertos pasos de mejoramiento progresivo en las condiciones carcelarias. Estamos casi seguros de que, detrás de su sonrisa amplia y jovial, su mente le estaba diciendo “que importa que unos cuantos infelices sufran injusticia siempre que la Madre Iglesia mantenga su influencia y sus privilegios”. Pero estoy totalmente seguro de que si le preguntamos la razón para esta posición detestable y cobarde nos diría que “está basada en aceptar el mal menor para servir el bien mayor de predicar el evangelio entre el resto del pueblo de Cuba”. Algo así como “el fín justifica los medios” de quienes ya sabemos que han avasallado y asesinado a gran parte de la humanidad.

    Surgió entonces una pregunta sobre el manido tema del embargo económico de los Estados Unidos contra la tiranía comunista. Como era de esperar, Bertone expresó su oposición al embargo. Una posición lógica para cualquier institución religiosa y que además disfruta de aceptación por una cantidad considerable de los  países del mundo. Pero lo que resulta inaceptable y dio motivo a este artículo fue la utilización por Bertone de los términos “bloqueo económico”. Porque a este personaje se le podrá acusar de hipócrita, de fariseo o de mal intencionado pero jamás de ignorante. La Secretaría de Estado del Vaticano no se logra por lealtad ciega como en el caso de Pérez Bruto en Cuba sino por demostrada capacidad intelectual y por un amplio conocimiento de los vericuetos de la alta diplomacia internacional. Bertone sabía muy bien lo que decía cuando seleccionó la palabra “bloqueo” para referirse al embargo. Pero ese era el momento oportuno para congraciarse con los tiranos y lo aprovechó a cabalidad aunque con ello hiriera la sensibilidad y castrara las esperanzas de millones de católicos cubanos.

    La pregunta que si viene al caso es: ¿Qué habría pasado si Bertone hubiera dicho en medio de la conferencia de prensa y para que todo el mundo lo oyera “si estamos pidiendo una amnistía para todos los presos políticos y de conciencia”?.  ¿Qué habría pasado si Bertone hubiera dicho que quería visitar a Normando Hernández, a Victor Rolando Arroyo, a Héctor Maseda, a Guido Sigler Amaya, a Oscar Elías Biscet, a Arturo Pérez de Alejo, a Pablo Pacheco y a tantos otros con los mismos méritos pero cuya lista se haría demasiado larga.?.¿ Lo habrían enviado a la cárcel o por lo menos lo habrían expulsado del país?. Cualquiera de los menos dotados entre la multiplicidad de analistas políticos que nos gastamos sabe que los Castro no están  en posición en estos momentos de pelearse con mucha gente y mucho menos con la Santa Sede. Así como los cubanos de a pié resuelven su problema día por día, estos verdugos se levantan cada mañana con la única meta de llegar a la noche como carceleros de su pueblo. Saben que les queda poco y, por lo tanto, ni mueven ficha ni se atreven a mover el tablero. Es casi seguro que no le habrían permitido visitar a los presos pero estos héroes olvidados habrían respirado una buena dosis de oxígeno de satisfacción y esperanza al saber que una personalidad de tal relevancia se solidarizaba con la causa de nuestra libertad.

    Pero a pesar de toda la indiferencia, el abandono y hasta la traición los católicos cubanos sabemos por qué luchamos y con quien estamos. Con ayuda o sin ella, luchamos por la libertad de Cuba y estamos con Cristo y con sus ovejas cubanas hambrientas del pan de la libertad y del vino de la justicia. Son ellos, los estrategas de la alta política vaticana y sus representantes entre la jerarquía eclesiástica cubana, quienes tienen que decidir si están con Dios o están con el Diablo. En este Vía Crucis de casi medio siglo, sus actuaciones los sitúan cada día mas lejos de Dios.