TONALTEPETL

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Por: Gustavo L. Solórzano

No heredamos la tierra de nuestros antepasados. La legamos a nuestros hijos. (Antoine de Saint-Exupéry)

Hablar de mi infancia es hablar de enseñanzas que de manera inmediata me remiten a mis padres y a mi abuela Lupe, ella fue una mujer firme y valiente. Era la época en que hablar de “entierros” representaban ánimas en pena, seres que habían dejado cuentas por saldar y que habiendo dejado bienes enterrados, no podían descansar hasta resolver su asunto terrenal. Mi abuela entonces, armada al más puro estilo de los “cazafantasmas”, se armaba hasta los dientes con vinagre, sal, limón y otros enseres, a fin de buscar los famosos enterramientos.

La mañana era esplendorosa, un cielo azul brillante que de vez en cuando era surcado por alguna nube blanca y esponjada, era el mejor presagio de un día bendecido. Tres personas escarbaban con fe y limpiando el sudor que empañaba su vista, se daban ánimo a sí mismos. El Colima de ayer (que me tocó vivir) estaba adornado por la magia de Torres Quintero y sus famosas historias sobre el Gentíl, la laguna de Alcuzahue y muchas más que me acompañaron. Naturalmente las historias de mi abuela estaban llenas de verdad y misterio.

Bajo el inclemente sol de las doce, la pala de aquellos buscadores produjo un sonido que no solo alertó a los acalorados personajes. Habían encontrado algo y eso los emocionó de tal manera que presurosos y sin importar el cansancio, continuaron hasta descubrir una caja metálica desgastada por el tiempo. Haciendo uso de sus manos terminaron de extraer el ansiado objeto, no sin extremar precauciones para evitar el golpe del azogue.

Pasadas las trece horas, con una cara de velorio, mi abuela y las otras dos personas descansaban bajo la sombra de un árbol. La desvencijada caja solo contenía tierra, tierra abundante e innecesaria.

Antes de caer la tarde por completo, los desalentados buscadores se despidieron en el punto de partida, regresaban a sus respectivas casas sumidos en su pensamiento. Cuando la envidia estaba presente podían suceder tres cosas, todo se volvía carbón, tierra o excremento. Algunos de los tres perdió la afectividad y el compañerismo, un sueño más se iba a la basura, adiós posibilidades de riqueza.

Por alguna razón mi abuela y otro de los acompañantes regresaron al día siguiente al mismo lugar, un presentimiento, la desconfianza, no lo sé. El lugar estaba visiblemente modificado en relación al día anterior, el pozo estaba más profundo y la caja embrocada, alguien había escarbado más y sin duda, encontró algo. El hombre faltante nunca más se dejó ver, después se sabría que había emigrado al norte con todo y familia, llevando consigo “solo lo necesario”.

ABUELITAS:

Duro trabajo para el equipo del Centro Estatal de Prevención Social (CEPS) que dirige Martha Patricia Victórica Alejandre. Quienes buscan atender a tres mil jóvenes con problemas de adicción, mediante acciones de rehabilitación y capacitación. Ésta es sin duda, una gran cruzada en la que la sociedad debe y puede intervenir, pues sin duda el bienestar de la niñez y la juventud nos competen a todos. Bien por ese esfuerzo en beneficio de nuestra sociedad, especialmente en un sector vulnerable. Es tiempo de construir. Es cuanto.