LECTURAS

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LOS GOBERNANTES DE SAVATER 

Por: Noé Guerra Pimentel

El miércoles 10 de febrero del 2010, hace ya cinco años, estuvo acá en Colima para recibir la Doctor Honoris Causa con la que lo distinguió nuestra máxima casa de estudios este lúcido y gentil hombre de ideas claras y frases profundas, Fernando Fernández-Savater Martín, Fernando Savater. Aquella ocasión tuve el privilegio de escucharlo y después saludarlo en el lugar del magno evento, el Teatro Universitario. Escenario donde acompañado por el Gobernador y las autoridades universitarias, entre otras reflexiones nos deleitó con un extraordinario soliloquio que se convirtió en una amena cátedra sobre la educación y el gobierno, el gobierno y la educación, pieza oratoria de la que hoy, dados los tiempos, me permito retomar con la esperanza de que algunas y algunos de los que pretenden cargos aprendan y retomen algo de esta ejemplar visión.

Dijo aquella vez el muy ilustre filósofo hispano: “Nuestras democracias tienen que educar en defensa propia. Si una democracia quiere sobrevivir, mejorar, generalizarse, necesita educación. Es un punto fundamental; no es optativo, no es que la educación sea una especie de adorno, de guirnalda que haya que colgar, sino un pilar fundamental para el funcionamiento de una democracia. Eso, nuestros abuelos griegos lo vieron de manera clara. Para ellos, democracia y educación estaban necesariamente unidas; no había una verdadera democracia sin educación.

Los griegos, como recuerdan ustedes, establecían una diferencia, una oposición con el mundo de los persas, que era el imperio con el cual se enfrentaban desde hacía mucho tiempo. Ellos aceptaban que en el mundo persa, en el gran imperio persa no hacía falta la educación. Había formación, es decir, un cierto amaestramiento de las personas. Se preparaba a la gente para una función determinada, que tenían que cumplir quisieran o no. Los que estaban destinados a la guerra eran adiestrados en el manejo del arco, de las armas o en montar a caballo, y los que iban a ser artesanos eran adiestrados en diversas artesanías. Estaba determinado de antemano lo que tenía que hacer cada cual, de modo que no había educación, había acomodo de cada uno a un alveolo social determinado, del cual no podía salir ni escapar.

Los griegos, en cambio, se gloriaban que ellos sí podían y necesitaban educar porque nadie sabía para qué servía un hombre. El hombre se inventaba a sí mismo, era él quien orientaba su propio camino. No se sabía de antemano si alguien iba a ser una persona que se dedicaría a tareas humildes o a tareas llenas de mérito; por lo tanto, había que educar a todo mundo. Mientras que en el imperio persa sólo mandaba uno, en la Atenas de Sócrates mandaban todos los ciudadanos, y como todos los ciudadanos mandaban, todos tenían que ser preparados para gobernar”.

Al abundar sobre la pertinencia de la educación para ser buenos gobernantes este español universal afirmó: “La educación va ligada al gobierno. Si todos somos gobernantes —y lo somos en una democracia—, entonces todos tenemos que ser educados para que el país, la sociedad, no falle. Aristóteles en su Política dice: antes de ser gobernante tendrás que haber sido gobernado; es decir, antes de llegar a ser ciudadano, y por tanto gobernante como todos los demás, tendrás que haber sido gobernado, tendrás que haber sido educado, porque la educación es la primera impronta, el primer sello social que sufrimos o gozamos cada uno de nosotros para llegar a ser ciudadanos en pleno derecho, y por tanto gobernantes.

Todos somos gobernantes; es decir, la educación en la democracia es siempre educación de príncipes, educación de aquellas personas en cuyas manos, en cuya responsabilidad estará la dirección de la nación. Los políticos no son seres de otro planeta que llegan por casualidad para destrozarnos la vida, sino personas que nosotros hemos elegido, que hemos mandado mandar. Por lo tanto, si lo hacen mal, peor lo hacemos nosotros que no los destituimos, que no ofrecemos alternativas, que no nos ofrecemos nosotros mismos para ocupar sus puestos si creemos que lo podemos hacer mejor que ellos. Todo esto no se puede improvisar”.

Este elocuente maestro de la palabra concluyó su digresión sentenciando: “No hay personas que hayan nacido para gobernar y otras para obedecer; todos hemos nacido para compartir las obligaciones del gobierno y también de la obediencia de las leyes. En contra de esa teoría de que unos han nacido para mandar y los demás tienen que obedecer, decía Thomas Jefferson que hay quien cree que algunos seres humanos nacen con una silla de montar en la espalda y otros con espuelas para subirse encima y gobernarlos. No es así. Es decir, nadie nace ni con espuelas para acicatear a los demás, ni con una silla de montar para que otros se les monten encima. En una democracia no es así, afortunadamente, y ése es uno de los temas que tenemos que reforzar en nuestra educación”.