Fallece a los 100 años el científico y filósofo Mario Bunge

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CN COLIMANOTICIAS

El científico y filósofo argentino Mario Bunge ha muerto esta noche en un hospital de Montreal, ciudad en la que residía desde 1966, según han confirmado a EL PAÍS fuentes cercanas a la familia. Bunge es uno de los científicos hispanohablantes más citados de la historia y acababa de cumplir 100 años el pasado septiembre. Ha publicado medio millar de artículos y más de un centenar de libros, y fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y Comunicación en 1982 por la influencia internacional de su filosofía. También recibió más de una veintena de doctorados honoris causa, además de cuatro profesorados honorarios en universidades europeas y americanas. La familia no realizará ningún tipo de ceremonia, como era deseo del propio Bunge.

Mario Bunge nació en el Gran Buenos Aires el 21 de septiembre de 1919. Fue profesor de Física Teórica y Filosofía, primero en la Universidad de La Plata y luego en la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad era profesor de lógica y metafísica en la Universidad McGill (en Montreal), donde impartía clase desde 1966. En 1938, con menos de 20 años, fue fundador y dirigente de la Universidad Obrera Argentina, que llegó a tener más de 3.000 estudiantes antes de ser clausurada por el peronismo en 1943. Bunge, que dominaba el inglés, el francés y el alemán, también dio clases en decenas de universidades americanas y europeas. Durante toda su carrera fue especialmente conocido por su lucha incansable contra las pseudociencias.

Su libro más conocido es La ciencia, su método y su filosofía, publicado en 1960, en el que explica las bases del método científico, pero ha escrito docenas de libros más sobre filosofía de la ciencia y epistemología, y también sobre física teórica, psicología, matemáticas y ontología, entre ellos los ocho volúmenes de su Tratado de filosofía básica

Bunge conversó con EL PAÍS el año pasado, con motivo de su 100 cumpleaños. “La política internacional me parece un desastre y los populismos de derecha son alarmantes”, decía. También reflexionaba sobre el valor de la ciencia y la importancia que tiene realizar inversiones sostenidas en ella. “No sabemos medir la velocidad de la ciencia, pero lo que sí sabemos es que los recortes a los gastos científicos equivalen a recortes del cerebro y benefician solo a los políticos que medran con la ignorancia”. Además, se mostraba especialmente preocupado por el estado de la filosofía: “La filosofía está pasando por un mal trance, porque no hay pensamiento original, casi todos los profesores de filosofía lo que hacen es comentar a los filósofos del pasado, no abordan problemas nuevos, como el de los problemas inversos”.

Una de sus batallas constantes, por las que seguía escribiendo libros y dando entrevistas, era la lucha contra la pseudociencia. En un texto publicado en EL PAÍS en 2017 alertaba contra “el pseudocientificismo”, que consiste en “presentar pseudociencias como si fuesen ciencias auténticas porque exhiben algunos de los atributos de la ciencia, en particular el uso conspicuo de símbolos matemáticos, aunque carecen de sus propiedades esenciales, en especial la compatibilidad con el conocimiento anterior y la contrastabilidad empírica”.

Bunge fue maestro e inspiración de toda una generación de científicos hispanohablantes. Con motivo de su 100 cumpleaños, el neurocientífico Ignacio Morgado lo celebraba así: “Trabajador infatigable y diligente, en su retiro canadiense, Mario Bunge sigue ocupándose actualmente de temas de ciencia, filosofía política y filosofía y sociedad”. Morgado recuerda al teléfono que se escribía prácticamente cada día con Bunge, hasta que hace dos o tres días, el filósofo dejó de responder. “La humanidad del profesor Bunge”, escribía Morgado con motivo de su 100 aniversario, “se refleja no solo en su ideología social, en la dimensión moral de su pensamiento y en sus reivindicaciones de la justicia, la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, la democracia económica y la racionalidad, sino también en situaciones especiales de su vida académica, como cuando se culpabilizó a sí mismo, públicamente, por creer que había sido poco solidario con la doctora Justine Sergent, una competente, laboriosa, bien parecida y posiblemente envidiada, neuropsicóloga del famoso Instituto Neurológico de Montreal, que acabó suicidándose a los 42 años, al igual que su marido, al no ser capaz de resistir la humillación y la presión social que tuvo que afrontar tras ser acusada de haber violado el código deontológico de su profesión”.

Morgado y el filósofo Avelino Muleiro recuerdan así a Bunge en un artículo enviado este martes a EL PAÍS con motivo de su muerte: “Ha estado trabajando como profesor emérito hasta casi el final de sus días y creemos acertado decir que cuanto más ha profundizado en la naturaleza humana más ha querido acoplar ese conocimiento a la bondad y a la lucha por construir un mundo mejor, lejos de guerras e injusticias”. “De él hemos aprendido que la adopción universal de una actitud científica puede hacernos más sabios y más cautos en la recepción de información, en la admisión de creencias y en la formulación de previsiones; más exigentes en la contrastación de nuestras opiniones y más tolerantes con las de los otros; más dispuestos a inquirir libremente acerca de nuestras posibilidades y a eliminar mitos consagrados que solo son mitos”, dice Morgado.

Bunge estaba casado con la matemática italiana Marta Cavallo y tenía cuatro hijos, todos ellos profesores universitarios (su hija Silvia es una reconocida neurocientífica), 10 nietos y otros tantos biznietos. En su entrevista con EL PAÍS reflexionaba sobre la longevidad: “Mientras residí en mi patria no imaginé que alcanzaría a cumplir un siglo, o siquiera a dormir una noche entera, porque allá la vida dependía de la policía. Aquí [en Canadá], donde no temo a los policíacos, no se piensa lúgubremente. Pero sabemos que la longevidad, aunque depende del estilo de vida, también depende de la suerte. Yo he tenido mucha buena suerte”.