CULTURALIA

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ENTRE CAMUS Y SAVATER 

Por: Noé Guerra

Luego de recibir el Doctor Honoris Causa otorgado por la Universidad de Colima “por su obra filosófica, literaria y periodística, así como por su lucha indeclinable a favor de la paz y la convivencia entre los seres humanos”, el reconocido pensador español y universal Fernando Savater habló sobre Libertad, valores y educación. Eso ocurrió el miércoles 10 de febrero de hace seis años, en acto celebrado en el Teatro Universitario. De esa intervención retraigo algunos conceptos imprescindibles, la primera parte en la que como aquí él habla sobre la educación, la presenté el sábado anterior, por igual hoy retomo, respetando en sus términos al muy ilustre pensador y destacado ponente.

La lucha de la educación es la lucha contra la fatalidad, dijo él, y continuó: El mes de enero pasado (2010) se cumplieron 50 años de la muerte en un accidente de Albert Camus, uno de los grandes escritores, mito y símbolo del siglo XX, en parte por su obra tan notable, no solamente en novelas sino también en ensayo, en periodismo, y también por su muerte temprana. Los que mueren jóvenes de alguna forma golpean más nuestra imaginación. Camus murió con 47 años, y eso es impresionante. Camus venía de una familia sumamente pobre. Su madre era española de Menorca; se había trasladado con el resto de su familia a Argelia, un pueblo cerca de Argel, donde vivían sumamente pobres. La madre no sabía leer ni escribir; nunca pudo leer nada de lo que su hijo escribió.

Cuando Albert Camus ganó el Premio Nóbel de Literatura en el año de 1957, la primera llamada o su primer pensamiento fue lógicamente para su madre, pero la primera carta que escribió al día siguiente después de haber ganado el Premio Nóbel, fue para Louis Germain, quien era su maestro de primaria, el maestro que en Argelia había apoyado a aquel niño de una familia mísera, ignorante, que cuando vio que le iban a destinar, a los trece años a ponerse a trabajar, luchó porque le dejaran estudiar en un instituto, seguir desarrollándose intelectual y moralmente. Gracias a esa labor del educador, Camus llegó a ser una figura reconocida, el Premio Nóbel. Él, en esa carta le dice: “gracias a usted este niño pobre, mísero que fui, ha llegado a donde ha llegado en este momento”.

Muchas veces decimos, “¿pero qué se va hacer? Esta gente es tan miserable, tan pobre, tan ignorante; viene de un ambiente absolutamente carente de letras, de curiosidad intelectual. ¿Qué se va a esperar de esa gente?” Pues de esa gente puede salir un Premio Nóbel como Albert Camus. El contexto en el que surgió Camus es el más mísero que se puede imaginar, y sin embargo ahí está. La lucha de la educación es la lucha contra la fatalidad, la fatalidad que hace que el hijo del pobre siempre sea pobre, que el hijo del ignorante siempre sea ignorante. Contra esas fatalidades es contra las que lucha la educación. Naturalmente, la educación no puede resolver todos los problemas del mundo, pero en la solución de cada uno de esos problemas hay una parte de educación.

Nunca vamos a resolverlo todo solamente con la educación; hacen falta medidas sociales, económicas, institucionales, sobre todo porque como hemos dicho, la educación necesita un largo plazo y no un plazo inmediato. Pero si en la solución de los problemas no hay una dimensión educativa, si no enraizamos en la conciencia y en el conocimiento de nuestras generaciones futuras los cambios y las transformaciones positivas que queremos hacer, si no nos enraizamos por la vía de la educación, las generaciones desaparecerán como esas plantas que arrastra la corriente porque no tienen raíces y no han quedado fijas en el suelo, donde tenían que haber fructificado.

Porque como él bien dijo: No hay personas que hayan nacido para gobernar y otras para obedecer; todos hemos nacido para compartir las obligaciones del gobierno y también de la obediencia a las leyes. Contra esa teoría de que unos han nacido para mandar y los demás tienen que obedecer, decía Thomas Jefferson que hay quien cree que algunos seres humanos nacen con una silla de montar en la espalda y otros con espuelas para subirse encima y gobernarlos. No es así. Es decir, nadie nace ni con espuelas para acicatear a los demás, ni con silla de montar para que otros se les monten encima. En una democracia no es así, afortunadamente, y ése es uno de los temas que tenemos que reforzar.