Vigencia de la Revolución

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Por: Amador Contreras Torres

En ocasión del 103 aniversario del inicio de la revolución mexicana,  tiene sentido preguntarnos si tiene vigencia o no el pensamiento transformador y el ideario del movimiento armado que fue la epopeya de todo un pueblo, para deponer al tirano Porfirio Díaz e instaurar un nuevo orden político, económico y social. Esta reflexión es oportuna en estos momentos aciagos para el país, cuando se debate en el seno del poder legislativo y en la plaza pública la reforma energética misma que en el discurso oficial se plantea como la modernización del sector con la apertura al capital extranjero en la exploración y explotación del petróleo en aguas profundas y, por otra  parte, un sector nacionalista, lo ve como un retroceso y la privatización de los recursos estratégicos del país. En todo caso, el debate está abierto y se ha salido de los muros estrechos de los pasillos del poder, la discusión está en la calle y no sabemos, aun, el desenlace de este episodio tan relevante en la agenda de la nación.

La historia de México no se explicaría sin el papel de la prensa, así como de los hombres públicos, que coadyuvaron al cambio social desde las páginas de los medios impresos.  Desde el Despertador Americano, en la época de la independencia, y, más tarde, en la reforma, con Benito Juárez, Guillermo Prieto, Melchor Ocampo, Sebastián Lerdo de Tejada, entre otros, hasta los periodistas del Hijo del Ahuizote, el pensamiento libertador de los hermanos Flores Magón, o los grabados de José Guadalupe Posada, plenos de anhelo de cambio, y la feroz crítica contra el régimen porfirista.

La revolución se hizo a caballo y en los trenes que –paradójicamente- había instalado la dictadura porfirista. Pero también la gesta armada requirió del factor ideológico de los grandes pensadores de la revolución como los propios hermanos Flores Magón, a través de los periódicos de la época. Los textos de los articulistas y los brillantes cartonistas reflejaban, fielmente, la necesidad de  romper el estado de cosas imperante en la dictadura e inaugurar, lo que planteó en su momento, Juan Jacobo Rousseau, un “nuevo contrato social”, un nuevo arreglo entre la sociedad y el Estado para procesar el conflicto – que es inherente a la política-  concertar las nuevas reglas de la movilidad y de la rotación de la élites y el relevo del anciano dictador. Es así como surge el llamado de Francisco I. Madero a la democracia. Un enésimo fraude electoral precipitó la revolución y la caída, meses después del estallido revolucionario, de Porfirio Díaz que tuvo que huir al destierro, a París, a bordo del buque “Ipiranga”.

En efecto, la estructura oligárquica  había impedido, de forma artificial y asfixiante, la movilidad social, la rotación de las élites,  provocando un deliberado estancamiento político, el acaparamiento del poder de un grupo piramidal, cerrado y excluyente. Todo lo que vivía y moría estaba bajo la égida del dictador oaxaqueño y esa realidad, se reproducía en todas sus regiones. Colima, no era la excepción.

Con el movimiento armado de 1910, a balazos se rompió el viejo orden de la dictadura que aspiraba a seguir vigente más allá de la vida del tirano. La revolución mexicana hizo posible que quienes ambicionaban el poder tuvieran acceso a él, a través de los caminos de la política. No es un dato menor: las armas abrieron el camino a una etapa nueva, el México post-revolucionario, de mayor civilidad en la lucha por el mando supremo.

No obstante, hubo un intento de hacer retroceder la rueda de la historia. La intención reeleccionista de Álvaro Obregón tuvo un alto costo político. La matanza de Huitzilac, fue el intento del obregonismo de ahogar en sangre la movilidad social, y el ascenso de antiguos aliados de Obregón, quien al promover su propia elección era incongruente; le dio la espalda a sus propios ideales de juventud contra el dictador, y cavó su propia tumba. La traición al ideario revolucionario de “No reelección” la pagó muy caro: con su propia vida, en el atentado en el restaurant “La Bombilla”, en San Ángel.

Desde entonces, los presidentes que han acariciado la idea de perpetuarse en el poder, recuerdan, muy a su pesar, que al último que lo intentó lo mataron. La historia oral registra que en la época circulaba un chiste entre el pueblo: ¿Quién mató a Obregón?… Cállese y Pórtese bien”, jugando con los nombres de Plutarco Elías Calles y el presidente interino Emilio Portes Gil. Se comenta que, en su tiempo, los presidentes que “acariciaron”, la posibilidad de la  reelección fueron Miguel Alemán y Carlos Salinas. Ninguno se atrevió a intentarlo con seriedad. Hay que recordar, que el viejo y astuto Fidel Velázquez, para darle coba a Salinas, dijo: “Carlos Salinas, se merece todo, hasta la reelección”.

En la era del maximato, se inauguró  la época de los presidentes “nopalitos”, siempre bajo la tutela real de Plutarco Elías Calles, con  el maximato: “Aquí vive el Presidente, pero el que manda vive allá enfrente”, era una de las expresiones comunes de la época.

El maximato fue una forma ilegal, meta constitucional, de ejercer el poder en la sombra por parte del ex presidente Elías Calles, tras el asesinato de Obregón. Calles impone en la presidencia de la república,  sucesivamente, a partir de 1928 a Emilio Portes Gil, Abelardo L. Rodríguez y Pascual Ortiz Rubio,  a quienes manipulaba tras bambalinas. Calles, pretendió hacer lo mismo con el presidente Lázaro Cárdenas, quien no lo permitió y lo mandó al destierro en 1936. Sin embargo, habrá que destacar que aún en ese conflicto, Cárdenas se reveló como un verdadero estadista, ya que a su oponente no lo mandó asesinar, simplemente lo mandó al exilio. Con esto, el general michoacano inaugura una forma más civilizada para procesar los diferendos del poder, contrario a los usos y costumbres de la época, en la que los caudillos mandaban eliminar a sus adversarios.

Cárdenas, al desterrar a Plutarco Elías Calles dejó en claro que entre los factores reales de poder y los grupos de interés “una fuerza política ha de prevalecer: la del presidente de la República”, para decirlo en palabras del propio Lázaro Cárdenas, quien como vemos, es el autor del verdadero presidencialismo.

Hoy en día, pareciera que la revolución mexicana ya no tiene vigencia, pues, se aplica una política económica de concentración del ingreso en unos cuantos, los “gasolinazos” mensuales irritan a la población; se aprueba una reforma fiscal regresiva, que desalienta la inversión, se cancela sin mayores explicaciones, el desfile conmemorativo del 20 de noviembre y se pretende modificar los artículos 27 y 28 de la Constitución para permitir la inversión extranjera en la explotación del petróleo lo que es visto como un retroceso, una traición a la gesta de Cárdenas en 1938 y ha despertado la protesta en la calle y la movilización política de la izquierda en contra de la reforma propuesta por el presidente Peña Nieto.

A primera vista, el régimen pagará un alto costo político, si insiste en aprobar esta reforma a la carta magna. Por lo pronto, han resucitado, políticamente, a Cuauhtémoc Cárdenas, y le han conferido banderas a éste y a López Obrador, que se erigen, en el discurso, en defensores de la soberanía nacional. En este sentido, hay que recordar que dentro del propio PRI, dentro del propio sistema político, todavía perdura un sector nacionalista y revolucionario, que se opone al neoliberalismo y su política de privatizaciones. Este es el telón de fondo verdadero de la reforma energética y no todo está dicho. Es un dato que debemos tener presente para el futuro inmediato.

El PAN nació para oponerse a la política nacionalista de Lázaro Cárdenas. Señalan los expertos, como Carlos Ramírez, que el PAN surgió como un instrumento del pacto de Calles con la derecha nucleada en torno a Gómez Morín; la  derecha siente la necesidad política de expresarse y de tener un partido para oponerse a las nacionalizaciones de Cárdenas, de los Ferrocarriles en 1937 y del Petróleo en 1938.  El PAN se funda en 1939.

Se desprende, entonces, que nada más natural que el panismo simpatice con la eventual privatización de Pemex y de la CFE, con el argumento de que Pemex carece de tecnología para la exploración y explotación en aguas profundas de ese recurso. Eso sería la puerta de entrada a la inversión extranjera y la pérdida de la soberanía nacional y de la genuina independencia de México. Ya el sistema financiero mexicano no es de los mexicanos. Con la sola excepción de Banorte, los bancos ya se extranjerizaron; ya se vendieron a los españoles, como en la época colonial, y a los gringos, y ahora quieren ir tras la CFE y Pemex.

Ernesto Zedillo cerró las puertas de la Conasupo, lo que afectó el abasto de alimentos a las clases populares y privatizó los Ferrocarriles y ahora es empleado de esa trasnacional en Estados Unidos.  Ernesto Zedillo, vino recientemente, a una reunión de la Coparmex y dijo que apoyaba a Peña Nieto con el tema de la reforma energética, lo que le valió que algunos cartonistas describieran con sorna como apoyo gringo, como si Ernesto Zedillo fuese estadounidense y no un ex presidente de México.

Carlos Salinas privatizó los bancos y Telmex a favor de sus amigos; y, se dice que ahora, van tras la privatización de la CFE y de Pemex, pero con alto riesgo político, porque le pueden dar fuerza electoral a la izquierda y las cosas se pueden salir de cauce rumbo a los comicios del 2015 y del 2018. Hay un enorme riesgo electoral para el PRI, si se persiste de forma acrítica en la ruta actual.

Este día, aniversario del inicio de la gesta armada, en mi opinión, a pesar de la adversidad, como idea motora, como pensamiento transformador, la revolución mexicana sigue vigente mientras no haya una adecuada distribución de la riqueza nacional, y mientras prevalezca la pobreza, y la injusticia social. Yo considero que ha llegado la hora de la vigencia del pensamiento juarista en defensa del pueblo.  En sus palabras: “Qué el enemigo nos venza y nos robe sí tal es nuestro destino, pero dejemos siquiera vivo el derecho para que las generaciones futuras lo recobren”.