TAREA PÚBLICA

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PERIODISMO: HUMILDAD Y REALISMO

Por: Carlos Orozco Galeana

Comento a ustedes que hace unos días el director general de Diario el País de España, Antonio Caño,   declaró que escuchar a los lectores es un acto de humildad y realismo que todos los periodistas deben hacer y que es, además,  “una experiencia fantástica”. Diario El País es el principal medio hispanohablante creado en 1976   con un  registro  de 15.2 millones de usuarios mensualmente en su sitio web y más de un millón 200 mil personas de personas activas vinculadas a su página en Facebook que aloja materiales diversos, entre ellos Tarea Pública. Gracias, desde aquí.

Los objetivos de El País se cumplen a cabalidad en un contexto de reactivación de grandes proyectos comunicativos de empresas como google y facebook, cuyos directivos pretenden poner internet al alcance  de unos 5 mil millones de personas con una inversión de mil millones de dólares y la  instalación   de 700 satélites. Esta inversión en tecnología podría reportar un impacto económico de aumento del pib mundial hasta en cinco puntos más.

Pero lo esencial es el periodismo que propone Antonio Caño: realista y humilde ¿Cómo es esto? Habla de un concepto, de un verbo clave en toda comunicación humana: Escuchar.  ¿Escuchan los medios hoy a los ciudadanos o se hacen patos y solo escuchan para sí  y solo ven por sus intereses?

Escuchar es  saber interpretar lo esencial de una realidad, situarse en el espacio ocupado por el otro con todas sus emociones, esperanzas y circunstancias. La escucha es la capacidad, apunta Salomé Altimira, consultor de Healt Managine,  para poder utilizar el oído a nivel sensorial y motriz de una manera atenta, con el fin de aprender y comunicar, y sin que ello resulte perturbador a nivel emocional. Oír no es lo  mismo que escuchar. Oír es una sensación pasiva, involuntaria y no selectiva. En la escucha está la verdadera comunicación. Escuchar es estar presente. Es una recepción. Sin escucha, no hay  comprensión.

Vivimos hoy en un mundo de mucho ruido. Por todos lados,  encontramos  situaciones que nos marcan a veces definitivamente. Somos incapaces de sustraernos a su influencia y pareciese que estamos a gusto en medio del bullicio  aunque dejemos de pensar. El ruido se volvió cómodo para nosotros y se convirtió en un factor de vida.

De alguna forma nos volvimos esclavos, alguien o algo se adueñó de nuestras conciencias y hábitos. En medio de ese desconcierto, estamos ausentes de las rutinas que han de liberarnos para vivir de otra manera: en la paz interior, en la generosidad activa, en el amor verdadero.

Escuchar ya trae consigo, integrada,  la noción de humildad. Solo escucha el que es humilde y no se siente más que el otro. El buen escucha es el que aporta la buena fe, la franqueza, es el que se vacía de sí mismo para que el otro tome su lugar.  El soberbio no escucha a nadie más a que a sí mismo. Los medios conscientes de su compromiso con la verdad, los que se ponen en los zapatos de la colectividad que urge, exige cuentas y participa de su realidad, son aquellos que tienes los oídos limpios y el corazón disponible para la escucha necesaria.  Los medios humildes, entonces, son los más grandes en su naturaleza.

Y ser realista, la otra condición que cita Antonio Caño  para el buen periodismo, es condición fundamental del ejercicio periodístico,   es tener la capacidad objetiva de ver el mundo sin ideologías que estorben, sin apasionamientos; ser realista es ser humano primeramente, es percibir la realidad tal cual es, con todas sus aristas. Nos daña la mentira y la simulación.

Es en medio del ruido tenebroso de hoy en el que ha de aflorar el buen periodismo, el que tiene por participe  solo al lector y que no acepta componendas con nadie porque va contra su esencia de interpretar y proponer una realidad diferente. El País es un diario que sirve al pensamiento libre, que respeta las ideologías y permite la  publicación de materiales que  respetan personas e instituciones. El  periodismo auténtico  no es para desahogar pasiones, sino para que  crezcamos en la abundancia  de las cosas buenas, para construir o reconstruir una patria luminosa  en que los derechos humanos se cumplan cabalmente y la esperanza sea indestructible.