TAREA PÚBLICA

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FRACASO MORAL

Por: Carlos Orozco Galeana

En los últimos días leí tres opiniones sobre un mismo tema efectuadas por personalidades de la Iglesia católica. Coinciden en sustentar que vivimos una gran quiebra moral y humana por colocar el amor al dinero, la codicia y el egoísmo por encima de la persona humana,  y es por ello que la descomposición social que padecemos no tiene para cuando disminuir por ser consubstancial al declive espiritual de esta época.

Rafael Mendoza, exrector de la Basílica Menor de Colima, dijo que hay inhumanidad creciente, un deterioro constante de la dignidad de la persona por conductas erróneas e inapropiadas  por parte de quienes no reconocen autoridad alguna y colocan sus intereses y ambiciones por encima de los demás. Alejandro Solalinde, defensor de migrantes, enfatizó con espíritu auto crítico que la Iglesia padece  corrupción y falta de apertura incluso de prelados que están por la comodidad y no por el sacrificio. Y un tercer opinante, el obispo español Antonio Cañizares,  refirió que en la actualidad toleramos el mal  de no saber qué es moralmente bueno y qué es moralmente malo; se confunde a cada paso una cosa con la otra porque se ha perdido el sentido de la bondad o de la maldad moral; todo es indiferente y vale lo mismo; todo es relativo y todo vale; todo está permitido; todo lo que cada uno decide por sí y ante sí como válido, todo es cuestión de decisión.

Otra cosa sumamente grave es, sin duda, el desplome de los fundamentos de la vida humana, de la verdad del hombre, la pérdida del sentido de la vida.  “El hombre vive a ras de tierra, carente de referentes, con un gran vacío moral, poco feliz teniendo bastante y sin Dios (Cañizares)”.

Los vándalos de Oaxaca, Michoacán o Guerrero y los que incendiaron Palacio Nacional piensan que hicieron lo justo; no tienen la noción de que con su conducta violentan el estado de derecho y lastiman la vida,  los intereses y los sentimientos de muchos. Los que trafican drogas, también piensan que lo que hacen es un trabajo digno cuando esencialmente dañan  la salud y llevan la muerte a los que  atrapan en sus garras y a los que los sirven. Las mujeres que abortan y se sienten dueñas de su cuerpo, piensan igualmente que tienen el derecho de hacer lo que quieran con él porque es “suyo” y no de Dios.

Los políticos que se apropian de lo ajeno a su paso por los puestos públicos, tampoco tienen noción de culpa, piensan que la Revolución les hace justicia por sus “altas contribuciones a la patria”. Y hacen gala, incluso, de su desorden ético y moral y de sus malos haberes patrimoniales al fin que la impunidad los protege porque saben que otros, los más, los de más arriba, están igual o más percudidos que ellos.

Pero el fracaso más profundo, dice el obispo Cañizares, y coincido con él, está en la educación de la persona, que está a la baja porque no incide en el sentido del hombre  y su destino, sobre la verdad última, con lo cual no hay formación moral ni formación para la convivencia y el bien común, no hay hombre, no hay persona.

Apunto: las sociedades generan su propia destrucción porque encontraron dioses distintos a los que rinde pleitesía. Los antiguos, que no conocían al dios dinero, eran ajenos a la lucha incesante y cruel que hoy se vive por disponer de riquezas y mando para imponerse a los demás. Esto sin duda es un fracaso, nos convertimos en nuestros propios lobos dispuestos a despedazarnos unos a otros sin inmutarnos ni sentir pena.   Sin duda, hemos perdido el rumbo y solo el reencuentro con la verdad, que es Cristo, nos salvará de este ambiente perjudicial.

Por todo esto, pienso  que la propuesta de Enrique Peña Nieto de acabar con la corrupción, está en lenguaje chino, ruso  o eslovaco. Podrá elaborar diez recomendaciones, cien o mil, pero el monstruo de maldad que hemos construido se aprecia  invencible sin conversión. Esté quien esté en Los Pinos. Pero la esperanza muere al último. Cada quien tiene la palabra para  elevar nuestra vida  a un nivel de dignidad, prefiriendo el bien al mal.