TAREA PÚBLICA

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TRES MODELOS

Por: Carlos Orozco Galeana

El Papa Francisco, que se distingue por su humanismo y por su sabiduría, definió   con pulcritud lo que significa ser corrupto, pecador y santo. En una homilía del 3 de junio pasado, dijo que los corruptos hacen mucho daño a la iglesia porque son adoradores de sí mismos a diferencia de los santos que sí hacen mucho bien y son la luz de la iglesia.

Es autocrítico el Papa: todos somos pecadores, pero los corruptos son los que han roto su relación con Dios al haber dado un paso adelante y consolidarse en el pecado. Hacen un dios especial: ellos mismos son dios.

Refirió que esas conductas corruptas, y con frecuencia corruptoras, son contra la propia comunidad porque los corruptos solo piensan en su propio grupo; son para sí mismos y son olvidadizos pues olvidaron el amor con que el Señor ha hecho la viña y se convirtieron en adoradores de sí mismos. ¡Que Dios nos libre, dijo por último, de transitar por el camino de la corrupción!

El Papa sabe lo que dice porque conoce a los hombres. En su definición de los tres modelos de comportamiento humano entre los cristianos, distingue claramente qué es ser corrupto, pecador y santo. Escoger qué queremos ser es una decisión libre nuestra. Estoy de acuerdo en que pecadores somos todos, que santos hay pocos y que la corrupción está por todos lados. Pero Dios nos deja elegir lo queremos ser porque nos respeta.

En las sociedades de hoy, la corrupción ha minado la moral porque permite a los que caen en ella apropiarse de bienes y riquezas y sacar ventaja de cualquier situación sin que importe que las comunidades y sus propias familias sepan de sus procederes. Al corrupto no le importa exhibirse como tal ante la sociedad e incluso frente a los suyos, que suelen terminar convencidos y admirados de su conducta al ver que su vida cambia extraordinariamente y que es un “triunfador,” así se esté percudido él y todos por el fango de sus actos impuros.

Hace poco vi en televisión parte de una serie dedicada a exaltar la actividad del narcotráfico y vi cómo la gente se va corrompiendo poco a poco hasta arriesgar o perder la vida en un suspiro, y cómo se exige clemencia para los asesinos cuando estos no tuvieron piedad de ninguno de sus contrarios. Los que participan en la vía de la ilicitud en tales series, terminan convencidos que no le hacen daño a nadie y que son injustos e incomprensibles los que los persiguen.

La corrupción va esencialmente contra nuestra Iglesia, la pudre y no le permite respirar. Por todos lados, apreciamos cómo muchos han escogido el camino del mal por los dividendos que conlleva, por lo que hemos de pedir a Dios que cada vez haya más personas que, siendo corruptas, se retiren de esa forma de vida oprobiosa y se le acerquen arrepentidos y convertidos.

Dios, que es bondadoso por naturaleza, recibirá con los brazos abiertos a quienes en esta vida actúan equivocadamente y regresan a él renovando el pacto de amor y convirtiéndose hacia el bien.

Dese la espalda a las tentaciones y sígase el camino que puede llevar a la santidad, hacia el bien, que no es fácil pero está al alcance de todos. Ahora que, si somos pecadores, recibamos la medicina espiritual que ofrecen los sacerdotes, pues tienen gran capacidad de orientar correctamente a quienes necesitan paz interior.

En palabras de Alfonso Milagro, la vida tiene que ser como un río; las aguas del rio van deslizándose silenciosamente y van dejando lo que llevan; por donde pasan, depositan basura y sociedad si sus aguas van turbulentas, señal de que el río que pasó por allí es la suciedad que deja. Pero si las aguas van limpias, dejan humedad, fecundidad, frescura y verdor. Que las aguas de nuestra vida vayan limpias y que de nuestros actos y nuestras palabras broten virtudes que sean la base de nuestro vivir.