SUÉLTAME WEY

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Por José Díaz Madrigal

Por éste medio informativo, ColimaNoticias, se difundió el comunicado de la gravedad en que se encontraba un pescador que fue atacado por un cocodrilo en la Laguna de Amela, en Tecomán. Los hechos ocurrieron hace unos días, en que una tarde parduzca, el hombre se encontraba solo, tarrayando en el agua, cuando sufrió la agresión. Se defendió desesperadamente del salvaje animal, hasta que logró zafarse de la carrillera de dientes que lo tenían sujetado.Hace muchos años, un reconocido maestro y escritor de aquí de Colima, cuenta que en sus andanzas como profesor rural; le tocó conocer los lugares habituales donde vivían los cocodrilos en el Estado. Menciona que había cientos de éstos lagartos dispersos en los distintos cuerpos de agua, tales como; lagunas, ríos y manglares.Entre éstos relatos, refiere el drama que padeció una joven familia de la costa. Ésta familia tenía su hogar en una aseada choza a corta distancia de las húmedas riberas del río Armería, ya cerca de donde desemboca en el Océano Pacífico. El grupo familiar se componía del papá, que aparte de cultivar la tierra era también pescador; tendría unos 35 años de edad, la esposa de 32 y 5 chiquillos; el más pequeño de apenas 6 meses.Una mañana entre las limpias luminosas mañanas costeñas, el marido tomó su atarraya y se llevó para que lo acompañaran a 4 de los hijos; dirigiéndose a la playa que estaba como a 300 metros de su casa por el lado de Pascuales. Mientras tanto la joven esposa, de bonita piel tostada por el sol, se encaminó a la orilla del río, llevando en brazos a su pequeño retoño; iba para lavar la ropa en unas piedras rectangulares que había al borde del agua.Para poder jabonar  pantalones y vestidos, escogió una piedra que estaba a unos metros de un frondoso árbol, en cuya sombra acostó a su niño; en una especie de cuna que cariñosamente recamó con ramitas de follaje verde. Empezó su faena de mojar, jabonar y enjuagar; a cada instante levantaba la vista para ver a su vástago. No supo de qué parte apareció un enorme cocodrilo, que con gran rapidez levantó al niño entre sus mandíbulas, corriendo con él de inmediato al río.Como de rayo, la joven señora sin importar el peligro para ella, se abalanzó sobre aquel monstruo para rescatar a su hijo. Llegando al agua el animal se hundió con su preciada carga. Con increíble fuerza la mujer también se hundió nadando bajo el agua. Bajo la superficie se trabó una lucha a muerte, el lagarto en su medio llevaba las de ganar; aún así la heroica dama pudo desprender al niño de la boca del animal.Asomó la cabeza la mujer donde ya podía pisar fondo, pero la fiera venía detrás de ella. Antes de alcanzar la orilla le plantó tremenda mordida en una pierna, arrastrándola río adentro; previo a hundirse de nueva cuenta, ahora ella como víctima, pudo arrojar a su niño ya muerto hasta la arena fuera del agua. Como epílogo de esta penosa historia, sin duda se dice que la defensa de una madre por un hijo es. . . Hasta la muerte.Don Fidel Aguilar buen amigo del rumbo de Los Asmoles, tarrayero de corazón, cuenta que un Domingo a medio día, se fue de paseo a la mismísima Laguna de Amela, llevando también a su familia. Llegando hizo una fogata para hacer brasas, entre tanto sacó la atarraya de la camioneta para ir a pescar. Narra don Fidel: me llegaba el agua abajito de la cintura, aventé la atarraya abierta; ya cuando la estaba jalando, de repente apareció como un cohete impulsado por sus patas traseras un cocodrilo como de 3 metros.Me tiró la mordida a la cara, por instinto metí las dos manos para esquivar el descomunal hocico, quedando dentro del mismo mis dos manos. Por fortuna pude sacar la derecha, permaneciendo la izquierda entre los filosos dientes. Para evitar que me arrastrara a lo hondo, con la mano que me quedó libre me abracé de la cabeza del animal. De este modo me zangoloteaba con volteretas y chacamotas, yo con los píes me empujaba hacia arriba.No sé ni cuanto tiempo luchamos a brazo partido, el caso es que cuando estábamos fuera del agua, en mi angustia y enojo le gritaba: suéltame wey, suéltame wey. De la gente que había alrededor, nadie fue en mi auxilio, solo mi anciano padre que tenía artritis en las rodillas, sin caminar bien se venía acercando.En mis ansias de vivir, le di un golpe en los ojos al animal, soltando por fin mi mano que colgaba del resto del brazo por unos pedazos de piel y de tendones. Mi padre me ayudó a salir, justo cuando apareció un solitario joven, que con nadie venía, como de unos 20 años; de inmediato con su propia camisa me puso un torniquete y me llevó en mi camioneta al hospital de Tecomán. Ese joven me salvó la vida, jamás lo volví a ver, ni nadie lo conocía. . . Yo creo que era un ángel del cielo.En Tecomán decidieron amputarme la mano, sin embargo mi padre se opuso y me trajeron en ambulancia a Colima. Por suerte,  cayendo en las manos del excelente y capaz Dr. Valtierra, que logró recomponer la mano.  Y miren, aquí estoy con la mano ligeramente más corta pero funcionando. Con leve sonrisa él mismo dice: parece de Tejón.