Pergamino balompédico

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Havelange, el hombre que manchó la pelota

Por: Alex Berber

Joao Havelange, el waterpolista brasileño que presidió la FIFA de 1974 a 1998, falleció a los 100 años de edad, dejó como legado una mancha indeleble en el deporte universal que tomó cuando era un fenómeno en crecimiento y que durante su mandato se convirtió en el gran negocio deportivo de la humanidad.

Repudiado por futbolistas del nivel de Diego Armando Maradona, quien alguna vez dijo esa frase de “la pelota no se mancha” al respecto de las acciones de Havelange, el brasileño representó para el futbol un parteaguas económico sin precedentes. Si bien el futbol se había convertido en un deporte ampliamente practicado en todos los países, salvo Estados Unidos, desde el momento en que  arribó al mandato de la FIFA, lo convirtió en un arma comercial que trascendió las fronteras de donde se había llegado a utilizar como distractor social y político, catapultando marcas comerciales hasta convertirlas en referentes mundiales, ayudadas por las gestas de 22 hombres tras una pelota.

Sucedió al británico Stanley Rous en la presidencia de este organismo, tras más de un año de “campaña”, en la que visitó especialmente a países de África y Asia. En su mandato, el directivo brasileño blindó a la FIFA y la convirtió en una empresa con tintes de órgano político incuestionada por los mandatarios, o los líderes religiosos del mundo. El futbol, convertido en objeto de culto durante la promoción comercial del régimen de Havelange, alcanzó niveles que iban más allá de las creencias políticas de los pueblos. Pese a todo, el máximo organismo de este deporte nunca dejó de tener sus preferencias; el mejor ejemplo es la poca fortuna de los países socialistas en la máxima vitrina futbolística internacional, la Copa del Mundo.

Con el tiempo, la FIFA se convirtió en una empresa vendedora de ilusiones para pueblos oprimidos, sobajados y humillados por gobiernos de toda filiación e idiosincrasia, mientras los gobernantes estuvieran dispuestos a desembolsar lo que directivos como Havelange consideraban que valía adueñarse de este distractor por algunas semanas, cada cuatro años.

En los 24 años que Havelange comandó la FIFA, también se dio el lujo de preparar a su sucesor, el suizo Joseph Blatter, quien continuó su estilo de presidir por casi dos décadas más, hasta que llegó un punto en que las relaciones políticas con los estadounidenses se cuartearon, desencadenando una investigación de Interpol y el FBI que terminaron sepultando al helvético.

La FIFA, golpeada en su orgullo, apenas inicia un camino de reivindicación con los aficionados del mundo, tratando de mostrar una cara menos corrupta, menos frívola, más moderna, y menos mafiosa.

Ese rostro anticuado, soberbio, corrupto y cuestionable, llevaba dibujado el perfil de Havelange. El de la doble moral de los poderes del futbol.