OPTIMISMO O ESPERANZA

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Por José Díaz Madrigal

Cuando íbamos en la primaria, era un chiquillo avispado, inquieto y juguetón. Le gustaba hacer bromas a los compañeros de clase. Poseía un montón de recursos imaginativos, para sacar el lado chusco de las cosas. Habitualmente traía el semblante alegre, nunca se le veía de mal humor; al contrario, era de sonrisa fresca y espontánea, con mirada noble y afable. A veces daba la impresión de que esperaba el momento oportuno para chancear sanamente a los amigos.

Terminando la primaria, nos volvimos a encontrar en la secundaria. Él fue de los primeros muchachos que empezaron a desarrollarse físicamente, antes que otros; de lejos se notaba más alto que los demás. Ya para salir el tercer grado, se observaba en él un cuerpo atlético y varonilmente bien proporcionado; convirtiéndolo en un joven llamativo y preferido de las chicas pizpiretas. En ese aspecto, invariablemente su conducta era de cortesía y atento con ellas.

Ya para la etapa de preparatoria, eventualmente lo veía. Después entró a la escuela de agronomía, saliendo de ingeniero agronomo. Por amigos comunes, supe que trabajaba en una empresa productora y comercializadora de plantas de ornato. Por tal motivo, de las ventas, viajaba con frecuencia hacia el norte del país.

Fue durante esos viajes, que conoció a un presbítero perteneciente a la diócesis de Brownsville en Texas, al cual le manifestó su interés de ingresar al seminario de esa diócesis. Respecto a esa situación, alguna vez me comentó su papá que el rector del seminario le daba largas para entrar; tal vez con el fin de calarlo, para ver si era verdadera su vocación en el sacerdocio. Superó la prueba ingresando al seminario de aquella congregación.

Pasaron los años y cierto día un familiar de él, me preguntó -¿recuerdas a Eduardo Ortega León? Fíjate que tal día va a venir a celebrar su cantamisa al templo de La Salud, la iglesia de su infancia-. Con el templo abarrotado, puntualmente estuve ahí. La misa la presidía el obispo texano de aquella ciudad norteamericana, un maduro y solemne sacerdote gringo que hablaba un español champurrado, clásico en americanos que hacen el esfuerzo de aprender nuestro idioma.

Bien recuerdo que la primera lectura la hizo doña Alicia, mamá de Lalo. Pulcra y elegante, se notaba radiante de felicidad. Enseguida al momento de la homilía, parado con seguridad en el ambón; contento, carialegre, el recién ordenado Padre Eduardo Ortega inició diciendo: todos los miércoles allá en el Vaticano, el papa celebra una audiencia pública semanal. La importancia de éstas audiencias en el mundo Católico, es el compromiso evangelizador que tiene el Santo Padre con el pueblo de Dios. . .

De este modo discurrió la primera homilía en tierras colimotas del Padre Ortega. Regresó a Estados Unidos, donde más tarde tuvo a su cargo el Santuario más importante de la frontera estadounidense, el de Nuestra Señora de San Juan del Valle. Al que llegan miles de peregrinos cada semana.

En el año 2008 murió la mamá del Padre Lalo. Cada año en el mes de Enero, procura venir a Colima a oficiar una misa por el aniversario luctuoso de su progenitora. En una de estas misas, celebrada en el Beaterio; el sermón lo centró en el tema de la esperanza Cristiana.

El sermón lo hizo haciendo referencia a la encíclica de Benedicto XVI, SPE SALVI. En ésta carta, dijo el Padre Lalo, el Papa Benedicto XVI define lo siguiente: “con la esperanza la puerta oscura del tiempo en el futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera, se le ha dado una vida nueva con plena certeza de conseguir la vida eterna”

La esperanza es paciencia activa, es certidumbre en acción, es dinamismo con fuerza eficaz, laboriosa, trabajadora; nada de providencialismo. En cambio el optimismo, es un estado de la conducta humana en modo positivo pero sin acción; pasivo en cómoda espera sin moverse, con la ilusión de que en determinado momento, los vientos del cambio soplen a favor.

De provecho y útiles para el diario vivir, sencillas y fáciles de entender son las homilías del Padre Eduardo Ortega León. Un colimote de pura cepa, radicado en los Estados Unidos.