LOS POLÍTICOS NO PIDEN PERDÓN

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

En memoria de mi gran amigo H. Arturo Vergara Moctezuma, en el 26 aniversario de su partida.

Hace algunos años un amigo de mis afectos dedicado a la política aspiraba a un alto cargo público  y me preguntó  si tenía una idea de cómo debía iniciar su campaña y le contesté que,  según sus últimas actuaciones, podía comenzar pidiendo perdón por acciones y omisiones suyas que  hubiese cometido y que, según su convicción, pudieron   generar malestar en los ciudadanos. No hizo eso y hoy pienso que mi opinión le causó extrañeza o quizás cierta molestia, mínima  pero molestia al fin. Es que los políticos en general no piden perdón a nadie por sus actos fallidos o sus imprevisiones.

Pongo dos casos recientes nada más: Felipe Calderón, iniciador de una guerra perdida contra el narcotráfico, no ha pedido perdón a los mexicanos por esa política fallida que causó unas 160 mil muertes, y Eduardo Medina Mora, exministro de la SCJN, tampoco lo ha hecho a pesar de sus súper tranzas e incluso desairó a la Cámara de Senadores, cuyos miembros querían conocer las razones de su separación del cargo.    

Fundadamente deduzco que la mayoría de aquellos (por no decir que casi todos los políticos)  cavilan en que no se equivocan jamás y algunos llegan a sentirse semidioses por el verbo interesado de los  aduladores que suelen rodearlos y que les festejan todo; se creen  seres superiores  y que la virgen María les habla. Ven a sus conciudadanos como adoradores suyos; ignoran, siempre  lo han ignorado, que la política es servicio. Política que no es servicio es corrupción, dijo un obispo latinoamericano en lo que fue sin duda una definición muy sabia de él.  Pero esto tan simple no lo entienden.

Durante los  46 años que llevo escribiendo artículos (comencé  a hacerlo en 1973),  no recuerdo a alguno de ellos que públicamente hubiera externado en Colima una solicitud de perdón por sus errores. Algunos de ellos, los que tienen   supuesta devoción por  su religión, dicen sin embargo  que  son católicos o cristianos, pero la verdad es que sus actos son incongruentes e impropios de una religión cabal. Y no los encuentro con frecuencia en los templos, por lo menos.

Y es que no es fácil ser congruentes en esta vida, respaldar con hechos incontrastables lo que se dice con la boca. A menudo, los funcionarios se resisten a hablar con la verdad, les incomoda que la gente ande olfateando sus quehaceres y no es infrecuente que, a la desesperada, viéndose acorralados, suelten mentiras que confunden aún más al público. En su obscuridad, ellos piensan que engañan a todos, pero  son los primeros en falsearse a sí mismos.      

El papa Benedicto XVI opinó, en una de sus últimas entrevistas, que solo  la justicia garantiza el pleno respeto de los derechos y deberes y que el perdón cura y reconstruye desde los cimientos las relaciones entre las personas, que aún sufren las consecuencias de los enfrentamientos entre las ideologías”.

Exacto ese pensamiento: el perdón cura y reconstruye. Es el bálsamo para aspirar a la unidad y al progreso en las relaciones humanas y de las instituciones políticas. Ciertamente, mi amigo  ignora seguramente el elemento liberador que comprende el perdón y de los efectos positivos causados por los actos congruentes de las personas. Actualmente, él sigue adelante como “Dios le da a entender”, abriéndose paso como puede en esa selva que es la política. Y a machete  limpio!

Sigo pensando que mal aplicada la política, perturbada en sus fines  por las ambiciones de los sin patria,  avasalla el corazón de cualquiera, acaba  con los ideales más nobles. Confunde, destruye amistades aparentemente sólidas, enajena hasta a los más inteligentes porque provee este paquete: poder, bienes materiales  y dinero.

Y así, como los conquistadores españoles fueron esclavos inmediatos de lo que conquistaron, tenemos a la clase política mexicana en medio de una borrasca  de codicias que orienta sus actos. Fíjense ustedes como se pelean en las cámaras por los presupuestos, y no se diga por las posiciones políticas cada tres y seis años.  

Yo por eso admiro mucho a las personas libres; admiré mucho a mi padre que desde joven renunció a ser esclavo del poder; sentí lo mismo por el licenciado Carlos de la Madrid y el doctor Leonel Ramírez García, ambos excelentes servidores públicos y personas finas. También conocí y apoyé a  Gustavo Vázquez por su alta calidad humana.

Ese conjunto de personas respetó a todos.  Ni siquiera tuvo necesidad de pedir  perdón por sus actos fallidos o por sus omisiones. Dieron lo que tenían a los demás   con absoluta sinceridad.

Y nada que ver su ejemplo, escribo por último, con las lágrimas de cocodrilo de José López Portillo, que en 1982 pidió “perdón” a los pobres por no haberlos sacado  de su postración, o con el “perdón” de Enrique  Peña Nieto cuando la prensa descubrió la casa de los moches de Angélica Rivera, hecho que marcó negativamente su mandato pues la mayoría de mexicanos no le creyó.