LA ANGOSTURA

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Por José Díaz Madrigal

En cierta ocasión haciendo antesala en una oficina gringa en San Diego, California; observé que tenían colgado en la pared, un llamativo cuadro que representaba el choque de dos ejércitos disparándose prácticamente a quemarropa, apenas separados por unos cuantos metros de distancia.

Cada ejército llevaba en alto su propio pabellón nacional. Por un lado estaba el estandarte con la bandera mexicana y, por el otro el de las barras y las estrellas. El artista que hizo esa escena pintó un combate bastante parejo, es decir, sin ventaja para uno u otro lado. Al pie del cuadro se leía en una pequeña lámina dorada: Batalla de la Angostura.

Éste enfrentamiento tuvo lugar cerca de un estrecho pasadizo, formado en la Sierra Madre Oriental, conocido con el nombre de La Angostura; en el viejo camino que conduce de Saltillo Coahuila a San Luis Potosí. Los acontecimientos ocurrieron entre el 22 y 23 de Febrero de 1847, en el marco de la guerra México-Estados Unidos. Esta semana se cumplen 177 años de aquel suceso, en que los gringos por la fuerza nos arrebataron más de la mitad de territorio mexicano.

Había sido en el mes de Septiembre del año anterior, cuando después de rudas peleas, la ciudad de Monterrey cayó en manos del invasor. Poco a poco en el transcurso de los 4 meses siguientes, los americanos se desplazaron a Saltillo que virtualmente tomaron con poca o nula resistencia. Una vez en la capital coahuilense, se dedicaron a prepararse para la llegada del contingente mexicano, que sabían se estaba organizando en San Luis Potosí.

Desde principios de Octubre, Antonio López de Santa Anna llegó a San Luis con 5000 soldados, con la promesa que iban a llegar refuerzos de los Estados, para ir a toparle a los gringos a Saltillo. Santa Anna había dejado cuidando la silla presidencial en la ciudad de México a Valentin Gómez Farías, con el firme compromiso de que le estuviera mandando pertrechos de guerra y sobre todo dinero. Gómez Farías se desentendió de ambas cosas, sin importarle la urgencia del país. Se dedicó a conspirar contra Santa Anna para quedarse con el cargo de presidente.

Nomás por esa criminal negligencia, se antoja a Gómez Farías más traidor que a Santa Anna o cuando menos a la par. No merecen llevar ese nombre; escuelas, calles y hospitales. . . Por traidor.

Como quiera que sea, Santa Anna dió la orden de marchar hacia Saltillo. Se trabó el combate entre los dos ejércitos. Fueron dos días de feroz lucha. Los invasores bien posicionados y con mejores armas, la creían tarea fácil; sin embargo no contaban con el arrojo de los mexicanos, que hicieron retroceder a los Yankis. Claramente corrieron.

Luego algo pasó en la mente de Santa Anna y sus generales. Según algunos historiadores los norteamericanos se sentían perdidos, recularon dejando el campo de batalla libre. No obstante Santa Anna dió la orden de retirada. El cronista de partidos de fútbol, el Perro Bermúdez dice de las jugadas que parecen exitosas: La teníamos hecha muchachos, y la dejamos ir. Del mismo modo no ha habido una explicación contundente, del porqué no se dió el golpe final a los gringos. Un estudioso de esa batalla, lanza la teoría de que los mexicanos en el fondo somos acomplejados; en este caso, por ese motivo no terminamos el trabajo.

Para finalizar, hay un relato que vale la pena rescatar y que se enchina la piel nomás de leerlo. Durante La Batalla de Monterrey hubo una joven y bellísima dama, Josefa Zozaya de Garza, que se destacó por ayudar a la fatigada tropa mexicana, llevándoles alimentos y municiones en la primera línea de las trincheras.

Animaba a los soldados con frases de encendida motivación: ¡fuego muchachos! ¡fuego, buena puntería! a ellos ¡Viva México!. . .¡allá voy, no desperdicien un sólo tiro. . . ¡Viva México! ¡Viva la Patria! ¡Arriba Monterrey!

Así con su cara bonita y valor a toda prueba, se multiplicaba corriendo de un lado a otro, llevando víveres y pólvora, sin dejar sólos a los soldados mexicanos. . . Ella en verdad si se merece nombre de escuelas y hospitales, pero no, desafortunadamente permanece en el anonimato.