El Síndrome del Niño emperador (SEGUNDA PARTE)

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La Panga

Por: Mayahuel Hurtado Ortiz

Retomamos el tema de ayer, ahora analizaremos las señales del Síndrome del Niño Emperador que nos deberían poner en alerta a los padres de familia, esto de acuerdo con las opiniones de los expertos en psicología infantil:

Hay que estar atentos a los niños que imponen de manera sistemática su voluntad o tienen rabietas en lugares públicos delante de toda la familia. Asimismo, nos debemos fijar en el niño que siempre se sale con la suya puesto que, muchas veces, hacen girar a la familia siempre en torno a él. Debemos pensar que, si se les deja hacer lo que quieren, acabaremos en las redes del chantaje emocional. Obviamente, llegados a este punto, cualquier padre de familia podría objetar que casi todos los niños pequeños tienen muchas rabietas. Y, es cierto; todos tienen rabietas, pero hay que intentar que no se salgan con la suya. En general, por encima del primer año de edad, ya hay que marcar límites y el menor debe saber hasta dónde puede llegar.

Entre las posibles causas del Síndrome del Emperador, se define que son los padres quienes deben ejercer su función. Así, los padres hiperprotectores y permisivos, que claudican ante los caprichos de sus hijos, porque creen que así “no sufren”, pueden establecer el caldo adecuado para un niño tirano.

Otro factor de riesgo es que exista una discrepancia educativa entre los progenitores. Aunque ello pudiera ocurrir, los padres deben intentar unificar sus personalidades y mantener una actitud educativa firme que permita que no haya roturas entre ambos en la imposición de normas.

La estructura familiar ha cambiado mucho, con divorcios y nuevas parejas frecuentes, los hijos únicos aumentan y, además, los tenemos a una edad cada vez más tardía o los adoptamos. Entonces, es fácil que un niño se convierta en un bien precioso cuyos deseos siempre hay que satisfacer, que no puede sufrir ni conocer disciplina alguna.

Hasta el año, todo el entorno sólo esta para satisfacer sus necesidades. A partir de ahí, va aprendiendo estrategias para salirse con la suya, como las rabietas, por ejemplo, una manifestación de descontento normal, pero que hay que saber atajar.

Hacia los cuatro años, lo habitual es que el niño ya sea capaz de verbalizar su rabia y, a los cinco, de controlarse. A excepción de los niños tiranos, que intentan imponer de manera sistemática su voluntad, son agresivos, sufren constantes rabietas en lugares públicos y convierten el día a día de toda la familia en un calvario.

Los padres acaban por rendirse con sucesivas renuncias con tal de lograr paz. Y el niño mimado pasa a ser el rey de la casa, de ahí a niño tirano, y por último, si la agresividad persiste, se trasforman en adolescentes descontrolados y maltratadores de sus padres.

La frustración es un sentimiento normal durante el desarrollo infantil: el niño necesita, desde que tiene más o menos un año, rutinas, reglas y límites claros sobre lo que puede y no puede hacer.

Pero a partir de los seis años hay niños que se muestran muy impulsivos, mienten, tienen actitudes vengativas, no conectan con los demás,  son insensibles, se sienten poderosos, carecen de empatía y éstas son actitudes tiránicas, que a los once años se pueden agudizar y a los 15 años ya son difíciles de encauzar.

Y es que educar no es fácil, y debe implicar ciertas dosis de frustración, para equilibrar el amor. El problema se presenta si no hay reacción por parte de los padres, que, en su afán de buscar una excusa a todo –“el niño tiene mucho carácter”, “lo que hace es normal a su edad”…- no se atreven a imponer límites.

Así, el problema se va agrandando hasta que la familia tiene la sensación de que se le ha ido de las manos. ¿Qué hacer entonces? Se trata de actuar con sentido común, sin exasperarse y sin violencia:

1.- Establecer reglas claras y explicar las razones de esas reglas.

2.- Ser coherentes. El padre y la madre deben tener la misma opinión respecto a un mismo problema.

3.- Mostrarse firmes respecto a lo que el padre y la madre hayan decidido, de forma conjunta

4.- No imponer un castigo que luego no se cumpla. No olvidemos que existen castigos negativos y positivos

5.- Supervisar las actividades de los hijos.

6.- Procurar gratificar en vez de castigar. De igual modo, si nuestro hijo ha hecho algo de forma adecuada es preciso el refuerzo positivo que, obviamente, no tiene porqué ser nada material

7.- En el caso de los niños más caprichosos, se debe intentar hacer lo posible para mejorar nuestra relación con ellos.

Otorgar a los hijos responsabilidades acordes a su edad, como recoger la mesa o ponerla, sacar la basura, hacerse la cama, sin importar el sexo.

No apartarles ni sobreprotegerles, ambas cosas podrían configurar un niño tirano

Hasta ahí las conclusiones de los expertos que en definitiva abren muchas líneas del pensamiento. Los padres tenemos un gran compromiso para con la educación de nuestros hijos y es que es maravilloso ser padres, no nacimos con título, pero será una experiencia inolvidable, el haber contribuido a ser de la existencia de ellos un liderazgo bien orientado, que coadyuve a formar una mejor sociedad y por consiguiente una mejor nación.