AQUEL COLIMA ¿Y LA REVOLUCIÓN? PARTE 1

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LECTURAS

Por: Noé Guerra Pimentel

En una entidad territorialmente pequeña como Colima y poco habitada proporcionalmente hablando y donde hace un siglo apenas se contaban 60 mil habitantes distribuidos entre las dos únicas ciudades de entonces, Colima y Manzanillo; una Villa, Villa de Álvarez y cuatro pueblos-cabeceras municipales: Comala, Coquimatlán, Ixtlahuacán y Tecomán y, en la que la capital concentraba el 30% de su población con el resto viviendo dispersos en la zona rural dedicados al agro; poco podía pasar dada su vocación conservadora y tradicionalista y menos cuando poco, muy poco representaba en un contexto nacional dividido entre la pujanza económica de los del norte y la visión excluyente de los centralistas.

No obstante, a finales del siglo XIX se gestaron nuevos grupos sociales. Con la industrialización propiciada por el porfiriato surgieron los empresarios, en Colima la mayoría extranjeros, los técnicos y los obreros. Con el desarrollo de las ciudades y de sus funciones administrativas y comerciales aumentó el número de profesionistas, comerciantes, prestadores de servicios diversos y burócratas, casi todos emanados de la oligarquía local que se trasmutaba. En el campo había hacendados, rancheros, campesinos, peones, jornaleros y vaqueros, así como caciques regionales y oligarcas de abolengo. Ante esto se dice que el porfiriato agravó viejos problemas porque los beneficios no se repartían con equidad.

Hacendados quitaban sus tierras a los indígenas de allá y acá. La pobreza y la injusticia social campeaban. El crecimiento se había hecho con inversión extranjera, muchas de las ganancias salían del país. La Constitución de 1857 no se cumplía. Díaz ejercía un control personal sobre leyes a través del legislativo y jueces y magistrados de la Suprema Corte de Justicia. Las autoridades locales no eran electas por votación real, todo era un montaje, al final las designaba el presidente. Al igual que él, muchos políticos se reeligieron varias veces y envejecieron en sus cargos, algunos hasta morir en él. Varios políticos y periodistas opositores y críticos de la época fueron echados de sus medios, encarcelados, exiliados o asesinados.

En aquel Colima hubo un símil de Porfirio Díaz, fue Francisco Santa Cruz Escobosa, un sonorense quien radicado acá desde 1857, cuando por recomendación del centro vino para fungir como secretario del primer gobernador, de Manuel Álvarez, más adelante gobernó esta entidad por varios períodos: 1869-1873, 1879-1883, 1891-1902, año en que murió luego de gobernar en 3 épocas, la segunda la alternó con Jalisco, 18 años sumados aquí, tiempo en el que se hizo dueño de grandes predios, como la zona de la actual Quesería desde Montitlán hasta el Trapiche, conocida como la Albarrada; de la Albarradita hasta la Salada, de la Magdalena (Ejido y población de Pueblo Juárez hasta Rincón de López) en Coquimatlán y Cuyutlán hasta Colomos con laguna y parte cerril.

Otros poderosos terratenientes del porfiriato en Colima fueron el general porfirista Ángel Martínez, compadre y dueño de la Hacienda Paso del Río o Periquillos y Enrique O. de la Madrid, este último, sustituto de Santacruz, quien a la muerte de éste gobernó Colima de 1902 al 18 de mayo de 1911, fecha en que dimitió, siendo a su vez dueño de la hacienda de Cuastecomatán, de Pastores, el Jabalí, el Naranjal, el Rosario o Madrid y Tecolapa, Tapeixtles, Peñas Blancas, el Banco y Llano Grande además de parte de Cuyutlán y playa de Oro.

Todo se facilitaba en aquel Colima donde los poderes públicos eran ocupados por los mismos apellidos, en su mayoría terratenientes y los cargos menores por los pocos ilustrados que había, comerciantes socios, yernos, ahijados o sirvientes a quienes se beneficiaba con favores a cambio de y cuyas relaciones se afianzaban con vínculos familiares aspiracionales que buscaban o mantener sus riquezas económicas o alcanzar estatus social, en muchos casos sin importar lo consanguíneo. Los ejemplos sobran. Continuará…