Aparecieron los fantasmas

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Javier Solórzano

En seis minutos se aparecieron todos los fantasmas. Se veía venir la oleada holandesa final, la gran cuestión era saber si íbamos a aguantar el último abordaje. No había claridad porque el campo se hacía cada vez más pequeño para el Tri y más largo para Holanda. De nuevo Guillermo Ochoa estaba siendo el factor para que no se moviera el marcador.

Estaba cantado lo que iba a pasar. Minutos después del gran gol de Giovanni, el Tri optó por lo que no debía hacer. Se metió en su cancha entre el empuje del todo o nada de los holandeses, y una decisión interna que no pareciera que hubiera pasado por la cabeza de Miguel Herrera, según lo que expresó en la conferencia de prensa. Fueron minutos de angustia que fueron solventados de nuevo por un gran Ochoa y por un trabajo realmente aplicado, en todos los sentidos, del sector defensivo.

Está demás recordar el resto de la historia de la tarde de ayer. Duele porque estaba a la vista la luz al final del túnel ante un gran equipo y porque de nuevo nos aparecieron los fantasmas que surgen en el momento en que tenemos enfrente de nosotros el nuevo futuro. México hizo un extraordinario partido pero se quedó en la orilla por dejar de correr riesgos, en tanto que Holanda, lejos de la ‘Naranja Mecánica’, alcanzó la victoria porque fue trabajando minuto a minuto el empate. No lo logró antes porque el equipo nacional lo impidió jugando cerca de la perfección defensiva hasta que Robben explotó y así lo dejaron en esos 6 minutos brutales, dolorosos y tristes.

No queda un buen sabor de boca siendo que la participación del Tri fue realmente buena. Hay que valorar lo que se hizo particularmente contra Brasil y Croacia, y dentro del dolor no echemos en saco roto el juego de ayer; ya está, con todo y el resultado adverso y doloroso en nuestra memoria futbolera.

Lo que trae la amargura del juego de ayer se debe a que se estuvo realmente cerca del obsesivo quinto partido y quizá de hacer algo más.

El resultado adverso tapa los ánimos y genera inevitablemente un clima de frustración.

Sin embargo, no hay que perder de vista lo logrado. El equipo se fue convirtiendo en una de las sensaciones del Mundial. Dos de sus jugadores acapararon reflectores por su extraordinaria capacidad para resolver problemas graves. Ochoa y Márquez se convirtieron en ejes de un equipo que nunca desmereció, que creyó en sí mismo y sobre todo que alegró a un país que vive sintiendo que el futbol siempre le debe.

La atención que logró acaparar la selección fue manifiesta y emocionante. Pocas veces se ha visto un consenso como el que logró el equipo de Miguel Herrera. No había manera de sustraerse de lo que estaba pasando. No olvidemos las intensas reacciones del ‘Piojo’ y los chavos, de los festejos que alcanzaron al mundo, de los muchos y muchas mexicanas que en Brasil hicieron la fiesta inolvidable, de los gritos de ¡putoooo! y las reacciones que llegaron hasta la FIFA y del Cielito lindo.

El Tri fue un equipo que por primera vez en mucho tiempo terminó siendo de todos y todas. Fue la oportunidad de emocionarnos e identificarnos. Un grupo de jugadores nos unió aunque sea a través del futbol.

Si bien todo se vino abajo en esos horribles seis minutos en que nos cayeron los fantasmas, también es cierto que vivimos una especie de luna de miel con un equipo al que le dimos poca vida.

El futuro dirá si en este Mundial empezó una nueva etapa o de nuevo nos vamos a los terrenos muy típicos del futbol nuestro de volver a empezar. Lo que provocó el equipo de Herrera es que logró que lo sintiéramos propio. Como va el Mundial algo es definitivo, nos van a extrañar, hacíamos el futbol, el espectáculo, la fiesta, los divertíamos y les dejábamos además de todo la lana.