AL VUELO

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Vivir es conducir un tráiler

Por Rogelio Guedea

No me había dado cuenta que vivir es conducir un tráiler. Había, incluso, utilizado el título para la primera de mis novelas, pero nunca reparé en que la vida era conducir un tráiler. No sólo por el viaje que implica, con destino o sin destino, sino porque al viajar uno va dejando (atrás) un pasado, va viviendo (al conducir) un presente y va acercándose (al avanzar) hacia el futuro. La felicidad consiste, pensaba, en vivir cada momento en su justa dimensión, para entonces no terminar, volcados, a la orilla del camino. Por ejemplo: no podemos sólo mirar el espejo retrovisor porque descuidaríamos el camino por venir e, invariablemente, chocaríamos a la menor provocación. Tampoco podemos mirar sólo el camino hacia adelante porque, de otra forma, los automóviles que vienen detrás podrían embestirnos por alcance o, en todo caso, nosotros mismo podríamos impactarnos contra ellos al intentar rebasar a otro automóvil. Mucho menos podemos sólo disfrutar de la compañía (esa charla con el copiloto o los hijos, ese instante que va sucediéndose dentro del coche y que parece un presente en vilo a mitad del tiempo) porque o nos chocan por detrás o nos estrellamos por delante. La felicidad consiste, entonces, pensaba, en un equilibrio entre mirar por el espejo retrovisor (nuestro pasado), disfrutar lo que sucede dentro del coche (la música, la charla con el copiloto o los hijos, nuestros propios recuerdos, si vamos solos) y mirar que no haya obstáculos en el camino hacia adelante (nuestro futuro). Aunque a pesar de todo esto podemos padecer un accidente, lo mejor es siempre no pensar en tal posibilidad, pues no hay cosa peor en la vida que sufrir por adelantado todo aquello que, ya lo sabemos, no podemos evitar.