TONALTEPETL

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Por: Gustavo L. Solórzano

Un barco frágil de papel, Parece a veces la amistad, pero jamás puede con él, La más violenta tempestad, Porque ese barco de papel, Tiene aferrado a su timón, Por capitán y timonel: Un corazón. Alberto Cortés y Facundo Cabral.

La bendita vida nos pone a prueba todos los días, así es como se va puliendo nuestro ser en cada reto o circunstancia. A veces podemos creer que todo marcha en caballo de hacienda, es decir, de maravilla. En nosotros está la toma de decisiones ante cualquier hecho que la vida no presente, y sin dejar de ser humanos, aprender a reaccionar de la mejor manera posible.

Éramos alumnos de primaria en 1975, cursábamos el quinto grado y nos corrió por no llevar la tarea. La consigna era regresar al día siguiente con nuestro papá o mamá; el maestro era sumamente estricto, y bueno, ante ese hecho, decidimos irnos de paseo al centro.

Había que mitigar el susto y una caminata era lo indicado.  Memo el “Zurdo” Álvaro y yo, éramos los angelitos del cuento. Nuestro turno era por la tarde y hace más de cuarenta años, la zona centro de Colima se moría de dos a cuatro. La gente hacía tiempo para comer y hasta para tomar una siesta de quince minutos, algo muy sano y que hoy se ha perdido. En el Torres Quintero, una pareja de policías sesteaba bajo la sombra de los arboles cuajados de fruta de temporada, mangos, toronjas, almendras y un cocotero. Alrededor de las quince horas era posible escuchar la nada, el silencio total. Hoy no existe un momento en el día así.

En el cruce de las calles De la Vega y Madero estaba la zapatería Canadá, y en la entrada al negocio había un pequeño espacio con vista a los exhibidores. Como muchas tiendas, la parte que señalo tenía un falso techo de acrílico. Mismo que le daba un toque de elegancia y contribuía con la luminosidad. Nosotros pasamos por ahí y fue cuando me percaté que había un hoyo en el techo citado, de inmediato mis ojos se fueron al piso y ahí, casi confundido con el color del piso, estaba el acrílico faltante.

Lo recogí ante cierta negativa de mis compañeros, “para que lo quieres”, “déjalo”, etc. Me lo llevé y les dije, que tal que nos den una recompensa por traerlo. Eso los motivó y respondieron, “es cierto, al rato volvemos”. De ahí en adelante, el tiempo pareció detenerse, era como si el reloj se hubiera detenido. Mientras tanto, nosotros ansiábamos que llegara la hora, pensando en la posibilidad de una gratificación. Doña Daría, mamá de Álvaro, nos recibía siempre con gusto, mujer seria, trabajadora y amable, le habíamos comentado que nos dejaron salir temprano.

Faltaban cinco para las cuatro p.m. y nosotros ya íbamos presurosos a la zapatería, yo, cargando ufanamente el pedazo de acrílico y ellos a cada lado mío. Mi sonrisa en ese momento era para iluminar cualquier sombra, me dirigí a la señora de la caja y le platiqué brevemente la historia de nuestra odisea con el dichoso plástico.  Mi recuerdo más grato de aquel entonces, fue cuando la señora agradeció y con una gran sonrisa nos regaló cinco super pesos. Mismos que repartimos de manera equitativa, dos pesos para el descubridor y cargador, y el resto para los acompañantes, todos quedamos conformes.

ABUELITAS:

A los niños de mi época, no tocó un tiempo maravilloso, libertad, paz y gobiernos que atendían a los sectores vulnerables, sensibles al dolor ajeno. Los tiempos han cambiado y es necesario adaptarnos. Es cuánto.