Luces y sombras de la ex hacienda de San Antonio

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    Esta creencia, sin embargo, no se reduce a la gente que vivió en la hacienda o en algunos de sus ranchos, sino que se extiende a todas las rancherías y los pueblos del norte de Comala, que consideran al 13 de junio como el primer día en que, “por lo regular ha de llover cada año”. Cosa que en este año de 2010 se cumplió, pues amaneció lloviendo por aquellos rumbos, y así estuvo hasta la media mañana.

    Ubicada, como bien se sabe, casi al pie del Volcán de Colima, en las inmediaciones de la laguna El Jabalí, y a unos poquitos metros de la orilla del arroyo El Cordobán, la vieja casona de la ex hacienda hoy se ha convertido en un hotel de gran turismo, al que no tiene acceso sino gentes muy ricas, por sus tarifas tan altas, y que sólo se abre a la población el día 13 de junio de cada año, en la medida de que allí existe una capilla dedicada a San Antonio, y de que sus actuales dueños no se quisieron confrontar de más con los fieles del mismo, que de múltiples modos manifestaron su idea de continuar venerando al santo.

    La función de San Antonio coincidió este año con un domingo y, como dije, con el día inaugural del periodo lluvioso, que esperamos sea tan bueno como lo afirman los campesinos viejos.

    Desde muy temprano comenzaron a llegar los organizadores de la misa que se verificaría en el atrio de la capilla y en la explanada de la ex hacienda; al igual que los vendedores que se instalaron afuera para ofrecer tuba compuesta, duritos de harina, arroz con leche, tacos tuxpeños, agua fresca de sabores y otros productos que habrían de consumir para matar el hambre los no pocos visitantes que se esperaban.

    Quince minutos antes de las once dos largas hileras de vehículos estacionados se veían a lo largo de la carretera, pero seguían llegando más. En tanto que en el interior tres toldos, puestos por otras tantas cervecerías, eran ya insuficientes para dar cobijo y sombra a tan numerosa concurrencia.

    Un mariachi se colocó junto a la monumental arcada del hermoso acueducto de piedra volcánica labrada que allí existe, y la amplísima y verde explanada se comenzó a llenar también de gente, que más que ir a la misa en sí, fue como a pasar un bonito día de campo.

    Los elegantes portales del hotel-hacienda, embellecidos por el dinero para los turistas que pueden pagar las tarifas mostraban su enorme zaguán y sus ventanas de reja cerradas, ocultando a los fieles de San Antonio las bellezas artísticas o artesanales del interior del hotel. Y cinco mozos del mismo, fungiendo como guardias para la gente indeseable, permanecían de pie frente al zaguán, para disuadir a los visitantes demasiado curiosos. De modo que tuvimos que conformarnos con ver lo que nos dejaron ver. Que no fue poco ni feo.

    Muy a lo lejos se escuchaban aún los ecos de los cohetes rebotando en las laderas de los cerros adyacentes y en los paredones de la barranquilla de El Cordobán. De modo que tuve mucho tiempo para sentarme en un tosco sillón del portal enladrillado para observar a los danzantes del Grupo de la Tercera Edad, y para recordar algunos datos del San Antonio de antes…

    La primera ocasión que me tocó visitar la ex hacienda fue a mediados de la década de los 70as, unos tres o cinco años antes de que fuese adquirida (en 1980) por Antenor Patiño, dueño a su vez del Hotel Las Hadas.

    La ex hacienda no estaba en ruinas pero sí en un visible estado de abandono e inactividad que contrastaba vivamente con las descripciones elogiosas que había llegado a escuchar de algunas personas longevas. Pero persistían allí, rodeando la hermosa explanada empedrada, algunas casuchitas miserables y oscuras, de láminas de cartón y paredes de ladrillo capuchino (ladrillo parado); en las que habitaban los descendientes de algunos los antiguos peones. Trabajando a veces, o dedicados a recordar viejos y mejores tiempos. Pero en ese entonces, como hoy, la arquería de piedra volcánica de los portales y del acueducto era imponente, espectacular.

    El acueducto seguía funcionando. Vi la caída del agua chorreando aún, como cuando movía con su impulso las máquinas que allí hubo para descascarar el café de primerísima calidad que se producía en cientos de hectáreas de aquellas húmedas y selváticas tierras y, no pude menos que enamorarme del sitio. Al que volví muchas veces, hasta que los sucesores de Patiño en la propiedad decidieron sacar a los peones de allí, e impedir el acceso al paisanaje, al igual que en el hermoso rancho de El Jabalí.

    Documentos de finales del siglo XIX refieren que antes de que existiera esa hacienda había varios ranchos en los alrededores, que respondían a sonoros y vigorosos nombres como los del Rancho de la Lumbre, Los Corrales Viejos, La Barranca de Salsipuedes, El Rincón de los Aguacates, El Parral, El Guayabal, Los Potreros y, por supuesto, el de San Antonio. Ranchos todos que fueron adquiridos allá por 1874, por un inmigrante francés, de profesión ingeniero, que habría arribado acá durante el imperio de Maximiliano, o un poco después, llamado Arturo Le Haribel. Amigo en Colima del gobernador Ramón R. de la Vega, introductor en el área del famoso café caracolillo. Que unos dicen que trajo desde una huerta de Uruapan, y que otros afirman que trajo de Costa Rica en un viaje que verificó por allá en 1873.

    Le Haribel, como sea, se asoció con una tercia de inmigrantes alemanes (Adolfo Kebe, Enrique Stoldt y Arnoldo Vogel) que como él mismo se habían decidido a vivir en Colima, para unir capitales y establecer una plantación de café en las tierras que consideraron más propicias de todos los mencionados ranchos. Pero escogiendo al de San Antonio como su sede.

    Enriqueta Vogel, una bella hija (o nieta) de don Arnoldo Vogel se casó con don Carlos Schulte, un alto y guapo alemán que tenía una gran tienda por la calle Principal (hoy Madero) de Colima, frente al costado norte de la Catedral. A los que me tocó conocer siendo niño. Ellos fueron papás de Elsa Shulte Vogel, quien a su vez contraería matrimonio con el Dr. Nicasio Cruz Carvajal, amigos míos muy queridos. Del “Doctor Cacho” escuché que, cuando ya se consolidó la producción de café de altura en la plantación de la hacienda, en donde llegaron a existir hasta 350 mil plantas, el ingeniero Le Haribel y don Arnoldo Vogel decidieron enviar unas muestras de café a exposiciones internacionales de los Estados Unidos y Europa, llegando a obtener, por ejemplo, un primer lugar en la Exposición del Centenario en 1876, y otro en la de París.

    En otra charla que le llegué a escuchar al historiador manzanillense, Héctor Porfirio Ochoa, él dijo que en esa exposición de París, el caracolillo de San Antonio, Comala, superó incluso al famosísimo café moka, de Arabia.

    Las obras del acueducto de San Antonio (que merecerían por sí solas un amplio estudio de ingeniería) datan, según datos corroborables, de la década de los 80as del mencionado siglo XIX. Y para el año de 1900, según el censo poblacional de ese año, en San Antonio se registraron 468 varones y 415 mujeres. Lo que nos da un poco menos de 900 habitantes donde hoy no vive nadie. Censo también que registró en la cabecera municipal de Comala dos mil 308 habitantes.

    Habiendo vivido él mismo, como niño, en la hacienda de San Antonio, don Jesús Macedo López, alias El Pollo (famoso boticario del barrio de La Sangre de Cristo). Me platicó hace 20 años que la vida en la hacienda era bonita; que don Arnoldo puso una escuela con maestras de Colima y que él mismo fungía allí, más que como patrón, como patriarca. Aunque hay otras versiones, de indígenas de Suchitlán, de que los maltrataba y de que tenía matones a sueldo que suprimieron a varios de sus paisanos, sobre todo cuando le comenzaron a demandar al gobierno y al hacendado la devolución de las tierras de su antigua comunidad, para fundar su ejido.
    Recordando sus años infantiles vividos allí, don Juan Macedo López, escritor, hermano de El Pollo y Don Goyo Macedo, escribió también en alguna ocasión, que algunos comerciantes de Comala iban hasta la hacienda para expender sus mercancías durante los sábados y los domingos, en “tendidos” bajo los portales, durante los tiempos de lluvias, o bajo las tescalamas y las higueras de la explanada en tiempos de secas: “Dos días de jolgorio bajo los portales y en la explanada cuadrangular circundada por el caserío de paredes de ladrillos grandes, techos de tejamanil y teja, soportal de pilares de nogal… (o junto) a las dos araucarias de la capilla (de las que queda una, por cierto).
    Desde San José del Carmen, de Zapotitlán y hasta de Tuxcacuesco llegaban compradores y vendedores hasta la hacienda”.

    Dos días de jolgorio semanales, muy parecidos acaso a éste, de la función ancestral de San Antonio, que nos tocó presenciar el domingo 13 de junio.