EL PERDÓN, FALSO DEBATE

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LECTURAS

Es preciso recordar

que hay mucho que recordar

Por: Noé Guerra Pimentel

Como toda fecha conmemorativa este 2019 debería servir para debatir, sí, pero a fondo, con seriedad, sin traumas, sin frustraciones ni complejos, a propósito de la naturaleza del Imperio español y de sus efectos políticos e históricos sin perder de vista la realidad de una parte constitutiva del mundo actual llamada hispanidad, que comenzó a fraguarse con la entrada al continente americano de unos individuos hábiles en el manejo de la cruz, la espada, la pólvora y la pluma y que lo realmente importante es conocer y entender el contexto en el que se produjeron esos hitos, cuando, por ejemplo, gobernantes del siglo XVI de potencias como Francia o Inglaterra, habrían dado lo que fuera para que la empresa hubiera sido de ellos. Una época en la que nadie se planteaba cuestiones éticas al nivel nuestro desde la Carta de Derechos Humanos de 1948.

Cuatrocientos años atrás las naciones entendían como un bien la expansión territorial y los beneficios derivados de ello. Desde esa óptica, España fue vanguardia. Es necesario que comprendamos que la historia de la conquista y colonización del Nuevo Mundo no se reduce a un enfrentamiento entre europeos e indígenas, ni de blancos contra morenos, ni de malos contra buenos, eso es muy simplista, parcial, falso, injusto y perverso, según, y más cuando es un pasaje mucho más rico y, por tanto, mucho más complejo. Asimilar y entender que nuestros antepasados lo son de ambos bandos y que en su interacción desempeñaron un papel decisivo para la definición del denominado Nuevo Mundo del que ahora somos herederos. No debemos olvidar que el descubrimiento, conquista y colonización de este continente dejó una sociedad que, con variantes propias, es una nueva versión de la cultura occidental, heredera de un vasto legado histórico, y, sobre todo, una lengua en la que podemos comunicarnos entre nosotros y también a través del Atlántico.

Olvidar que con Hernán Cortés llegó al ahora México, Grecia, Arabia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, la universidad, la imprenta, Fernando de Rojas, Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León… y centrarse exclusivamente en la cara violenta del mestizaje es injusto. Tan injusto y absurdo como si al hablar de la Grecia Clásica nos centráramos en la esclavitud o de la Inglaterra moderna sólo en el tráfico de esclavos, la piratería o la persecución de católicos. Recordar también que no, que no debe ser celebración, sino conmemoración. No hay que olvidar, claro está, que esos viajes exploratorios e iniciativas conquistadoras trajeron la tragedia a muchos de los grupos humanos autóctonos, como tampoco hay que dejar de reconocer que con ello cesaron prácticas bárbaras como la antropofagia y los sacrificios humanos, y que se comenzó a consolidar una sociedad que, tres siglos después, adquirió su condición de estado-nación y forjó una identidad, la nuestra.

Es evidente que nadie en su sano juicio desea volver a un pasado que se supone inmóvil en señoríos y cacicazgos limitados en su capacidad de hacer daño. Son de lamentar las injusticias que padecieron los de entonces a causa de una convivencia desigual, pero hasta ahí, sin más prejuicios basados en distinciones arbitrarias y sustentados en formas de ejercer el poder, económico, político y social. Aprendamos de la historia sin olvidar que toda, o casi toda, expansión humana trajo como consecuencia excesos. Todos los imperialismos fueron, por definición, agresivos. Y el español no lo fue menos en América y en Asia, como cualquiera.

Finalmente, solo tratar de entender que es incorrecto aplicar los modernos conceptos de derechos humanos, libertad, convivencia, democracia, equidad, diversidad, etc., como si tales hubieran existido en el siglo XVI. Toda mirada anacrónica impide conocer las trascendencias tanto del pasado como de lo que pueda depararnos el futuro. En suma, nada hay que lamentar y a nadie que culpar, como no culpamos a nadie de los desastres naturales, pero sí a quienes pueden aminorar sus consecuencias mediante la prevención y la mejor prevención, en este caso, se dará cuando abordemos los hechos como fueron, sin manipulaciones, sin tergiversaciones, sin parcialidades ni imposiciones dogmáticas.