COLIMA: DESOLACIÓN Y DESORDEN

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana.

Por estos días me invade, como a miles de colimenses más, una profunda tristeza.  Por la pandemia, estamos perdiendo vidas muy valiosas las últimas semanas, lo que no quiere decir que las de los 18 meses anteriores no lo sean. La variante delta del Sars Cov 2 nos ha sacudido y puesto en alerta máxima por su  efectividad en el contagio.

Hombres y mujeres de todas las edades están siendo víctimas y cientos de miles de familias están destrozadas por esa calamidad. Frente a esa realidad, está  un sistema de salud  rebasado respecto a formas nuevas para atacar la epidemia y otras enfermedades tradicionales como la diabetes o la hipertensión arterial. Y cuando debieran extremarse precauciones y dictaminarse políticas de cuidado de la sociedad,  persiste el incumplimiento de leyes    y la incomprensión de numerosos sectores que hacen funcionar espacios de gran concurrencia como si no se percibiera la fatalidad de lo que está ocurriendo.

Los últimos días han sido  de espanto en Colima por el número de contagios y muertes. Las cifras oficiales  alarman, pero podemos multiplicarlas por dos o por tres en todas sus modalidades al fin que no hay registros confiables sobre esa catástrofe de la salud, y posiblemente acertemos en el conteo.

Estamos sintiendo  la muerte muy cerca de nosotros. Casi no hay familia donde no se conozca a algún familiar o vecino que haya sido afectado. Urge que las autoridades tengan la vocación de proteger la vida, se organicen y actúen con rigor  y  promuevan el cambio rotundo de hábitos en la gente, que aún duda de la existencia del virus y acaso lo niega después incluso de haberlo padecido.

Hace unas tres semanas,  falleció en cumplimiento de su deber de informar Carlos Valdez Ramírez, director de Diario El Noticiero, quien ni un solo día de su existencia dejó de ser periodista desde que decidió serlo. Le entró ese virus por escribir muy común en las personas inquietas que tienen el valor de comunicar la verdad acerca de los acontecimientos  cotidianos aun en las condiciones más difíciles. Mi tocayo era como un hombre orquesta, tocaba todos los instrumentos y dirigía en su sinfonía  a los participantes que eran  sus amigos, familiares,  reporteros y colaboradores que hicieron crecer a El Noticiero, evolucionando a la vez ellos  mismos en su carrera de servicio.

Este 20 de agosto, luego de padecer covid, falleció Manuel Sánchez de la Madrid, periodista por más de 50 años que deja una huella profunda en su familia y en los que lo conocimos.

Yo lo conocí allá por 1978 cuando dirigía El Mundo desde Colima, un rotativo que buscó colocarse en el ánimo de los lectores. Con los altibajos propios de una actividad como la de publicar periódicos aunque se gane poco o nada o se pierda a veces, Manuel prosiguió su camino y, tras dirigir Diario de Colima durante varios años,  entregó su vida a un proyecto en el que siempre creyó y del que jamás se apartó aunque combinara su dirección temporalmente con actividades de servicio público. Por pérdidas como esta y por muchas otras más ( casi 1,500 personas, oficialmente), como la de Adrián Hernández, la del prestigiado notario Mario de la Madrid de la Torre, la del abogado  Francisco Vasconcelos o del notario Juan José Sevilla Solórzano últimamente, entre otras también valiosas, es que Colima  está en el  desconsuelo.

Se impone, una lógica de cuidado personal y colectivo a ultranza. Tenemos que protegernos entre todos o seguirán muriendo personas sin haberse dado cuenta en qué momento resultaron contagiados. Tenemos que cuidar la vida; quienes se resistan a vacunarse por falsas creencias, tienen que reflexionar profundamente en que hacerlo, como dijo el papa Francisco, es un acto de amor al prójimo, a la comunidad, no solo por sí mismo.

Y es un acto de amor vacunarse porque se protege la vida que Dios ha creado, nuestro prójimo ni más ni menos. “Vacunarse es un modo sencillo pero profundo de promover el bien común y de cuidarnos los unos a los otros, especialmente los más vulnerables”, declaró el papa.

De persistirse en la negación de la enfermedad o en la negligencia de no hacerlo solo porque para comprobar la existencia del virus ha de sufrirse en carne propia, seguirán pagando justos por pecadores.   Pongo el caso de un joven que el fin de semana, de antro, se contagia y acude a los médicos; estos lo atienden pero uno de ellos se contagia por él y muere. ¿  Es  justo que pierda la vida un profesional de la medicina que se infectó y dejó a su familia en la orfandad por culpa de una persona insensible que no ve más allá de sus narices?

En fin, nuestra entidad vive una etapa de desolación de carácter histórica. Jamás imaginamos hasta dónde podía llegar la pandemia ni hasta dónde los colimenses desdeñarían  el descuido por su propia existencia.  

Agreguemos a esa tragedia en salud el desorden que se percibe en Colima en muchos lados porque la  gobernación humana y efectiva se esfumó desde hace tiempo y ha originado insatisfacción social que nadie sabe cómo va a terminar.

Urge  rescatar el ambiente de legalidad, que el derecho sea el faro de luz que guíe los actos gubernamentales. No merecemos  el deterioro social y moral actual (¿ o sí ?)  ,  patente con las protestas grupales conocidas por todos por falta de salarios ya devengados.

Es tiempo de sacar experiencias de las desgracias que nos envuelven, intensificar el diálogo familiar, apreciar la vida y valorar lo que tenemos, crecer como personas en lo humano y ser solidarios con los que hoy nos necesitan.

Y en un afán de justicia, para que las cosas queden claras, una vez se renueve el poder, tiene que investigarse cómo se administró Colima los últimos años y cómo es que se  llegó a la fractura de la confianza en las instituciones.  Veremos que nos depara la 4T en este sentido.. . .