Don Felipe y sus bolas: Una historia de mi infancia por ser Día del Niño

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“El día que se me acabe la imaginación, pediré consejo a un niño”

Anónimo

Entre libros y café

Por: José Luis Cobián León

Tendría alrededor de 7 años cuando fui con mi familia al río, venerable recuerdo de un clima fresco y paisaje romántico, en el lugar se dieron cita otras familias conocidas de mis padres, ya situados a la sombra de un árbol conocí a Don Felipe, un señor agradable, atento y divertido. A varios días de esa salida en una tarde gris, ausente de mi entorno, me encontraba jugando en la cochera de la casa, cuando escucho “booooolaaas” “booooolaaas”, vaya sorpresa me llevé cuando vi a Don Felipe que era el que vociferaba, me reconoció y me dijo: “Hola hijo, deja te doy unas bolas de maíz para que las pruebes y le lleves a tus papás” bajo el canasto, saco sus bolsas y con júbilo observe como depositaba ocho bolas bañadas de caramelo, le di las gracias y entré corriendo a la casa para compartirlas.

A partir de aquel gran encuentro todos los domingos tuvieron un toque distinto, probar las bolas de Don Felipe (de maíz, me refiero), después de dos semanas, Don Felipe comenzó a irse por enfrente, después por la otra cuadra y aunque mis padres me exigieron que nunca le pidiera nada, cuando lo escuchaba a lo lejos, cumpliendo el decreto de mis progenitores solo iba a su encuentro para saludarlo, por lo que no tenía más remedio que regalarme más delicias.

La ausencia de Don Felipe fue inexplicable a mi niñez. Hasta ahora comprendo que fui yo el culpable de que se fuera de la colonia, donde tenía su ruta de venta, desde ese momento ya no lo he vuelto a ver y aunque tengo gratos recuerdos, quizás, para él sea lo contrario, y me recuerde como un mocoso delgadino, greñudo y hartón que le mermaba las ganancias.

Un favor, niños y papás si llegaran a escuchar “booooolas” pregúntele el nombre y si es Don Felipe, dígale que lo busco para reponerle algo de lo mucho que perdió conmigo.

El cielo de los perros de Amaranta Leyva

Cuántas veces de pequeño me dijeron que los perros y los animalitos en general van al cielo, con cierta duda no podía imaginarme ese asunto, recuerdo que escuche de algún adulto aquello de que teníamos que ser buenos con los chuchos, ya que eran los únicos que cuando moríamos nos podían pasar por el camino del purgatorio a la vida eterna.

El punto es, que mi hija hace unos 3 años en primaria pidió un libro en su escuela para leerlo en casa, el tema me interesó y me puse a leerlo, un libro que a mi entender está pensado para niños, pero para que lo lean los adultos, por ser una conmovedora historia de cómo vemos las cosas de pequeños después de la muerte de un perro.

La obra se realizó para hacer teatro a través de títeres, incluso, al final trae una lista de materiales y dibujos claros para construirlos, pero me permito contarles un poco más:

Pepelón, es el personaje principal, un niño que emprende una búsqueda para saber el paradero de su perro Fiolo, debido a que un día al llegar de la escuela, sus padres le dijeron que se había ido al cielo de los perros. Pepelón, siempre le cree a sus papás, pero hay algo que no cuadra con su sabio entendimiento, por lo que recordando las preguntas que usualmente hacen los niños y que difícilmente contestan los adultos, ¿De dónde venimos?, ¿Cómo nací?, ¿Cómo es el infinito?, ¿Qué pasa cuándo nos morimos?, por lo que muchas veces el adulto responde, suponiendo que tienen respuestas para todo, entonces Pepelón, al igual que todos los sabios pequeñuelos, no están del todo de acuerdo.

Pepelón, todas la noches en sus sueños emprende la búsqueda hacia el cielo, en su viaje encuentra a Macario, un despistado gusanito que no halló lugar en la tierra ni en el cielo, por lo que juntos emprenden una aventura por el cielo de los gusanos, que a su vez era el infierno de las señoras elegantes; posteriormente se adentraron al cielo de los lobos, que a su vez era el infierno de las ovejas; y así fueron recorriendo el cielo de las escobas, infierno de los perros, y finalmente llegarán al cielo de los perros, que era el infierno de los pollos, pero en este lugar Pepelón cumplirá su misión, porque encuentra a su amigo Fiolo, y entenderá que con la llegada de la muerte debemos despedirnos de los seres queridos.

Amaranta Leyva nos comparte que aunque el teatro se ve y no se lee, primero se debe escribir tal como si fuera un cuento, con algunas variantes importantes y esta obra su sola lectura nos hace conocer por medio de la imaginación ese cielo de los animales del que nos hablaron en la infancia, y con un poco de paciencia, podemos crear personajes de papel para pasar un momento encantador en familia.

Amaranta Leyva, dramaturga y titiritera, nació en Cuernava, Morelos, en 1973. Su niñez la vivió en el teatro del que fue parte y en 1989 lo desarrolló profesionalmente, en la compañía de teatro de títeres Marionetas de la esquina. Su intensidad y amor por el teatro la hizo que fuera su forma de expresión, especialmente al público infantil, su frase “explorar el universo infantil me permite adentrarme en las emociones más escondidas, profundas e intensas del ser humano.”

Obtuvo el Premio Nacional de Obra de teatro para niños, sus obras han sido montadas en gran parte de la República Mexicana y en el extranjero. Entre ellas podemos encontrar, “El señor de Tierrablanca, El siglo de mis abuelos, El cielo de los perros, Dibújame una vaca, Mía y El vestido”. Todas forman parte de las bibliotecas del aula y el maestro. Queda demostrado el gran amor de Amaranta por el teatro y los niños, que son parte fundamental de su vida y cuya actividad realiza actualmente con intensidad.

Promueve la lectura en tus pequeños, lee con ellos, así lograras que en el futuro sean lectores apasionados y formen parte de este templo de la sabiduría, donde la imaginación se desborda para dar paso al conocimiento que los hará mejores seres humanos. Para que no quede nada en el tintero: [email protected].