CUIDAR NUESTRA CASA

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

Los colimenses que periódicamente vacacionamos por algunos lugares de Jalisco como Tapalpa o Mazamitla, nos hemos percatado cómo la mancha urbana se extiende en ellos hacia lugares que no hace muchos años estaban ocupados por pinos, árboles bellos y perfectos que los hicieron famosos como sitios ideales de descanso para “cargar las pilas”.

Desde que uno se aproxima al centro de esas localidades, respira oxigeno limpio y distinto al de las grandes ciudades cubiertas de gases dañinos; la vida pueblerina nos absorbe gratamente y nos impele, si podemos, a quedarnos más días de los programados. El bullicio forma parte de la vida común allí, y aunque se carezca de vías para dar cabida a tantos automóviles, uno se las ingenia para hacer sus compras de alimentos y pasear un poco por sus atiborradas calles pletóricas de turistas y hasta acudir a un paseo a la sierra del tigre.

Evidentemente hay un gran problema que es el de la tala desordenada e ilegal, o el surgimiento de incendios provocados en bosques o selvas para la agricultura o para construir viviendas. Exactamente lo que ha pasado en los dos lugares referidos y muchos más.

En efecto, uno de los principales inconvenientes es el deliberado cambio de uso de suelo en zonas boscosas y selváticas. En esos entornos se provocan incendios para convertirlos en pastizales o para sembrar, o se tala para construir viviendas o complejos turísticos”, aunque estas prácticas tienen ciertos riesgos, que no se notan hasta que sucede una tragedia. En estos trámites, fraccionadores y autoridades van de la mano sin que les importe consecuencias.

“Quien devasta los bosques puede argumentar que se trataba de un área improductiva. Ejemplo de ello es también lo que pasó en el poblado de Angangueo, Michoacán, entre 2010 y 2011: la población creció, empezaron a cortar árboles de los alrededores, llegaron las lluvias y no hubo una barrera que retuviera el suelo, entonces sobrevino una inundación acompañada de un deslave”.

Pero esto es sólo parte del problema, pues la deforestación para uso agrícola o habitacional implica el agotamiento del suelo y la imposibilidad de recargar los mantos acuíferos que proporcionan nueve de cada 10 litros de agua para consumo.

A esto se suma la contaminación del agua y del aire, que pone en riesgo el equilibrio de los ecosistemas y la salud humana (daños fisiológicos y genéticos), lo que a su vez representa un alto costo para el sistema de salud en México.

Además, las enfermedades pulmonares por contaminación del aire afectan a casi 20 millones de personas, y tan solo la atención a padecimientos como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y el cáncer pulmonar cuestan al país 29 mil millones de pesos anuales.

En un comunicado reciente,  la UNAM explicó que aunque México no es un país con un incremento poblacional acelerado, la tendencia anual de 1.2 por ciento podría ser determinante en la demanda de servicios, pues se requerirán más viviendas, alimentos, servicios de salud, transporte, energéticos y, en consecuencia, se generará más contaminación.

Y al haber más necesidades, el impulso del hombre a hacer negocios estropea cualquier desarrollo equilibrado y sostenible. Cuidemos nuestra casa (el planeta). Cuidemos nuestros bosques, nuestras bellas regiones pobladas de pinos y demás árboles preciosos que son pulmón del planeta y no por una agenda descarada de negocios a costa de ellas, cancelemos la oportunidad de vivir mejor.

Este artículo involucra, claro está, a los colimenses que gozamos con una tierra exuberante. Tenemos que cuidarla, es nuestra casa.