ESTUDIO DE DIEGO RIVERA EN ACAPULCO SERÁ CENTRO CULTURAL

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    Hay dos acciones pendientes para concretar la venta de la casa que fue construida en 1943, adquirida en 1948 por Dolores Olmedo Patiño y donde, entre 1955 y 1957, Diego Rivera creó cuatro murales –dos exteriores y dos interiores-: que el municipio emita el certificado de unificación de los tres lotes que suman cerca de 3 mil metros cuadrados , y que se autorice la firma de constitución de la Asociación Civil Casa de los Vientos Diego Rivera (el nombre aún es tentativo) integrada por el gobierno de Guerrero, la SEP y por el empresario Carlos Slim (a través de la Fundación Telmex).

    A comienzos de este año se planteó la compra; en julio se cerró el trato de la venta por poco más de 39 millones de pesos, que serán pagados por las tres partes, en montos iguales.

    Carlos Phillips Olmedo, albacea de la sucesión de Dolores Olmedo, explica que todo está listo para firmarse antes de que termine noviembre. El también director del Museo Dolores Olmedo, que guarda la mayor colección de obras de Diego Rivera y Frida Kahlo, detalla que su madre, la filántropa y coleccionista Dolores Olmedo, quiso que en este lugar, donde Rivera pasó entre seis y ocho meses de los años 1955, 1956 y 1957, se creara un centro cultural. Sin embargo ese espacio ella lo heredó a sus nietos.

    Cuenta Phillips que a comienzos de este siglo, la familia buscó venderlo: un avalúo de los murales, independiente del predio, que realizó en el 2002 el Cencropam del INBA (Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Inmueble) fijó en cinco millones de dólares el precio de las obras. Sumados al costo de los predios son seis millones de dólares.

    En tiempos del gobierno de Zeferino Torreblanca, en Guerrero, se ofreció la casa a su administración por la mitad de aquel precio –tres millones de dólares- siempre y cuando se creara un centro cultural, sin embargo el gobernador no concretó la adquisición: “Dijo que sí, pero que necesitaba ¡que consiguiéramos el dinero!”, recuerda Carlos Phillips. Alejandra Frausto, actual directora del Instituto Guererense de Cultura (IGC), retomó las negociaciones este año.

    Manuel Zepeda, director de Centros Culturales del Instituto asegura que las negociaciones van en tiempo y forma. En todo caso, es improbable que la casa pueda abrirse al público a comienzos de diciembre para que se vean los murales que se encuentran en el primer edificio, como lo planteó semanas atrás Frausto en una entrevista con EL UNIVERSAL.

    La directora dijo que se necesitará otro presupuesto para adecuar la casa como centro cultural, pero no precisó a cuánto pueda ascender.

    “Tenemos que buscar el recurso. Es un espacio que requiere restauración de sus murales primeramente; en segundo lugar, cuando abres un espacio para que sea cultural tiene que garantizar 100% de accesibilidad para personas discapacitadas, por ejemplo; entonces hay que hacer intervenciones. Se hará mucho de conservación en la primera etapa y restauración de los murales para que se puedan conocer. Del gobierno del estado dependerá la operación y los recursos tendremos que allegarlos de parte de amigos del propio centro, del Gobierno Federal, de la Cámara de Diputados”.

    La directora del Instituto dice que los murales se encuentran en buen estado, casi al 100%, salvo por uno de los interiores que presenta problemas de humedad.

    “Los murales los restauramos hace dos años; están en perfecto estado –afirma Phillips-, el INBA tiene informe de lo que hicimos, se les avisó. El que presenta algunos problemas es el mural que parece un ojo mágico –pero ahí tenemos los azulejos-, los otros se encuentran en perfecto estado aunque dan a la calle”.

    Son casi 300 metros cuadrados de murales; dos en la fachada, donde se ve la serpiente y el estero de Exekatlkalli, la Casa de los Vientos; ahí también hay un autorretrato de Rivera donde se pinta con un corazón en la mano, como sapo, y hay también un xoloescuintle. Adentro, uno de los murales está en el techo, es de mosaicos, tiene un sol y una serpiente; en lo que era el estudio hay un mural de piedra donde se ve una paloma con una rama de olivo.

    De vuelta a México

    Al regresar de Europa en 1955, Rivera fue invitado por Dolores Olmedo a irse a la casa de Acapulco; entonces el artista se encontraba ya enfermo de cáncer. En la Casa de los Vientos, el pintor tuvo un estudio que la filántropa mandó a adaptar expresamente para él, pero el artista prefería pintar en las amplias terrazas, al aire libre, cuenta Carlos Phillips, quien hace la salvedad de que en todo caso él era muy chico cuando el pintor iba a la casa, que para los miembros de la familia era su lugar de vacaciones.

    En las terrazas, desde donde se veían la bahía, mar abierto, La Quebrada y Puerto Marqués al fondo, Rivera creó las 25 obras de su famosa serie de pinturas de puestas de sol, así como los tres cuadros de los niños rusos, una pintura de una hamaca y otros óleos y dibujos de su hija Ruth, de Irene –hija de Dolores Olmedo- y de otros miembros de la familia de la coleccionista.

    La vida de Rivera en el puerto incluyó la cotidianidad de esa ciudad que ya es poco conocida por sus actuales habitantes o por los turistas. Un puerto que aun no crecía hacia Icacos y menos hacia Punta Diamante, cuando mucha de la vida giraba en torno del mercado donde se conseguían con facilidad huevos de tortuga; una ciudad de grandes casas que se vinieron abajo ante el voraz crecimiento de edificios y hoteles. En ese Acapulco eran famosas las historias en torno a visitantes y residentes famosos, John Wayne, Frank Sinatra y Johnny Weismuller.

    Aquella casa que alojó a Rivera recibió también a Helen Hayes, Jude Brennan, James Gordon MacArthur, y a uno de los grandes arquitectos que transformó el puerto y a México: Mario Pani.

    La casa, cuyo arquitecto no se conoce, era del tipo de casas antiguas de Acapulco donde todo estaba rodeado de terrazas para aprovechar la brisa; no tenía, no tiene, aire acondicionado; en 1951, Olmedo compró parte de un terreno vecino que era un bungalow donde se adaptó el estudio para Diego. Luego, en 1981, compró otro terreno para hacer la alberca. Con ayudantes que tuvo en la ciudad de México, Diego hizo los murales.

    “El techo del pasillo y los de las bardas son hechos con mosaico veneciano, y el techo del estudio está hecho con piedras naturales; los colores son con piedras naturales. Hay conchas en los murales de la parte de afuera; por ejemplo, la cola de cascabel está hecha con conchas. Es de las ideas de Diego más bien logradas”, describe Carlos Phillips.

    En la casa no existen obras de Rivera. Tampoco los numerosos cuadernos en que dibujaba. Aún no se precisa si el centro cultural podría exhibir, en préstamo, obras del artista o copias de sus pinturas. Pero su desarrollo como espacio cultural tiene una meta: reconstruir la memoria del viejo Acapulco, el de la bahía.

    “El proyecto de recuperación del Acapulco tradicional comprende varios ámbitos, desde el urbanístico, espacios para ciclistas, y ahí está el corazón histórico de Acapulco, donde muchos personajes y artistas pasaron temporadas, escribieron sus obras, por ejemplo Anaïs Nin vivió un tiempo en el Hotel Mirador, frente a esa casa”. Frausto reconoce la necesidad que tiene el puerto de tener espacios culturales, pues son escasos, salvo por el Centro Cultural Acapulco, el Museo del Fuerte y la Casa de la Cultura de la Universidad. Además, admite, que no existe un espacio que recupere la memoria del lugar.