BARRANCA DE SANTA ELENA

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Por José Díaz Madrigal

En memoria de Zeferino Olivares.

En todas las sociedades, en todos los pueblos, existen hechos históricos que vale la pena rescatarlos para darse a conocer a las nuevas generaciones. Sobre todo aquellos acontecimientos que no son de nuestra época y, sin embargo han tenido trascendencia hasta nuestros días, por la importancia que de una u otra forma, estos sucesos han tenido en la actualidad.

Cuando en el mes de Enero de 1927, tres osados jóvenes de aquí de Colima, se internaron en una zona de tupida vegetación y grandes pinos allá en las faldas del Volcán de Colima. Con el propósito de iniciar un levantamiento armado en contra del gobierno para defender la libertad religiosa. En breve tiempo pudieron hacerse de muchos seguidores que simpatizaban con esa causa. Establecieron su campamento en un claro del bosque llamando Caucentla, ubicado a unos siete kilómetros cuesta arriba de Tonila ya Estado de Jalisco.

Caucentla fue el primer campamento que tuvieron los rebeldes Cristeros -después habilitaron varios más-. En este lugar se empezaron a entrenar en el sistema de guerra de guerrillas, además servía de centro de operaciones para elaborar planes de ataque y defenderse del ejército callista.

La primer pelea de importancia que tuvo este grupo, fue en el mismo mes de Enero, el día 23. El bilioso gobernador de Colima Francisco Solorzano, envió a la gendarmería del estado al mando de Urbano Gómez; compuesta por 60 policías a caballo, bien armados con rifles y pistolas. Por las rancherías que iban pasando, dejaban su estela de terror, disparando y ahuyentando a la gente de sus casas. Fusilaron a un viejo campesino que se quedó en su jacal, le preguntaron sí era Católico respondió afirmativamente y le dieron un tiro en la frente. Con el mismo salvajismo llegaron al rancho La Arena no lejos del campamento Cristero. De Caucentla se dejaron venir 15 Cristeros que en poco rato les tumbaron ocho gendarmes aparte del jefe, los demás salieron corriendo en desbandada.

Pasaron los meses en que la mayor parte de encuentros entre gobiernistas y luchadores de la libertad religiosa, eran favorables a estos últimos. Motivados por distintas estrategias, se había movido el cuartel de Caucentla a la población de Zapotitlán Jalisco. Tenían un día que habían llegado a este lugar, cuando fueron avisados que el general callista Manuel Ávila Camacho, estaba atacando a un grupo de Cristeros en el rancho de Santa Elena ya en los linderos de la municipalidad de Tolimán. Se comisionó a un pequeño comando de díez aguerridos colimotes, de los más escogidos y de más experiencia; para fortificar los peñones de la barranca de Santa Elena, con el fin de evitar que Ávila Camacho entrara a Zapotitlán. Llegaron al atardecer y acomodaron posiciones.

La mañana del Domingo 22 de Mayo de 1927 -coincidentemente como si el destino quisiera brindarles un merecido homenaje, el día de hoy, también es Domingo 22 de Mayo pero 95 años después- Ávila Camacho emprendió el avance sobre Zapotitlán. Los diez valientes hijos de Colima, empezaron la defensa contra las fuerzas callistas que atacaban. El combate fue aterrador, los de Camacho con fuertes y repetidas acometidas, auxiliados por artillería, intentaban destrozar la avanzada Cristera. Los diez héroes de Colima -no se les puede nombrar de otro modo- rechazaban ferozmente el bien estructurado empuje del adversario.

La profunda y ancha barranca de Santa Elena, resonaba con prolongado y ensordecedor estruendo, causado por las armas y las maldiciones de los callistas, singularmente blasfemos. Vocifereaban desesperadamente llenos de rabia infernal, al ver caer heridos a sus compañeros hasta el fondo del desfiladero. Cómo quiera que sea, los gobiernistas eran un batallón numeroso contra solo diez Cristeros. Éstos comenzaron a sentir que los rodean. Los guachos les gritan: ¡viva Calles, rindanse cabrones! Mientras que los diez al mismo tiempo contestaban con ardor en el pecho: ¡Viva Cristo Rey! Acompañado de guacos que les hacía hervir la sangre en el cuerpo.

De los diez solo se salvó uno, herido en un pie se fue resbalando y rodando entre los matorrales, escapando de la muerte. Los colimotes que ofrendaron su vida fueron: J Natividad Aguilar, Zeferino Olivares, Esteban Torres, Aurelio Madrid, Pancho Medina, Felipe López, Eustaquio Torres, Secundino Quintero y Pancho Torres. Eran los más selectos entre los selectos de los soldados Cristeros.

Poco antes de este agarre, Zeferino Olivares había dicho: cuando me toque enfriar una bala, busquen mi Mauser cerca de donde esté mi cadáver; porque con la ayuda de Dios, esta arma no caerá en poder del enemigo. Y efectivamente, a un paso de donde cayó muerto, se encontró el rifle con el casquillo final quemado dentro de la recámara. Señal evidente que se batieron hasta el último tiro.

Honor y Gloria a estos nueve héroes de Cristo Rey. Ellos repitieron con boca y voz ensangrentada, aquella frase de los valientes -ahora también, tiene el mismo efecto de hacer que se enchine la piel- :¡LA GUARDIA MUERE, PERO NO SE RINDE!