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Por: Yosnel Alvarez Targarona*.

“Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y, arrodillándose ante él, le preguntó: Maestro bueno, ¿Qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna? Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero , vida eterna”                          Mc 10, 17. 29-30

Del evangelio de hoy quiero quedarme solamente con estas dos partes. La primera, que habla de un joven que sale corriendo al encuentro de Jesús cuando ya este está en camino. Hagamos aquí una analogía entre la oración contemplativa y este pasaje. La oración contemplativa es la que nos permite correr hacia Jesús, esa adoración es la que nos permite ir de manera inmediata al encuentro con el amado, es la que nos descubre profundamente los misterios de Dios y nos permite conocerlos de un modo mucho más sencillo pero mucho más luminoso, es la oración contemplativa la que nos permite entablar y tener una relación de amistad con el Padre, una relación de amor mutuo con Dios escondido, es la que nos descubre verdaderamente cómo hijos de Dios, del Dios que es amor, es la que nos permite ser adoradores en espíritu y en verdad. En la oración, en especial la oración contemplativa, es en la que se da esa intimidad con Dios, es donde tratamos a solas con ese que es el sumo bien, es en esa comunión dónde podemos descubrir la voluntad de Dios en nosotros y es donde se nos da la fuerza sobrenatural para hacer esa voluntad a pesar de que nuestros deseos sean otros totalmente distintos.

Este joven es el único que sale a su encuentro cuando Jesús está dispuesto a marcharse, su respuesta fue un poco tardía pero aún así confía en que Jesús le atenderá y le escuchará ya que su actitud de ir al encuentro con Jesús no quedaría frustrada; y continúa el pasaje: “y arrodillándose ante él, le preguntó”. Esta es la actitud de los adoradores, de quienes confían en Dios con todas sus fuerzas, pues haciendo un acto de abajamiento se arrodilla y reconoce que es sólo Jesús quien puede saciar su sed de infinito, que es solamente Jesús quien puede llevarlo a la vida eterna y que es únicamente Cristo quien puede enseñarle cómo alcanzar la vida eterna.

Este joven continúa diciéndole “maestro bueno”, esto es, que reconoce en Jesús no sólo a un maestro sino también a un Padre, ya que la función del maestro y la del padre son muy semejantes en cuanto a que educan y enseñan y, no solamente lo reconoce como maestro sino que además le dice “bueno”, como el maestro paciente que enseña a cada cuál según su capacidad, como el maestro que también es un amigo, por tanto, este joven había descubierto en Jesús su finalidad ya que al encontrar a un Padre amoroso, también había encontrado a un buen amigo. Es por eso que le pregunta: “¿Qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?”

Esta pregunta debió resultar un escándalo para el fariseo o maestro de la ley que estuviese presente en este momento ya que la vida eterna hasta ese momento sólo la poseía Dios y el pretender heredar la vida eterna significarían dos cosas, o bien eres Dios o bien eres Hijo de Dios; este joven rico se sentía ya como un verdadero hijo de Dios porque preguntaba a Jesús como quien sabe que puede recibir una buena fortuna, ”para tener en herencia”.

Jesús, al responderle a Pedro también le está respondiendo al joven rico que no entendía cómo se puede atesorar más riquezas perdiendo las que ya se tienen, pero a Pedro, un pescador de más edad se lo explica diferente, a Pedro le hace ver cuáles son las verdaderas riquezas y le anima diciéndole que quien deje no todo eso sino al menos una de esas riquezas para anunciar el Reino de Dios y la Buena Nueva de la vida eterna junto a él recibiría el ciento por uno, Dios le dará en sobre abundancia, ya que nada se compara con estar junto al Dios de misericordia por los siglos de los siglos. Jesús añade que todo lo que se desea humanamente se poseerá si se es capaz de dar la vida por él, casa, hermanos, hermanas, madres, hijos y haciendas y además Cristo le añade las persecuciones, porque es en la dificultad dónde realmente nos percatamos del valor real de las cosas, es en las persecuciones donde más fuertemente buscamos lo que realmente vale la pena: Dios. Pero Jesús no se queda solamente en que nos dará una vida eterna sino que además de esa vida nos dará un “mundo venidero” en el cual podamos estar en cuerpo y alma glorificados y viviendo como hermanos.

*Prenovicio O. P. La Habana, Cuba

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