URIBE SIGUE DANDO CÁTEDRA CON EL PUENTE ZARAGOZA

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    Este puente fue construido por Lucio Uribe, el gran constructor de Colima, a quien se deben también La Catedral, Palacio de Gobierno, El Teatro Hidalgo, entre otros edificios históricos, y demuestra que con su habilidad sigue dando cátedra a las nuevas generaciones de cómo se construyen los puentes.

    Es justamente el puente “Zaragoza” el que más prestigio le dio a Uribe en su tiempo, y seguramente no llegó a imaginar que su obra trascendería e impactaría a los nuevos arquitectos y constructores de Colima.

    Al respecto, Roberto Huerta Sanmiguel, en su libro “Lucio Uribe, el alarife de Colima” (Universidad de Colima-H. Ayuntamiento de Colima, 1990) dedica un capítulo entero a los puentes que construyó este hombre ilustre del estado.

    He aquí, algunos de sus fragmentos:

    EL PUENTE ZARAGOZA

    Sobre un lugar del río, casi tocado por el maleficio, se edificaban constantemente puentes que más tardaban en ser construidos, que en ser de nuevo arrasados por las aguas. La sabiduría popular había bautizado a este fracaso permanente como “El Puente Quebrado”, nombre que se extendió a la calle que cruzaba al río en este punto y a todos los puentes que ahí se construían quebrados o por quebrar.

    Del primer puente que se tiene noticia de haber sido construido en ese sitio, se remite al año 1812 y para 1822 una creciente lo destruye para que, en lo sucesivo, las posteriores edificaciones corran la misma suerte. En este mismo lugar, sobre la antigua calle del Puente Quebrado, hoy 5 de Mayo, Lucio Uribe construye un puente definitivo: El Puente “Zaragoza”, o puente “Nuevo”, como también le llamaría la gente.

    El puente “Zaragoza” tiene 42 metros de largo por 11 metros de ancho, está formado por arcos de tres puntos, coronado cada uno por una clave y con 10.6 metros de luz. En número tres, estos arcos son construidos de ladrillo recocido y aplanados. Arranca de dos recios contrafuertes centrales y dos laterales. Los apoyos centrales están hechos, en su mayor parte, de piedra baza mamposteada y rajueleada, por el lado norte, en el sentido de la corriente, estos apoyos terminan en arista; para conducir el paso de las aguas, las quillas son revestidas de cantera rosa labrada.

    Las salientes de los contrafuertes se proyectan verticalmente para prolongarse como miradores de planta radial, que continúan la banca y los pasamanos perimetrales del puente. Son fabricados de tabique y aplanados, y tanto el asiento como el pasamanos están terminados en cantera labrada, el respaldo es recubierto de azulejo pintado a mano.

    Los miradores, si se ven en planta, no corresponden al eje perpendicular del puente, sino que están alineados paralelamente a la corriente del río, cuyo cauce lo atraviesa en forma diagonal, razón por la cual se ven desfasados.

    Aunque originalmente el terraplén del puente estaba empedrado, actualmente lo encontramos cubierto por una carpeta asfáltica y dos banquetas que limitan el arroyo vehicular.

    Una de las dificultades técnicas a que se enfrentaron los primeros constructores de este puente a principios del siglo XIX, fue sin duda la problemática localización en que se interceptan, por un lado, las aguas que vienen del norte del Río Colima y por otro, la calle que lo atraviesa en línea recta de oriente a poniente. Y es precisamente en este punto, donde el río cambia la dirección de su cauce hacia el oeste, sobre el sitio que forma una curva, es precisamente el lugar en que se construyeron los puentes.

    Situación que origina en el momento de una creciente, que el lodo, piedras, árboles, ramas, y todo lo que llevan en su arrastre las aguas, se juntara en el lugar en que se desplantaban los puentes, acumulándose y formando una especie de dique.

    Dichos puentes fueron sometidos a grandes esfuerzos de compresión al encontrarse parcialmente obstruidos sus claros, sumando a esto los efectos de turbulencia que pudieron haber afectado apoyos y provocar el volteo.

    El problema del eterno “puente quebrado” es, la suma de dos situaciones: la primera provocada por una curva siniestra y, la segunda, por la necesidad de continuar en línea recta la prolongación de la calle sobre el río.

    Lucio Uribe, da solución al problema, gira los apoyos paralelamente al cauce de las aguas, diseña los contrafuertes o apoyos en forma de “quillas” para presentar menor resistencia a las aguas y conducirlas por sus paredes, sin variar el trazo de la calle.

    Desde 1822, fecha en que fue arrastrado por las aguas, permaneció “quebrado” por espacio de cuarenta años, mientras el “Ylustre Ayuntamiento” intenta repararlo.

    UN TESORO ENTERRADO

    Lucio Uribe gozaba de fama como buen constructor. Había realizado, en compañía de Antonio Alderete, trabajos como contratista de obra para el gobierno y particulares. Edificador del templo de La Salud, trabaja en otra obra de importancia iniciada ese año: “El Teatro Hidalgo”.

    Por fin, después de innumerables estudios y el acopio de materiales para que la obra no se viera interrumpida por falta de recursos, el 2 de febrero de 1873, se empiezan a ejecutar los trabajos preliminares. Para mayo de ese mismo año, las cepas para cimientos de la cadena y estribo están construyéndose.

    La obra, según las crónicas aparecidas en los diarios, “tendrá las condiciones de solidez y hermosura que se requieren en estos casos”.

    Para mayo de 1983 se inicia oficialmente la obra con una ceremonia memorable, en la que en medio de cohetones y la algarabía del pueblo depositan una ofrenda para conjurar las aguas, en el cimiento occidental del puente, un tesoro como los de los viejos piratas, pero en lugar de llenarlos con joyas y oro, éste contiene papeles de la época: una recopilación de periódicos de la localidad, documentos oficiales, textos diversos, las fotografías de los principales funcionarios del gobierno, del constructor y de algunos personajes.

    Sepultaron entre las piedras del puente, en ese tesoro para la historia, monedas de oro y plata de diferentes denominaciones, y una pieza de cerámica de una nueva industria colimense.

    La intención de depositar, lo que se conoció en ese entonces como “El tesoro del puente quebrado”, era sin duda, dejar para la posteridad una serie de testimonios que relataran algunas de las características de la generación que le tocó hacer el puente. Que se conocieran sus costumbres, la fisonomía de las personas importantes de la época, la sociedad del llamado “Siglo de las luces” a la gente que en el futuro abriera el cofre.

    Un sentimiento romántico, fatalista, inspira al narrador que describe la nota de tal suceso: “…documentos curiosos que puedan dar una idea del estado actual de nuestra sociedad a la generación que le toque la suerte descubrirlo, cuando en el transcurso de los siglos sea destruida la obra en que se sepultó”.

    A más de cien años del entierro de estas reliquias, es probable que de aquel tesoro no quede más que el polvo, puesto que el polietileno aún no se inventaba, no es probable que en los lienzos donde seguramente envolvieron estos documentos, se hayan salvado del tiempo y la humedad; si acaso las monedas.

    CONJURADAS LAS AGUAS

    El sortilegio del “puente quebrado” había concluido, Lucio Uribe construye en tres años una obra que permanece hasta nuestro tiempo. Un puente sólido, de grata presencia, al que se llamaría en honor de uno de los héroes más admirados de la época: el puente “Zaragoza”.

    La inauguración de tan importante obra para Colima, se realizó el domingo 16 de julio de 1876. Desde las seis de la mañana, se anunció a la población, por medio de una banda de música que colocaron en una enramada sobre el puente. Un día de fiesta. La música, la explosión de cohetes, fueron el llamado para que gran parte del pueblo llegara desde temprano.

    Vestidos de implacable levita y sombrero de copa, arribaron a las diez de la mañana, el Sr. Gobernador del Estado, Filomeno Bravo, acompañado de los padrinos de la inauguración: don Adolfo Kebe, don Cristian Flor, don Antonio E. Orozco, don Isidoro Barreto y don Miguel Bazán.

     

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