TONALTEPETL

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Por: Gustavo López Solórzano

No está mal acumular experiencia y planificar para el futuro. Pero el día de hoy es el único momento que nos da garantías para poder disfrutar las sorpresas. Hace mucho tiempo, cuando atendía en un modesto consultorio compartido, aprendí de Carlos que los hechos significativos llegan a nosotros de múltiples maneras hasta que nos decidimos aprenderlos y ponerlos en práctica. Charlábamos un tarde sobre vivir intensamente el presente, le decía yo que me parecía lamentable lo que él se hacía. Cada día pensando en lo que había pasado ayer y antes de ayer y el día anterior.

Cada noche reprochándose errores cometidos y mintiéndose la idea de que si volviera atrás en el tiempo, haría todo lo contrario de lo hecho. Cada tarde planificando el día siguiente el posterior y el que seguiría de aquel, para garantizare que sucedería lo que él deseaba. Le decía yo que el presente es el único momento en el que se puede actuar y que era su responsabilidad descubrirlo e interactuar con el mundo en el que vivía. Le hice saber que yo entendía y alentaba la idea de aprovechar la experiencia y que avalaba tener proyectos, pero que ninguna de esas cosas debía distraerlo de vivir anclado al presente. De hecho, le insistí, sería maravilloso poder disfrutar siempre de la sorpresa que significa estrenar cada día un nuevo e imprevisible presente. Un presente eterno y renovable; le conté incluso el divulgado enigma del banco que hoy comparto contigo apreciable lector:

Imaginemos que existe un banco, que cada mañana acredita en tu cuenta la nada despreciable suma de 86, 400 pesos. Ni uno más ni uno menos, 86,400 diarios para ti que me lees, sin pedir explicaciones ni rendir cuentas, libres de polvo y paja, sin impuestos. Imagina amable lector, que la única restricción de la cuenta que te asignaron por una falla del sistema no mantiene saldos de un día para otro. Lo anterior significa que cada noche a las doce, como el carruaje de Cenicienta volvía a ser una calabaza, la cuenta elimina automáticamente cualquier saldo y lo peor, también se desvanece cada peso retirado que no hayas gastado. Desde luego, si algún saldo se perdió, queda el consuelo de que al día siguiente será depositada una cantidad igual a la anterior. Aunque debo agregar que nadie sabe cuánto durará este regalo, en consecuencia ¿Qué actitud tomaría apreciable lector?

Seguramente retirar hasta el último peso y disfrutarlos, cada uno de nosotros, le dije a Carlos, tiene esa cuenta y tiene ese regalo. Cada mañana el banco del tiempo acredita a nuestra disposición 86,400 segundos de vida, de nosotros depende como queremos vivirlos, invertirlos, esa es nuestra responsabilidad. Carlos solo se limitó a responder; caray, con tu ejemplo estoy entendiendo el padre nuestro, me dijo. Esta vez el sorprendido fui yo, que tiene que ver una oración sublime con mi rollo sobre la vida, me pregunté; fue cuando Carlos me dijo, cada vez que rezo, pido el pan nuestro de hoy, ni el de ayer ni el de mañana, sino el de hoy. Los dos sonreímos al comprender la formula sencilla que descubrió para señalar el presente y que le permitió sorprenderme.

Le agradecí a Carlos su enseñanza de ese día. Creyente o no, el próximo paso nos involucra a todos, es animarnos a vivir el día de hoy sin reproches ni postergaciones; animarnos a vivir cada segundo de la cuenta que tenemos en el banco del tiempo, pues nos guste o no, un día ya no será necesario retirar nada, realmente ya no podremos hacerlo pues no estaremos aquí, así que ¿para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo? Es cuánto.