TARDE DE ZOPILOTES

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Por José Díaz Madrigal

El filósofo contemporáneo y gran polemista español, Fernando Savater; autor de buena cantidad de libros exitosos y muchos artículos periodísticos. Deja entrever en éstos últimos, su afición un tanto alucinante y quizá vibrante de emoción, por lo enigmáticas y misteriosas que resultan las supersticiones. Dice don Fernando, a mi me encantan las historias de brujas y sus brebajes mágicos; porque tienen la virtud de transportarme a un mundo de leyendas y fantasías sanas, que me hacen tejer en la imaginación, ilusiones y sueños; despertando en mi, destellos de la infancia.

También me gusta el (“jalogüin”) Halloween, por ser una fiesta divertida y simpática. Como un ritual adoptado que es, no entendemos del todo lo de “truco o trato” que le viene sonando a cada quien, lo que quiere. Concluye don Fer, bienvenido ese toque de terror venial, que convierte a las ánimas difuntas en sobresaltos de feria y no en reos del purgatorio o amenazantes embajadores del fuego eterno.

A mediados de la década de los veinte del siglo pasado, la República mexicana se componía de aproximadamente quince millones de habitantes. Se acababa de estrenar en el ejecutivo nacional, el mayor matón de mexicanos de todos los tiempos, Plutarco Elias Calles. Fue impuesto a pesar de su impopularidad por Obregón, nomás por su puras pistolas; pero con el trato secreto entre ellos, de que le devolviera la presidencia cuando Calles terminara su periodo, 4 años más tarde.

Calles era mal querido por el grueso de la población en el país y también por los compañeros de gabinete en la administración de Obregón. Aunque en silencio mutuamente los dos se aborrecian, sin embargo los dos se hacían falta para su propio provecho. Obregón lo necesitaba para que le cuidara el changarro, mientras tramposamente se reformaba la Constitución Federal, para que se permitiera la reelección prohibida por la misma y, con esto pudiera regresar el Manco otra vez a la presidencia.

Plutarco era tan despreciado en tiempos de Obregón, que provocó la llamada Revolución Delahuertista; en la cual Obregón lo tuvo que sostener a capa y espada. Cuando Calles ya se andaba rajando de ser el candidato.

Calles era hijo de un alcohólico que le amargó la vida y, él mismo tenía problemas intermitentes con el alcohol. En el periodo de lucha para derrocar a Victoriano Huerta, abrazó ideas jacobinas radicales; así pues, cuando fue gobernador de Sonora, por puro odio al clero expulsó a todos los sacerdotes, sin excepción de aquel Estado. Después se afilió de lleno a los grupos de la escuadra y el compás, llegando a ser en poco tiempo gran maestro del grado 33. Usando en ocasiones un anillo en el dedo de la mano, con los símbolos de la logia.

Por su actitud soberbia, extremista y de abierta repulsión al catolicismo, doctrina que profesaba arriba del 90% de los mexicanos. Con ceguera e insolencia decretó la Ley Calles en 1926, cuyo fin era limitar y tener en en sus manos el control de los Católicos Mexicanos. Ocasionando con esta perrada, la llamada Guerra Cristera.

Principalmente la región occidental del país: Colima, Jalisco y Michoacán; fue la que ardió en llamas con el sagrado valor de miles de jóvenes y también hombres maduros, que llenos de coraje tomaron las armas para defender la libertad religiosa, en actitud de puro heroísmo y de legítima defensa.

Ésta guerra la Cristera, fue diferente a los demás levantamientos armados, como la independencia, las guerras contra los inversores extranjeros; inclusive diferente a la Revolución Mexicana. La Cristiada fue causada por capricho de un imbécil, seguido por personajes de su misma condición. Dejó un saldo aproximado de 250 000 muertos, a lo mero tarugo. Jamás pudo destruir la religiosidad popular ni acabar con la libertad religiosa de la que ahora gozamos.

El Jueves pasado se cumplieron 78 años de la muerte de ese asesino. Murió un Sábado por la tarde. Los periódicos más vendidos de la época, apuntan que ese día y justo a la hora en que murió Plutarco E. Calles, se vió volando en el cielo de la ciudad de México, donde falleció. La más grande parvada de Zopilotes de que se tenía memoria.

La superstición popular, que siempre resulta interesante por la carga de misterio que conlleva, como lo comenta Savater. En que la gente de la capital, contaban entre sí, que las bandadas de Zopilotes representan la caballería del demonio y, que ni más ni menos vinieron por el alma del mayor matón de mexicanos.