SOLILOQUIO

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Regla de oro

Por: Yaret Ramos Vallett

“Mi libertad se termina donde empieza la de los demás”. Me pregunto ¿y cómo sé hasta dónde llega la libertad de los demás y termina la mía? Si mi vecino quiere hacer una fiesta en su casa tiene total libertad de hacerlo, pero si esa fiesta provoca un escándalo ensordecedor que no me deja dormir, ahí termina su libertad ¿o no? voy tocó a su puerta y le pido amablemente que le baje al volumen de la música, porque mi libertad de estar tranquila y dormir en mi casa se ha visto vulnerada por su celebración, él me responde que debo mostrar algo de tolerancia ya que no lo hace todos los días.

Tolerancia, una palabra que he escuchado mucho en los últimos años. De acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española, tolerancia es la acción y efecto de tolerar; respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes  o contrarias a las propias.

Yo respeto a mi vecino y su libertad de hacer una fiesta, pero mi tolerancia no es mucha porque dormir para mí es sagrado, no soy la única que se quejó al día siguiente, pero sí fui la única que ejerció la libertad de expresarle que le bajara al volumen, porque afectaba a los demás.

Libertad de expresión, libertad de tránsito, libertad de reunión, libertad de religión, libertad de ejercer una profesión, libertad de vestirme como quiera, libertad de hacer con mi cuerpo lo que yo crea conveniente, son otras libertades a las que tengo derecho, sin embargo habrá personas que se sienten afectadas cuando yo ejerzo alguna de estas libertades, así que tienen que ser tolerantes, para tener una mejor convivencia y tener una sociedad civilizada, (eso es lo políticamente correcto).

Yo pienso que hay una muy delgada línea entre la libertad del otro y mi tolerancia ¿no sería mejor ponerme en el lugar del otro y tratar de entenderlo? Es decir aplicar la regla de oro: Tratar a los demás como yo quiero ser tratada.

Si la gente que me conoce pudiera vivir un día en mis zapatos, creo que su percepción sobre mí cambiaría.

He intentado hacer eso cuando veo a alguien de mal humor en la calle, me imagino que acaba de discutir con su pareja o que no le está yendo bien en el trabajo, por eso es su mala actitud, inmediatamente me pongo en su lugar, siento una empatía por esa persona y le sonrío.

No le soluciono el problema con mi actitud, pero al ponerme de su lado y sonreírle le hago entender que no está sola en el mundo.

Acabo de recordar una frase que leí hace poco “si por un momento mirásemos al corazón del otro y supiésemos a los desafíos que se enfrenta cada día, creo que nos trataríamos los unos a los otros con más cariño, paciencia y cuidado”.

Finalmente es lo que nos aconseja la regla de oro: “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes”.  Mateo 7:12