PERIODISMO: HONRAR LA VERDAD

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

Soledad Gallego-Díaz, ex corresponsal de El País en Londres, entre otras capitales del mundo, y desde hace 145 días   su directora, habló  del momento actual del periodismo: es un mal momento pero puede ser también un gran momento. Depende en gran parte “de que hablemos entre nosotros de lo que nos pasa”.

Los malos tiempos pueden ser buenos. Las nuevas tecnologías han propuesto un reto. Esa dialéctica entre el periodismo de papel y el digital representa una falsa dicotomía, pues “lo que define a los medios no es el grado de tecnología, sino la cultura profesional”. Y el campo de batalla de la transformación en curso ha de ser el de los contenidos, para lo cual las redacciones deben estar muy bien formadas. “Es imposible ignorarla, pero las grandes redacciones no son Twitter, Facebook o Instagram”. La gran expansión de las redes, de innegable influencia, “asfixia al periodismo, que debe defender sus reglas”.

Sin reglas, o con las reglas que se manejan en las redes sociales, “habría una catástrofe para el periodismo y también para la democracia”. Los periódicos deben imponer agendas públicas basadas en la verdad, que existe: “son los hechos”. “Los lectores van a buscar noticias en los periódicos”, en cualquier formato, y la fiabilidad del periodismo que sirve esa información  a partir de la cual se ejerce el debate público depende de “los procedimientos de verificación”. No es periodismo  verdadero el que se solaza destruyendo la honra ajena por cualquier motivo, ni tampoco aquel que acredita interesadamente  en la opinión a los que le son afines y descalifica, olvida y destruye  a los que no lo son.

¿Existe la verdad? La verdad existe, dice la directora de El País. “Y siempre hubo noticias falsas”. Ahora la posverdad “está organizada en las redes, donde se parte de la idea de que no existe la verdad de los hechos. Y si no existe la verdad de los hechos tampoco existe el periodismo. Sin periodismo perdería su esencia la democracia. La desconfianza que se intenta expandir sobre el periodismo está también organizada para que se desconfíe de la democracia”.

El debate civil “ha de hacerse sobre hechos ciertos.” No se puede debatir a partir de verdades distintas, ciertamente. Ahora los ciudadanos están avasallados por un flujo de noticias que no responden a la realidad de los hechos. Recuerde el lector  las fake news, que dan la vuelta al mundo con su contenido equívoco. Oficio de ociosos y vanos. Si se ve una noticia en un medio impreso, se piensa que es más creíble de lo que se observa en redes. ¿ Y por qué ocurre esto? Porque los lectores conocen en su medio a directores y editores, saben   su forma de vivir, ubica  a los reporteros creíbles, son gente de casa a los que se les notan sus convicciones, sobre todo en estados con poblaciones menores. En Colima, por ejemplo, se afirma que si no quieres que algo se sepa ni lo pienses siquiera. Así es que pronto se definen las líneas de los medios, sus afanes y sus propósitos.

La esencia del periodismo es pues la verdad, digo; sin verdad toda actividad es una fantasía. Gran definición es esta. El desarrollo de la  democracia no puede generarse a partir de intereses particulares que buscan fines que las sociedades no comparten. Si las redes han prosperando y difunden lo que sea, es porque en parte se perdió  la confianza en  medios impresos y algunos de estos van a la zaga de la realidad. Además, hay poblaciones que no son partidarias de la lectura formativa. Prevalece la filosofía del menor esfuerzo. Algunos medios se han censurado a sí mismos y renunciaron a crecer. Los medios impresos tienen que establecer agendas comprometidas con la verdad, establecer equilibrios en sus contenidos, acompañar los procesos de cambio de manera responsable. Y generar opiniones al servicio de la verdad.

Tenemos que hablar, retomando lo dicho por  la directora de ese medio tan importante, de “lo que nos pasa”. Y no   debe importarnos la vida superflua, los hechos vanos de personajes de la política, sus roñas y sus travesuras, sino aquellos actos que conllevan el bien, que inspiran un respeto y una preocupación por los demás. En ese sentido, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador,  con la ley de austeridad que envió al Congreso federal, exhibió un compromiso con el cuidado del recurso público. Bien hecho. Aplausos. Y acaba de animarse a desechar un proyecto aeroportuario cuyas consecuencias se desconocen aún. Defiende su verdad aunque hay elementos contradictorios en su decisión.  Pero es claro  que nos estamos pudriendo por dentro si no intentamos la cura y aposentamos la verdad como instrumento de restauración republicana. Necesitamos mucha verdad.