TAREA PÚBLICA
Por: Carlos Orozco Galeana.
No se ustedes pero yo sí estoy preocupado por la reanudación de clases presenciales en las escuelas por la real o supuesta declinación de la pandemia (según las autoridades) cuando sigue habiendo contagios y muertes en varias entidades (7) incluyéndose Colima, que está en semáforo rojo en dos períodos consecutivos..
El alto número de decesos de niños y adolescentes ha puesto en entredicho la viabilidad del regreso a clases con aquella modalidad; los padres de familia están prefiriendo las clases a distancia porque se reduce a cero riesgos de contagio. Las cifras oficiales últimas muestran que desde el inicio de la pandemia en febrero de 2020, se han contagiado 64 mil niños y adolescentes de entre cero y 19 años, misma situación que ha ocurrido en la primera semana de agosto de este año. Y no son pocas las muertes de niños y jóvenes: 613. Y los contagios en la tercera ola, superaron en 200 por ciento a los de la primera y segunda ola.
Mientras que el subsecretario Hugo López Gatell, llamado el “doctor muerte” por sus críticos, desestima el riesgo en menores porque “no hay evidencia que lo pruebe”, la Red por los derechos de la infancia considera que el presidente Amlo invisibiliza a esa población por no considerarla entre las políticas públicas relacionadas con la pandemia, “ y eso es sumamente grave”.
El presidente Amlo insiste que en la vida han de correrse riesgos, que los mexicanos no podemos seguir cruzados de brazos para siempre ante el temor fundado de contagiarnos y acaso morir, y en cuyo trámite enroló al sindicato de maestros, cuya trayectoria servil hacia el poder presidencial está más que demostrada. Dudo que le importen mucho los maestros. Los líderes sindicales están lejos de ser objetivos, no perciben el peligro en que estarían los niños ( y los propios maestros) al asistir a planteles ante la insalubridad que priva en muchísimos de ellos y por la falta de cuidados adecuados entre la población infantil y juvenil. Por cierto, la educación de niños y jóvenes dista de ser como la de Japón, donde ante la pandemia extreman las medidas sanitarias en forma admirable. Esa cultura del cuidado colectivo a ultranza no se ve claramente en nuestro país.
Entiendo que hay cierta desesperación de niños y jóvenes por volver a encontrar el ritmo de estudio perdido y reanudar la amistad con amigos y maestros. Ese ambiente les devolvería en gran parte la felicidad perdida. También es cierto que a estas alturas, por el ocio mal inducido, miles de ellos pudieron haber generado ya fuertes adicciones por uso desmedido de celulares y tablets, ante el enfado causado por el confinamiento. Seguro que padres de familia, en ciertos momentos, no han hallado qué hacer para mantener ocupados a sus vástagos inquietos y apartarlos de la tecnología de entretenimiento. Para algunos, quizás, las clases presenciales podrían ser como una tabla de salvación,una medida de liberación ante la presión de los niños por escapar de los umbrales de su casa.
La experiencia obtenida de no asistir a clases ha sido difícil, ha generado desigualdad y evidenciado dificultades económicas de padres de familia que tuvieron que hacer milagros para comprar a sus hijos computadoras, tablets y teléfonos celulares para estar al menos en condiciones de presenciar y/o escuchar las clases en línea, situación que para muchos fue como un
viacrucis por fallas en las comunicaciones, principalmente en zonas rurales.
Reportajes televisivos mostraron las carencias de instalaciones y tecnologías mínimas para que los niños de comunidades no dejaran de interactuar en su aprendizaje. Maestros y padres de familia se mostraron ingeniosos para habilitar espacios y facilitaron la enseñanza en forma por demás increíble. Se evidenció el patriotismo y la responsabilidad de miles de maestros que, fieles a sus deberes, hicieron hasta lo imposible para no interrumpir el servicio educativo, así fuera en condiciones desiguales respecto a la educación en medios urbanos. Por tan magnifica contribución, decimos que el desequilibrio educativo, con ser grave, no originó un desastre.
Hoy se advierte, al menos en las redes sociales, que hay padres de familia temerosos y no les satisface la convocatoria oficial al regreso a clases pues el virus Sarc- cov 2 anda por todos lados y representa un riesgo no solo para los escolares sino para las familias y maestros. Los niños, de resultar contagiados en las escuelas, podrían ser vehículos transmisores de contagio o muerte en sus familias para los adultos no vacunados y acaso para los que ya lo están.
Es un gran deseo colectivo que no se arriesgue la salud y la vida de niños y jóvenes por un acuerdo unilateral que no satisface a la mayoría de la comunidades escolares. Recuérdese que durante la pandemia se han contagiado en 18 meses 811 niños en Colima, falleciendo dos de ellos según cifras oficiales, por lo cual la Secretaría de Salud local ha adoptado acertadamente la política de hacer pruebas a ese grupo de edad.