LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL

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Por: José Luis Santana Verduzco

Entre 2004 y 2005, cuando se discutía el cambio de uso de suelo que sería la llave para la implementación del proyecto de Zona Norte del puerto interior en San Pedrito, que representaba la devastación de unas 30 hectáreas de manglares y otras tantas de humedales, uno de los principales temas que empujaba el Gobierno Estatal, era aprovechar la sinergia del proyecto energético de la Regasificadora y el ramal ferroviario, para detonar ya un moderno puerto en el vaso II de la Laguna de Cuyutlán.

Este proyecto significaba la posibilidad de lograr una ciudad de verdadera clase mundial, con un puerto de gran potencial para competir en el circuito internacional de puertos concentradores globales. Sin embargo los funcionarios federales en turno consideraron que invertir en Cuyutlán representaba más riesgos que beneficios en el corto plazo. Resolver de tajo el problema de la relación puerto – ciudad no era rentable para el gobierno federal en ese momento. La lógica detrás de sus decisiones consistió en minimizar las inversiones y maximizar las ganancias en el corto plazo, dejando que la ciudad y el medio ambiente –o sea, la colectividad- pagara las externalidades de un proyecto sin condiciones integrales de viabilidad.

El día de hoy, a casi 10 años del inicio de aquel largo proceso de implementación del proyecto Zona Norte, este se ha desarrollado apenas de manera inicial, su funcionamiento requiere de obras que dejan una cicatriz permanente en la ciudad, así como consecuencias económicas y sociales negativas en la población local, tal como el proyecto de Conectividad Vial y Ferroviaria para la Zona Norte, frente al Auditorio Manuel Bonilla Valle y Fondeport, y el proyecto de túnel ferroviario recién iniciado. Es difícil saber qué hubiera pasado si desde el primer momento las baterías se hubieran enfocado en desarrollar el puerto Manzanillo II en Cuyutlán; lo cierto es que antes de que la ampliación de la Zona Norte fuera puesta en operación, Cuyutlán ya había sido declarado como puerto por decreto presidencial y ya habían comenzado a operar los primeros buques.

El proceso de autorización del proyecto más reciente, el del túnel ferroviario, ha despertado un intenso debate en la ciudadanía Manzanillense, del que tampoco han dejado de participar los altos funcionarios federales de la SCT, y de la empresa privada FERROMEX. Al final, el proyecto trazado por la SCT no sufrió cambios en lo que respecta a su trayectoria por el cerro; lo que si se logró gracias al trabajo de distintos actores que empujaron para lograr una solución integral, fue que se tratara como un gran proyecto de renovación de la imagen urbana en una zona en proceso de degradación.

A partir del proyecto integral de conexión ferroviaria y con la participación de técnicos especializados, de sobrada trayectoria y profesionalismo, la SCT ha logrado conformar una propuesta que también le deja ganancias a la ciudad. Si bien existen efectos negativos por la infraestructura propuesta, estos son mitigables. A través de un proyecto que incluye la creación de nuevos espacios públicos, así como la renovación de los existentes con plazoletas, zonas de recreo, ciclovías, nuevo malecón, etc., la ciudad puede ganaren su conjunto a pesar de la invasiva estructura que requiere la solución al paso del ferrocarril.

Si el proyecto se ejecuta con todas las acciones de mitigación e integralidad con las que ha sido planteado, podremos comenzar a entender cómo se pueden compaginar diversos intereses de la mejor manera en que las difíciles condicionantes particulares del caso lo permitan. La gestión de una ciudad como Manzanillo nunca ha sido ni será fácil. Pero es posible plantear soluciones exitosas, dignas de convertirse en ejemplos nacionales e internacionales, en tanto se realicen teniendo en cuenta la complejidad de una realidad que resulta abarcable por las herramientas de una sola disciplina como la ingeniería, la economía o la política.

Lo primero y más importante que hace falta para convertir a Manzanillo en una ciudad de clase mundial, es que los principales actores sociales, económicos e institucionales se apropien del gran proyecto que puede ser Manzanillo, y que asuman el papel de liderazgo que les toca. El compromiso que tienen con el largo plazo no se cubre repartiendo despensas, el reconocimiento perdurable de la ciudadanía no se gana tomándose la foto con una pala el día después del huracán. Quién apueste a proyectos del largo aliento cosechará capital político para llegar más allá del periodo trianual que parece condenarnos a la perpetua improvisación por parte del sector público.