LA INDIFERENCIA NOS MATA

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

La  indiferencia es una actitud en muchos mexicanos que, en términos generales, significa desprecio hacia algo no obstante que ese algo pudiera ser benéfico de algún modo para quien tiene ese sentir o para los demás. Los seres humanos nos inclinamos a satisfacer primero las  necesidades por mínimas que sean y una vez logrado esto, nos divorciamos regularmente de nuestro entorno.  Solo nos  tenemos para nosotros mismos.  Este es mal de nuestro tiempo.  

Frente a esta realidad, la Arquidiócesis de México llamó recién a los laicos y a todos los creyentes, a sacudirse la indiferencia y la pasividad ante los problemas, los desafíos y las necesidades que enfrenta el país. La jerarquía eclesial afirmó que no es la tarea de los laicos refugiarse en los templos, sino que su prioridad es “ hacer presente a la Iglesia en el mundo de hoy. Deben actuar de forma creativa y comprometida; cada quien según las posibilidades y talentos que estén a su alcance”.

La Arquidiócesis afirmó que un elemento indispensable de testimonio es la caridad,  el servicio y la solidaridad con los más desfavorecidos, los pobres y los excluidos, por lo que sugirió asociarse, con la ayuda de sus pastores, para trabajar juntos por causas legítimas y positivas.

En su editorial titulado “No a la indiferencia; sí al compromiso”, la iglesia católica propuso que los laicos, a través de su vida individual y familiar, de su trabajo y sus relaciones con el entorno social, de las actividades que realizan en todos los ámbitos de su vida, incidan con su testimonio, sus palabras y sus acciones. De la misma manera, es muy importante su compromiso en favor de causas nobles y de quienes más ayuda necesitan en la sociedad, en la educación,  la economía,  la política y  la cultura”, subrayó.

Este llamado  ocurre en el momento en que el mundo está muy convulso por situaciones de guerra alimentada por los poderosos de siempre. Por lo pronto, gracias a los dirigentes perspicaces de algunas naciones, no se le ha seguido  el juego a Trump en sus diferencias con el régimen iraní ni el presidente López Obrador se ha enrolado con él en pleitos estériles. Los migrantes, siguen sufriendo en un mundo que no los comprende; las élites, desesperadas, convienen con  quienes le pueden hacer el favor de echar abajo regímenes que si se comprometen con los que menos tienen, caso Bolivia, aunque con el pecado de Evo que pretendió  eternizarse  en el poder y llevó la penitencia en su renuncia obligada.  El capitalismo sigue defendiendo a ultranza sus intereses y los ricos acumulan más y más su riqueza sin voltear a ver el desastre que causan en los pueblos. Mientras sigan logrando ganancias, todo sigue requetebién para ellos. . . . hasta   que se incendie la pradera de la paz.

El caso es que nuestra  Iglesia tiene ojo clínico y  da cuenta del desorden mundano. México es un país de muchas leyes. . . pero que no se aplican. La simulación está instalada en el corazón de muchos mexicanos para no hacer lo que se debe hacer. Todo mundo es partidario de la ley en tanto no se aplica a quien  pregona su cumplimiento.

Somos un país de gente  torcida en muchos aspectos. Criticamos a otros países por quien sabe cuántas cosas, pero no les aprendemos lo que hacen bien. Somos incapaces de organizarnos, de fomentar la   cultura y los valores al interior de nuestras familias. Hay cientos de miles de divorcios en los primeros años de matrimonio porque quienes lo contrajeron no recibieron una educación mínima por sus progenitores y por carecer de nociones básicas de convivencia. Ni siquiera, a muchos, se les inculcó lo que es el respeto, que es lo mínimo en una relación humana.

Enriquecer nuestra Iglesia, nuestras comunidades,  requiere personas comprometidas con el bien propio y ajeno. No hay otro camino mejor. Dejar de simular lo que no somos es buena idea para ponerla en práctica. Tenemos que ser congruentes entre lo que decimos y hacemos. Ya no queremos discursos bonitos de quienes lideran a la sociedad, sino hechos irrefutables, comprometidos con la promoción de una vida mejor.  No queremos más ladrones disfrazados de gobernantes ni diputados mentirosos y centaveros.

El gobierno, que tiene el poder, ha de proyectar ideas nuevas, sin confusión, medir bien el nivel de dádivas que ofrece a mucha gente a la que  puede dañar resolviéndole los problemas e inhibiéndoles sus iniciativas. Tiene que procurar por todos los medios posibles una convivencia mejor. El progreso se basa en la productividad de todos.

Es buena  idea  proponer cambios de mentalidad y actitudes comenzando por uno mismo y trascendiendo la invitación hacia los nuestros cercanos. Si la apatía nos impide una vida mejor, la indiferencia es su mejor aliada.