CULTURALIA

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LEONORA, LA ETÉREA 

Por: Noé Guerra

Me encontré con el surrealismo hará poco más de treinta años, mi visión estética de entonces, quizá igual que ahora, era limitada, circunscrita apenas a los “cromos”, al difundido muralismo, al arte popular mexicano y a los paisajes nacionalistas de Helguera, el de los cerillos Clásicos. El golpe sicológico en mí fue brutal, varias fueron las noches en las que despierto soñaba-recreaba las formas que entonces me resultaban absurdas e increíblemente lúdicas. Recién las había reconocido junto con ella en la obra plástica de una joven pintora canadiense quien haciendo estancia en Colima me tocó conocer: Nikki (Nicol) Nouloge, con toda su interpretación del ser mexicano, de nuestros sesgos esotéricos, brujos, de alquimia y del llamado surrealismo mágico, que según ella todos aquí teníamos.

De su mano blanca y guía teórica en la ciudad de México conocí a los mejores exponentes de este ismo contemporáneo, ella me familiarizó con Dalí, Ernst, Varo y Carrington, ante quienes se declaraba copista. Al tiempo Nikki se fue, regresó a su frío país pero aquí me dejó, aparte de su grato recuerdo también una parte de su obsesión surrealista y admiración por la etérea Carrington de quien me compartió parte de su vida para mí entonces desconocida. Me hizo conocer su gusto perturbador por la pintura y brillante imaginación. No hay nada después de ella, me decía, de la mujer que nunca quiso ser mujer sino simplemente artista. Me dijo que desde su llegada a México en 1943, Leonora se enamoró profundamente de nuestra cultura, sentimiento que, según Nikki, fue recíproco. Ella misma se consideraba mexicana, una “mexicana que se dio tiempo de conocer gran parte del país, incluso estuvo acá en Colima a mediados de los años cincuentas del siglo pasado, una marina: “Nunscape in Manzanillo” o “el Escape de Monjas en Manzanillo”, da testimonio de ello, según la Poniatowska.

Leonora falleció en el 2011, tenía noventa y cuatro años, a esa edad se despidió la última artista perteneciente al surrealismo que incluía a personajes como Remedios Varo, André Breton y Joan Miró. Leonora Carrington fungió como mentora, tanto artística, como espiritual de muchos artistas extranjeros y mexicanos, como Jodorowsky, Varo, Weiz (su esposo) entre muchos más, incluida Frida Kahlo. Carrington incursionó en la pintura, la escultura, el interiorismo, la cerámica, el diseño textil, el diseño escenográfico y de la joyería. La artista se quedó en México hasta su muerte. Amiga también de Picasso, Rahon y Luis Buñuel, Carrington vino a México donde se nacionalizó escapando de la ocupación nazi en la bombardeada Europa del siglo pasado.

Fue una mujer excepcional para su época, me platicaba entre habano y café Nikki, una inspiración para muchas mujeres de su generación y posteriores. “La razón, debe conocer la razón del corazón y todas las demás razones” fue una de las frases que mejor describía la forma en cómo Leonora percibía la vida que combinaba con los mitos celtas escuchados en su infancia. Pasajes siempre presentes en sus cuadros mezcla de su identidad en este mundo y el viejo, del que venía. Pocas son las mujeres artistas cuyas obras son valuadas en millones de dólares. Carrington pertenece a esta categoría. Presumía la mujercita Nikki.

Casi ignorada como artista en su país de origen, en México fue, y sigue siendo, una de las artistas más importantes. Leonora nació en Inglaterra en 1917. A los 20 años, se enamoró del artista Max Ernst, con quien huyó a París, donde se vio inmersa en el surrealismo. Él la apodó la novia del viento y ella sólo vivía para amarlo. Al comenzar la segunda guerra, Ernst fue tomado prisionero y Leonora tuvo un colapso nervioso que la llevó a Madrid donde terminó en un psiquiátrico de donde escapó refugiándose en la embajada mexicana, donde conoció al poeta y diplomático mexicano Renato Leduc, quien le ofreció matrimonio por conveniencia para poder traérsela. Mientras el conflicto bélico cesaba y Max había logrado liberarse de prisión. Ninguno sabía del otro.

En 1941 se casó con Renato Leduc y se trasladaron a Estados Unidos para más tarde venirse a México. Se instalan en un hotel barato mientras él buscaba trabajo y ella se enamora de México. De tu México, me decía Nikki: “El mágico, surreal, extraño, donde está todo bien aunque no esté bien, el sitio donde todo cambia para que nada cambie, donde poco es lo que parece, el lugar en el que ella (Carrington) se sintió más en casa que en su hogar”. Ya separados, me contó Nikki, Renato la recordaba entre bocanadas y tragos de mezcal, y de vez en cuando con voz grave de declamador, de pie, como teniéndola enfrente decía: “Leonora, yo vivo de lo poco que aún me queda de usted.  De su perfume, su acento, una lágrima suya que mitigó mi sed”. De Nikki, ya nunca supe más.