ARMA “ASTÓMICA”

0

Por José Díaz Madrigal

La ranchería del Guayabo, antes de la construcción de la presa Trojes a finales de los ochentas de la pasada centuria, se encontraba dividida por el río Barreras, que en ese punto también se le conoce como río Guayabo; mismo que un poco adelante se junta con el Naranjo. La parte oriental de la ranchería, pertenece a Michoacán y la del lado oeste a Jalisco. Ambas fueron reubicadas para la construcción de la mentada presa. Ahora se encuentran más separadas, con el mismo nombre. Siendo la jalisciense en el municipio de Pihuamo, la que tiene más habitantes.

Antiguamente la ranchería era un sitio de pasada y reposo para los viajeros que se desplazaban a lomo de caballo, en sus rutas a distintas localidades michoacanas procedentes de Colima. Antes de llegar al Guayabo Jalisco, existía una profunda cañada ahora cubierta por el agua de la presa, que se conocía como El Cañón del Guayabo.

En éste lugar el 10 de Noviembre de 1866 -el Viernes pasado se cumplieron 157 años- se desarrolló La Batalla del Guayabo, entre un pequeño resto del ejército francés y la guerrilla comandada por el valeroso Julio García, que fue gobernador de Colima. Ésta batalla fue una de las últimas peleas en la zona occidente de México, puesto que el emperador francés Napoleón III había quitado el apoyo a Maximiliano, embarcando a su ejército de regreso a Francia. El reducido grupo de soldados franceses que se habían quedado, permanecieron por su cuenta, más por obtener ganancias económicas que por servir a Maximiliano. Entre éstos que se quedaron, estaba el coronel Alfredo Berthelín.

Berthelín era un tipo güero colorado, astuto, atrevido y cruel. Siempre se mantenía en alerta por lo que aunado a su color de piel, lo apodaban La Avispa. Tenía un año combatiendo a guerrilleros republicanos y a bandidos comunes entre Guadalajara y Colima. Llegó a principios de Noviembre de aquel año a nuestro Estado, donde el prefecto de Colima -así se les llamaba a los encargados del poder ejecutivo en tiempos del segundo imperio- le propuso la cantidad de $5000.00 pesos para que le trajera la cabeza de Julio García, debido a que éste era un constante dolor de muelas para el prefecto por los persistentes ataques a Colima. La Avispa aceptó el reto.

García tenía su base de operaciones en su hacienda de Trojes Michoacán. Para llegar a la hacienda por el lado poniente, necesariamente se tenía que pasar por el Guayabo. Con la red de informantes que ayudaban a Julio, le avisaron de la proximidad de los galos. De este modo tuvo tiempo de elegir cuál era estrategicamente, el mejor espacio para hacer frente a los franceses. Hizo los preparativos en el cañón cercano al Guayabo.

A mediados del siglo pasado el maestro De la Mora, hermano del Padre Elias del mismo apellido; en cierta ocasión que estuvo en el Guayabo Jalisco, platicando con un viejo ranchero del lugar, le refirió el siguiente relato: -Seguro la créiban fácil los güeros cabrones. Asegún me contó mi agüelo Gabino Valdivia, decían que iban a quemar Trojes y Coalcomán; y que no volvían de güelta hasta que no trajeran la cabeza de Julio García arrastrando de la cola de una mula.

Pero Julio -continúa el ranchero- conocía todita la región como la palma de su mano. Ansí que afortinó a su gente, escondiendolos en todos esos riscos y, los dejó pasar, quienes muy quitados de la pena no ventearon el peligro y cayeron en la trampa. A descarga cerrada disparó Julio desde aquella mojotera, luego lueguito los afortinados empezaron a tirarles desde arriba. Eh! güeros cabrones como corrían. Quisieron hacer fuego, porque lo que sea de cada quien, tráiban buenas armas, según eso “ASTÓMICAS” de esas que lo arropan a uno y lo dejan hecho puritito polvo, nomás echando jumata. Pero Julio les atizó duro y macizo hasta que se los llevó la chingada.

Como quisiera yo haber andado ahí -dijo el ranchero- nomás pa’verlos caer con los ojos pelados. Después de la refriega, Julio le arrancó la cabeza a La Avispa, que de avispado no tenía nada. Con un machete la partió en dos como calabaza tatemada y la usó como jícara para bañar a su caballo.

Aquella batalla fue el epílogo de los últimos estertores franceses en Colima. Antes de tres meses terminó la ocupación extranjera, con el arribo de las fuerzas del general Ramón Corona, restableciendo en el cargo de gobernador a su tocayo Ramón de la Vega.