Tutoría LGBT

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Por: Jonás Larios Deniz*

La identificación e incorporación del concepto Tutoría LGBT en los centros educativos es el inicio de una serie de cambios en las formas de entender los perfiles y funciones de los y las profesionales de la orientación, orientación educativa y/o tutoría. Tales conceptos pertenecen al campo de la psicopedagogía y la preponderacia de este último frente a los dos primeros se debe, en gran medida, a la implementación de modelos curriculares centrados en el estudiante y en el aprendizaje; los conceptos orientación y orientación educativo se convierten en el el marco de la actividad más concreta y valiosa en torno a los estudiantes, esto es, la tutoría. El movimiento o movimientos que luchan por los derechos de los grupos que se identifican como no heterosexuales se han aglutinado con el término “diversidad sexual”; las identidades sexuales y/o de género que se aglutinaron fueron lesbianas, gays, bisexuales y trans (transexuales, travestidos y transgénero). Así que sus iniciales LGBT se convirtieron en una forma descriptiva y rápida de llamar a los no heterosexuales y el acrónimo se volvió popular, trascendiendo en el discurso oral y escrito. A su vez el término tutoría llegó a las instituciones de educación superior para explicar “la importancia de fortalecer la formación integral de los estudiantes con el apoyo de una variedad de estrategias educativas. Dicha formación está orientada no sólo a la adquisición de conocimientos, sino además, a favorecer en los estudiantes el desarrollo de habilidades y actitudes que les permitan aprender,  permanentemente, durante toda su vida y desarrollar las potencialidades que les permitan tener una mejor calidad de vida. En diversas instituciones educativas nacionales e internacionales se ha fortalecido el papel de la tutoría como una opción educativa para apoyar la formación integral de los estudiantes y que permite reducir los índices de rezago y de deserción además de mejorar la eficiencia terminal (http://www.tutor.unam.mx/taller_M1_01.html). Los grupos activistas LGBT, los medios de comunicación y académicos (as) de diversas partes del mundo afianzaron el uso del acrónimo LGBT como una explicación amplia y sólida para todas aquellas palabras a las que se le aparejara. Fue el caso de la tutoría LGBT, que aunque no se incluye (todavía) en los diccionarios, refiere al conjunto de políticas, estrategias, programas y acciones que se ponen en marcha para atender las necesidades de apoyo y guía de estudiantes, docentes y directivos con orientación sexual diferente a la heterosexual. Estoy seguro que los y las conservadoras argumentarán la suficiencia del término tutoría y la innecesaria adición del acrónimo. Es posible que señalen el riesgo de parcialidad en la atención de otros grupos, tales como personas con discapacidad, de origen indígena, afrodscendientes, por nombrar algunos. A decir verdad, ya se cae en parcialidad cuando autores, autoras y profesionales de la orientación educativa construyen los discursos de la tutoría desde la óptica heterosexual. ¿Se han preguntado por qué no reconocemos los noviazgos entre personas del mismo sexo en preescolar, primaria, secundaria e incluso en el bachillerato? ¿Cuál será el discurso, las estrategias, las sanciones y los apoyos de una institución educativa cuando un alumno o alumna decida salir del clóset dentro de la institución educativa? ¿Cuál será el papel de la orientación y la tutoría frente a las necesidades propias de estudiantes homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales, transgénero, travestidos o intersexuales? Como ejemplo, narraré a grandes rasgos un caso de la vida real ocurrida en un bachillerato universitario hace algunos años. Un alumno homosexual, transgénero o travestido (cualquiera que fuera el autoconcepto con que él se defina) recibió un señalamiento de indisciplina por la autoridad debido a que se presentó con zapatillas a la jornada escolar. El argumento de defensa del estudiante fue que en el reglamento se indicaba calzado negro, no que se prohibía el uso de zapatillas a alumnos o alumnas; es importante señalar que las zapatillas eran del color solicitado. Resulta difícil negar la dureza con la que muchos de nosotros nos dirigimos hacia un estudiante que decide usar zapatillas en lugar de zapatos; por el contrario somos permisivos o no nos damos cuenta de muchos alumnos que llevan calzado deportivo negros, blancos y de muchos otros colores. Nos da temor faltar a la heteronormatividad. El joven homosexual, transgénero o travestido (cualquiera que fuera el autoconcepto con que él se defina) debió ser libre de armar su “outfit” desde las tendencias dominantes de la moda, el clima, sus posibilidades económicas y aquello que dicten sus sentimientos más profundos y auténticos; porque es justamente lo que, a su vez, hace el o la joven deportista que construye una versión “sport” de las prendas que se enlistan en el reglamento escolar. Puestas así las cosas, la autoridad faltó al respeto, coartó sus derechos y cometió discriminación por razones de identidad de género.

El tema LGBT no sería de tanta urgencia si no llevara consigo el estigma de lo sexual, lo cual conlleva a múltiples errores en el actuar de los agentes educativos. Uno muy visible es que se niega la posibilidad de la tutoría LGBT cuando todo se explica desde la educación sexual, haciendo alusión al ejercicio de la sexualidad o de las prácticas sexuales de los y las estudiantes. En conclusión, la tutoría LGBT es el camino para que la escuela visibilice y atienda las faltas de respeto a la dignidad de las y los que no son heterosexuales, independientemente de la edad que tenga y el nivel escolar que curse. En mi opinión es, o será, la comprensión y el respeto que las instituciones educativas otorguen a todas y cada una de las identidades de género que los y las estudiantes vivan. La comprensión y respeto que no han podido dar las religiones, los medios de comunicación, e incluso, las familias. La Universidad de Colima lleva paso firme al respecto, pero falta mucho por hacer.

 

* Profesor-investigador de la Universidad de Colima