TONALTEPETL

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Por: Gustavo López Solórzano

El clima fresco de la tarde me trae olor a nostalgia, recuerdos de un ayer que se fue para no volver y que se llevó a quienes me dieron la vida material. Mis ancestros, los tuyos y los de todos, aquellos que viven solo en el recuerdo y cuyos rostros parecen borrarse de nuestra memoria, sus voces y su aroma. Arrastrando el paso por la carga natural de los años, mi abuela se envolvía en su rebozo y salía a recorrer el centro de nuestra ciudad; en octubre, nos íbamos caminando hasta el panteón para llevar flores a nuestros difuntos, elevar una plegaria a Dios por su descanso eterno y pedir la luz para todos. Éramos niños y la muerte nada significaba porque no la entendíamos en toda su dimensión. Nuestro llanto brotaba porque queríamos un dulce  un juguete y no querían comprárnoslo, ¿con que ojos divina tuerta? Respondía mi madre a nuestra petición. Llorarle a un difunto estaba fuera de nuestra comprensión y era algo que simplemente no formaba parte de nuestra vida.

La vida que todo nos enseña en cada lección durante nuestro caminar, me mostró un día el dolor de perder a una persona cercana. Mi gran amigo Pepe era casi un niño, “bien parecido”, diría mi madre, empezaba a vivir. Una noche como cualquier otra, escuché los gritos de una de mis hermanas llamándome. Pepe acababa de morir por un disparo accidental que abrupta e injustamente interrumpió su vida. En ocasiones la inocencia es buena compañera y se hermana con la ignorancia, hasta que estuve frente al féretro y ver el dolor de sus padres, pude entender lo que estaba pasando y empecé a sentir la ausencia. “La muerte no es nada. Yo solo me he ido a la habitación de al lado” escribió San Agustín; así el mexicano le canta a la muerte, le escribe poesía y cuenta leyendas de hechos que tal vez nunca existieron pero que han sido enriquecidos de generación en generación por la voz popular. Cada lugar tiene lo suyo, decía mi madre, y si, las historias que se cuentan van de lo más sencillo hasta lo increíble, finalmente lo que interesa es honrar a los que se fueron antes que nosotros, a todos aquellos que recorrieron estas tierras dejando por heredad la vida misma, su historia y sus costumbres.

Honrar a los muertos es una tradición que data desde que el ser humano aparece sobre la faz de la tierra, ¿acaso es una forma de disfrazar el dolor por la pérdida? ¿O es reafirmar el hecho de que somos espiritualmente eternos? El luto, la oración y la fiesta se conjugan en la celebración que el mexicano hace para recordar a sus muertos.  Ligada a la fertilidad de la tierra, la fiesta se unía con el acabo, de lo cosechado se tomaba para la ofrenda. Las comunidades de nuestro país son ejemplo claro de ese culto, las flores, los frutos, las velas, el papel picado, las danzas y los cantos, el popochcomitl (sahumerio) con su copal, el sonido de la tlapiztlalli y el teponaztli, son tan solo el preámbulo para recibir a los que se fueron, la última campanada de las doce marca el reencuentro, nuestros fieles difuntos regresan.

ABUELITAS:

Tanto Héctor Gutiérrez de la Garza, Director General del INIFED, como el Dr. Armando Figueroa Delgado, constataron los daños causados por el huracán Patricia, a fin de dar una respuesta inmediata. Fueron 42 las escuelas afectadas en los municipios de Manzanillo, Tecomán, Armería y Coquimatlán. Techumbres, cercos perimetrales, caída de árboles y filtraciones, forman parte de los daños que se están atendiendo de manera conjunta con las autoridades estatales, municipales y el Incoifed. Afortunadamente los educandos continúan con sus clases de manera normal, así que bien por nuestras autoridades que trabajan para servir a nuestra sociedad. Es cuánto.