¿QUÉ HARÍA JESÚS EN MI LUGAR?

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

Si le preguntamos a cualquier persona si es difícil cambiar de actitudes y conductas en su vida, seguro que dirá que sí lo es. El hombre, en todo tiempo y ya más entrado en edad,  no fácilmente se desprende de sus ideas aunque estas lo lleven por un camino retorcido.

Y es que la soberbia y el egoísmo (mamá y papá  de todos los pecados) son dos enemigos que conviven juntos en muchos corazones aprisionándolos y alejándolos del camino de las buenas obras y de las buenas decisiones. No en balde se dice que cada pecado es el mismo diablo.

Las religiones se han empeñado con sus métodos muy particulares en mostrar al hombre el camino del bien para cumplir los mandatos de sus guías espirituales. Las distintas iglesias no paran en convocar a la promoción del bien, fin superior de todas ellas. Pero el camino está lleno de espinas, la gente no se convierte a una vida de generosidad y de amor hacia el prójimo con facilidad. Muchas personas existen para ellas mismas y no tienen mirada para los demás.

Ese es el meollo en nuestros días. Las sociedades están fatigadas de tanta violencia, hambre y desigualdad. El capitalismo incisivo,  voraz e impío no da lugar a una evolución favorable de los seres humanos pues la rebatinga por el poder y el dinero,  la droga más poderosa que hay,  está a la orden del día.

Habrá así legislaciones que procuren la justicia, la unidad y la paz y gobiernos con discursos sólidos por tales causas, pero mientras no cambie el corazón de cada uno, será casi imposible que sean conversos los que  se sienten más plenos siendo indiferentes de lo que ocurre a su alrededor  o, peor aún, haciendo el mal.

Pienso que no solo debemos preocuparnos por criticar lo que ocurre en la sociedad, podríamos mirar al fondo de nosotros, hacer  retrospección sincera de cómo es nuestra existencia, si nos inclinamos hacia una vida invadida de actos virtuosos o si de plano vivimos que es una vergüenza. Podríamos preguntarnos, para empezar, ¿Qué haría Jesús en mi lugar?

Esta pregunta es un llamado firme e intenso a cada persona para que replique el corazón bondadoso de Jesús en sus actos. Preguntarse, antes de interactuar con nuestros semejantes o de tomar decisiones, cuál sería la forma en que Jesús se conduciría ante un asunto determinado para que la decisión tomada fuera la más conveniente.   Por citar tres ejemplos, ¿cómo miraría  Jesús a tal o cual persona que nos agravió y que de pronto se nos aparece?  O ¿que resolvería Jesús frente a un desencuentro entre esposos? O ¿con qué argumentos perdonaría Jesús a quien blasfema de Dios?  

Una breve pesquisa me permitió saber que la primera vez que se tuvo conocimiento de aquella expresión –  mensaje (¿Qué haría Jesús?) fue a finales del siglo XIX. Era el año 1886 en Estados Unidos. Cada semana, el ministro de la Congregación de Kansas, Charles Sheldon, contaba una historia entretenida planteando la pregunta, “¿Qué haría Jesús?” cuando los personajes se encontraban ante una decisión difícil o de índole moral.

Yo conocí esa expresión en los Talleres de Oración y Vida del Padre Ignacio Larrañaga que se imparten en más de 120 países. En ellos se  convoca  a reflexionar  sobre la necesidad de cambiar y ser uno con Jesús replicando su modo de amar y ser, su estilo, en nuestros actos. Pensar que haría él ante situaciones difíciles, duras. Pero ayudaría  saber cuáles fueron las actitudes y hábitos de Jesús en el tiempo que vivió físicamente. Nadie puede replicar a quien no conoce.    

La conversión humana no es automática ni de  un día para otro. El hombre no puede solo en esa tarea. En 1999, el entonces papa Juan Pablo II comentó a un grupo de jóvenes que el camino de la conversión era complicado porque el hombre siempre ha mostrado dificultad en reconocer sus errores. En efecto, “solemos buscar cualquier pretexto con tal de no admitirlos”. Sin embargo, decía que de este modo no se experimenta la gracia de Dios, su amor que transforma y hace concreto lo que aparentemente parece imposible obtener. Sin la gracia de Dios, dijo, ¿cómo podemos entrar en lo más profundo de nosotros mismos y comprender la necesidad de convertirnos? La gracia es la que transforma el corazón, permitiendo sentir cercano y concreto el amor del Padre.