MANZANILLO, TIERRA DE NADIE (En memoria del siempre gobernador Gustavo A. Vázquez Montes, en su 16 aniversario luctuoso)

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

Colima se aproxima al final de un sexenio de gobierno en medio de una parálisis económica, agravada por  una pandemia que no cede y  que ha cobrado más de mil vidas humanas. Y como cereza del pastel, estamos inmersos estos  meses en una gran  competencia política que ganan la atención de partidos, gobiernos y todo tipo de organismos privados y públicos que tienen interés en el desenlace del proceso electoral.

Con esos antecedentes mínimos de cómo nos encontramos, Diario El Noticiero abonó al escenario de crisis publicando que  enero del presente año se convirtió en el más violento de la historia de Manzanillo con 31 homicidios dolosos, un 20 por ciento más que en 2020. Esos hechos ocurrieron al por mayor y en casi todas las colonias del puerto. Nada menos, tres jóvenes fueron ultimados recientemente cuando viajaban al puerto.

En marzo del año pasado,  el secretario de Seguridad Pública al que premiaron en Morena con una candidatura a gobernador como si los resultados que entregó hubieran sido óptimos, dijo que las políticas oficiales de seguridad habían fracasado en el país y concretamente en Manzanillo. Con esas palabras, tácitamente se declaró incompetente. Los resultados de enero confirman que razón no le faltaba   a Alfonso Durazo Montaño. Es muy posible que ese fracaso lo haga perder la elección de gobernador en Sonora.

En su edición del 12 del presente mes, nuestro Diario difundió que el municipio porteño es el más peligroso para las mujeres y niñas en el país tras ser ubicado entre los 20 (9º. lugar) donde más padecen violencia y muerte.   La tasa  de 3.04 de Colima, por cada 100 mil habitantes,  es la segunda más alta después de la de Morelos.    

O sea, Manzanillo se ha convertido en un lugar donde ya no se puede vivir en sana paz.  Esto lo puede constatar la propia alcaldesa Griselda Martínez que sufrió un ataque a balazos en el primer año de su mandato. Si la criminalidad alcanza a sus autoridades, piensa el pueblo bueno y sabio  ¿a quién no podrá alcanzar?  

En efecto, Manzanillo vive un baño de sangre, una violencia inusitada sin que ninguna autoridad sea capaz de ponerle freno. Hay muchas familias enlutadas y niños en el abandono, los panteones y los anfiteatros están en situación de ya no recibir cadáveres, hay terror en numerosos sectores y el miedo no disminuye   por la pandemia.   

Hacen falta autoridades más responsables, con vocación irrefrenable de coadyuvar a una sociedad mejor, mediante un ejercicio público sin simulaciones. Personas íntegras, capaces de producir un cambio con su comportamiento ético para que otros sigan su ejemplo y haya alternativas reales para lograr la estabilidad y la armonía.  

Hacen falta verdaderos líderes, los que con su sola presencia, casi sin hablar, convenzan a la gente a compartir responsabilidades en la construcción de lo bueno y verdaderamente útil.  Pero desgraciadamente, como lo planteó el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, las personas que se sienten inseguras, preocupadas por lo que puede deparar el futuro y que temen por su seguridad, no son verdaderamente libres para enfrentar los riesgos que exige una acción colectiva. “Carecen del valor necesario para intentarlo y del tiempo necesario para imaginar alternativas de convivencia. Y es que han comprobado que las instituciones políticas existentes, creadas para ayudar a las personas en su seguridad, les ofrecen poco auxilio” ( En Busca de la Política, FCE).

Manzanillo debe ser objeto de máxima atención para solucionar el problema de inseguridad. Ha corrido ya y sigue corriendo  mucha sangre. Hacen falta estrategias  correctas, escrupulosas,   de largo aliento,  que se sienta el poder del Estado que tanto ha quedado a deber los últimos años.

La seguridad es un bien público que ha de garantizarse pero no solo en el discurso sino en los hechos. Cuando bajen las estadísticas de la violencia, diremos entonces que sí vamos por el camino más conveniente. Mientras tanto, hagamos votos porque así sea.

Y hagamos votos también  porque el proceso electoral no sea manchado de sangre, como ha ocurrido en muchos lugares de nuestro México.  Que vivamos esa etapa en forma civilizada al fin que cada tres años o cuando mucho en seis, las cosas se pueden reorientar hacia los fines que la mayoría desea.

Tenemos que vivir en libertad, sin amenazas que bloqueen el ejercicio real de derechos y en concreto la dignidad de todos.   La sociedad tiene que revalorizarse y dejar de ser víctima de la apatía y de las instituciones que poco aportan en su beneficio.

Manzanillo es un pueblo digno de vivir mejor, de vivir con la seguridad de la que  gozó durante decenas de años. Tiene la oportunidad de modificar de algún modo esa realidad y actuar con inteligencia en este proceso político y elegir a las personas correctas. Es decir, a las que pueden hacer un poco más de lo que han hecho los que poco pudieron o que ni siquiera lo intentaron. . .