LOS DESASTRES ‘NO’ SON NATURALES

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LECTURAS

Por: Noé Guerra Pimentel

Una y otra vez lo hemos leído y visto en nuestro entorno y a través de la mayoría de los medios de información, incluso entre los tradicionales como los impresos y las televisoras con cobertura regional y nacional, siempre se tiende a culpar al fenómeno natural, sea del tipo que fuere, por los daños, las pérdidas y hasta por las muertes que, según, “ocasionó”. Sobre todo, se culpa a los terremotos y a las manifestaciones climáticas o hidrometeorológicas, como las marejadas, tornados, chubascos y ciclones o huracanes. Lo escuchamos, lo vemos y hasta lo repetimos así, es la costumbre, ha sido la actitud que como sociedad culturalmente hemos asumido por lo menos desde hará unos 300 años, pero que ya va siendo tiempo de cambiar el enfoque y partir de realidades tomando lo que nos corresponde.

Afirmar que la naturaleza como tal causa los desastres es por sí una visión equívoca y por demás errónea, si tratamos de entender que cuando el ser humano apareció hace 70 millones de años y evolucionó sobre la tierra, ésta ya estaba formada con todos sus procesos climáticos desde hacía 4 mil 500 millones de años. Así pues, nuestro planeta es un ente dinámico en permanente cambio y nosotros somos un accidente de tantos que la pueblan, una mínima parte de la misma con todo lo que conlleva y somos los que voluntaria o involuntariamente nos exponemos o creamos nuestra vulnerabilidad y en muchos casos desgracias y no los fenómenos naturales, esos siempre han estado ahí y seguirán estando como desde hace millones de años donde mismo y con mayor o menor intensidad.

Lo anterior es fácil de comprender. El río, por ejemplo, siempre reconocerá su cauce, su ancestral milenaria cuenca y tarde o temprano su torrente ocupará toda su avenida, esa que no se respeta, que se subestima e invade asentándose y construyendo sobre ella “en terrenos ganados al rio” o lo que hasta hace apenas cuatro décadas era el lecho de una laguna, como el llamado Valle las Garzas en Manzanillo. Por otro lado el mar con su intermitente oleaje, dependiendo de los vientos dominantes, tendrá o no corriente de fondo y playa, se “recorrerá” o no, como por lo menos tres veces por año pasa con las “marejadas” en el litoral frente a los municipios de Tecomán y Armería, pero con mayor incidencia en el Paraíso, donde se dice: “se salió el mar”, “se nos metió el agua”, cuando se han invadido los espacios delimitados desde hace milenios por la propia naturaleza.

Si eventualmente hay un terremoto con epicentro cercano a la costa, lo probable es que este provoque un tsunami, como los dos más fuertes que en los últimos cien años han impactado en la costa de esta región con el mismo alcance marginal y que cuando se rebasa edificando dentro de ese límite quien lo haga se expone, como ocurrió la última vez en Cuyutlán el 22 de junio de 1932. Pasa lo mismo con las laderas o declives montañosos y sus desgajamientos, derrumbes superficiales, aludes rocosos o deslaves comunes en tiempos de lluvia, fenómeno que en el mundo históricamente ha reportado graves consecuencias y miles de decesos, todos por la exposición de la gente, tragedia que aquí en Colima se ha vivido, la referencia inmediata es la cabecera de Minatitlán, en octubre de 1959, con las intensas lluvias de aquel ciclón que al reblandecer la tierra deforestada de los cerros aledaños el peso acumulado no se contuvo y la fuerza de gravedad arrastró piedras, lodo y demás escombro al mismo lugar que, según registros, lo había hecho tiempo atrás. Igual ocurre con las zonas bajas planas de la costa, al final luego de un periodo, aunque temporalmente se desequen, los llanos se inundarán, eso lo sabemos, siempre será lo mismo, aunque haya cultivos o estén habitados.

También se pudiera ejemplificar con las erupciones volcánicas, el volcán ya estaba ahí cuando nos acercamos y está activo, el riesgo es latente, nosotros sabemos si lo corremos o no al permanecer cercanos. Pompeya y Herculano en el antiguo imperio romano lo supieron. Respecto a los sismos pasa igual, hay edificaciones dañadas o técnicamente mal construidas susceptibles de derrumbarse ante un movimiento de intensidad, el derrumbado hotel Costa Real en Manzanillo fue un funesto ejemplo, como las viejas casonas y edificios públicos de Coquimatlán y Villa de Álvarez y las antiguas y las mal construidas residencias de la ciudad de Colima.

Lo que queda es, más que reaccionar como hasta hoy, aprender, aprender para actuar, para no omitir ni dejar de hacer, para corregir, para eficientar, para prevenir reubicando, planificando, prohibiendo y sancionando, para responsabilizar y aplicar la ley, para ajustar la norma y regular, para dejar de lamentarnos, para que no sucedan desgracias, para que no haya ni cultivos ni cosechas perdidas, ni daños materiales, ni pérdidas humanas. Para impedir que cada año se repitan las mismas escenas y, para que nos quede claro que la naturaleza no causa los desastres, que somos nosotros los que por un motivo u otro los ocasionamos y que por esa razón podemos prevenir y reducir su impacto al no poderlos evitar.