TAREA PÚBLICA
Por: Carlos Orozco Galeana
Los últimos meses el gobernador Ignacio Peralta ha recibido una andanada de críticas. Particularmente, en las redes sociales le reclaman ciudadanos en forma desesperada y hasta grosera que en su campaña política prometió que vivirían seguros y felices y que esto no ha ocurrido. Cuando en los primeros días de esa etapa electoral leí yo ese slogan publicitario, pensé que ese compromiso era difícil de satisfacerse por la situación de inseguridad que ya había en ese tiempo, cuando la violencia había enraizado como un fenómeno imperturbable.
Esta situación de enojo de la gente que conoce y vive Ignacio Peralta es un signo de alerta para todo candidato o gobernante. Aunque duela, hay que hablar con la verdad siempre y no prometer lo que se prevé que no se satisfará. Aún ya como gobernador, IPS siguió insistiendo que daría seguridad y felicidad a sus coterráneos. Pero se ha encogido ya y declarado que su compromiso sigue siendo atacar al crimen y dar seguridad a la población y que la famosa frase fue ofrecida por la campaña.
Ha pasado ya dos años de ese ofrecimiento oficial de llevarnos a la felicidad y a la seguridad pero los muertos siguen acumulándose en la Procuraduría, las funerarias y los panteones. Nuestras ciudades principales y el medio rural son escenarios sangrientos hoy en día con ajusticiamientos a todas horas.
Me imagino que, en su campaña, Peralta pudo haber dicho, por ejemplo: colimenses, nuestras estructuras sociales, políticas, económicas, están desquiciadas, carcomidas, el gobierno actual y los anteriores no han hecho un trabajo bueno, convincente y hay problemas graves que entre todos, con la dirección del gobierno que encabezaré si me dan su voto, tendremos que resolver. Colima debe reorientarse. Tendrá que haber ajustes, dolorosos si se quiere – como recortar la planta laboral, por ejemplo – pero es necesario dar pasos como este. Me comprometo también a exigir rendición de cuentas y a promover la aplicación de la ley si el gobierno actual ha fallado, etc. . . Bastaba con este discurso realista.
Eludir la realidad, no decir la verdad, es pregonar o defender una falsedad con intención de engañar para inducir a error al que tiene el derecho de conocerla. La gravedad se mide por la naturaleza de la verdad que deforma, por las circunstancias, por las intenciones del que la comete, por los daños padecidos por los perjudicados. Hace dos años, reitero, las cosas se veían muy descompuestas en nuestro Colima en materia de seguridad y debió advertirse que las cosas estaban ya mal en este renglón.
Mario Luis Fuentes, (México Social) dice que los políticos están obligados a decir la verdad porque de ello depende el bienestar de miles, cientos de miles millones de personas. “En democracia se asume que al depositar la confianza de la mayoría para que una persona gobierne, sus decisiones y afirmaciones deben permitir a los ciudadanos a actuar en el marco de la ley, en el sentido que mejor les dicten sus preferencias e intereses al momento de tomar decisiones individuales, organizativas o empresariales”.
Dos años después, el gobernador Peralta Sánchez se ha sincerado, reitero; a sus publicistas, malos publicistas que no le ayudan a lidiar con la incredulidad que tanto afecta hoy la tarea gubernamental, se les pasó la mano. Dictaron a control remoto las frases publicitarias, cobraron y se fueron. Eso de vivir feliz y seguro, fue un ensueño, algo que Ignacio sabía que no podía convertirse en realidad, pero aún así se apoyó en ella; solo que esa versión se dejó correr y ha hecho un daño enorme a la imagen de su gobierno. Y a ver quién es ahora el chicho que arregla este asunto.
Todos los políticos han de acostumbrarse en los nuevos tiempos a hablar con la verdad. No deben eludir realidades. Al término de la fiesta, han de recogerse las varas del rechazo ante las promesas insatisfechas. Emanuel Macron, el joven presidente francés, sacudió las conciencias en su campaña, llamó a las cosas por su nombre, fue autocrítico y conquistó a sus conciudadanos que creen, como él, en una Francia y en una Europa fuerte y digna. O sea que si se puede ganar elecciones hablando con la verdad. Aunque duela, o aunque los ciudadanos se resistan a aceptarla, hay que decirla.