La Panga

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Pobres de las Chivas, son una Franquicia, no un Equipo

*Se la dedico a mi padre Don Simón un Chiva de Corazón.

Por: Mayahuel Hurtado Ortiz

Desde que yo era una niña recuerdo muy bien la figura de mi papá, preparándose desde muy temprano para acudir al estadio Jalisco, ubicado en la calzada Independencia, en donde todo alrededor de él se convertía en una fiesta. Mi papá prefería llevar a mis hermanos, pues considerando que en aquéllos años el fútbol era para hombres, él quería inculcarles el amor a su equipo las Chivas Rayadas del Guadalajara. Y lo consiguió pues salvo yo, toda mi familia es Chiva de corazón.

Recuerdo también que uno de mis primos recién casado no tenía hijos y ellos comenzaron a llevarme al estadio, pero para mala suerte de mi padre, ellos eran aficionados del América y así crecí, disfrutando cada clásico en una familia sobrepoblada por Chivas y ay de mí cuando perdían, porque a veces el parentesco salía por la puerta.

Recuerdo muy bien que mi padre tenía un santuario en su estudio, pero no era religioso, en él se apreciaban diferentes banderines, souvenirs, fotografías, recortes de periódicos enmarcados y algunos objetos que eran parte de la porra de las Chivas, aquélla que estaba fiel en cada partido para apoyar con instrumentos en mano, con el corazón y con el alma misma a las Chivas Rayadas del Guadalajara.

Se estremecía el estadio cuando anotaban gol, era una fiesta, era un gozo y por mucho el ir a un partido clásico entre Chivas y América era conjuntar a las familias para que al sabor de una torta ahogada, refrescos y los adultos cerveza, sacaran aquéllas enormes televisiones a las cocheras o a las áreas del jardín y en el clásico, desde el estadio o desde la comodidad del hogar, se pudiera ver sin costo al equipo del pueblo, al de las Chivas, ya que nosotros los Americanistas éramos considerados los fresas del fútbol.

Cuando jugaban las Chivas se paralizaba la ciudad de Guadalajara, me atrevo a decir que se paralizaba el estado mismo, solamente se escuchaba el grito de gol o los lamentos cuando los equipos contrarios les habían anotado, peor aún, algunas frases folclóricas de enojo cuando la anotación eran de mis Aguilas del América. La gente lloraba en el estadio y en las casas si perdían las Chivas, el desánimo para ir a trabajar al siguiente día era una constante pero también el júbilo y la alegría se notaba cuando el equipo del pueblo, me refiero a las sagradas Chivas del Guadalajara, habían vencido a su rival en la justa deportiva.

En el estadio los coloridos, las barras echando porras, los banderines enormes, los gritos, el bullicio, el sentarse en una butaca un poco incómoda pero con una buena perspectiva para ver el partido, era como momentáneamente arrancar un pedacito de cielo. La tradición marcaba que nadie se iba del estadio hasta que culminara el partido y ahí se veía fiel a la afición que cuando se coronaban campeones prolongaban su festejo alrededor de la glorieta de la Minerva, sitio emblemático que desde siempre ha sido el escenario de celebraciones de las aficiones de Chivas y de los Rojinegros del Atlas.

La peor parte siempre la llevaba el equipo contrario, le llovía de todo, desechos de comida, botes de cerveza, banderines, y ya molestos e iracundos los aficionados comenzaban a hacer algo parecido a un acto vandálico, zangoloteando carros, ponchando llantas, como muestra de su rechazo a que el oponente se haya dignado humillar a las Chivas en su propia casa.

Esta columna amable lector no me la puedo dedicar a mí, ya que soy aficionada al enemigo acérrimo de las Chivas, pero esta columna se la dedico a usted que es aficionado, a mi padre, a amigos y familiares que a lo largo de este camino me enseñaron a entender el por qué las Chivas del Guadalajara se han convertido en el equipo que representa a las clases populares. Lamento mucho que mi padre se haya ido de este mundo esperando que las Chivas dejarán de ser la franquicia de Jorge Vergara, pues se ha corrompido la esencia de ese equipo, han cambiado la tradición por convertirse en una marca, han dejado a la afición por un pago por evento y yo quisiera si es posible, pedir un capricho o un milagro como dicen algunos, es que algún día el dueño de las Chivas para empezar conozca su tradición y para con el corazón en la mano, revivir la esencia de ese equipo que es propiedad del pueblo aunque en un papel se limite a esta gran trayectoria deportiva a ser una fría franquicia que se vende al mejor postor.

“Don Vicente Fernández hace años, le propuso a Vergara que le pusiera precio al equipo, que él no sabía mucho de técnica de fútbol ni tampoco de asociaciones deportivas, pero era tal el amor por su equipo que lo compraría para regresárselo al pueblo y pondría al frente de él a personas que lo llevaran a cosechar más títulos”.

Dios lo escuche don Vicente, pobres Chivas, son una Franquicia, no un equipo.