El monumento al portero

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Por:  Christian Martinoli

Desde hace tiempo soy uno de los principales críticos del portero Guillermo Ochoa; pero a diferencia de lo que muchos piensan, no porque haya jugado en el América, sino porque sus condiciones como arquero, para mí, no eran mejores que las de Jesús Corona.

Siempre reconocí sus grandes condiciones bajo los palos y siempre le reclamé su falta de ductilidad en el juego aéreo y el dominio del área.

Sus actuaciones en Francia representaban para mí algo normal, ya que cuando juegas en el peor equipo del campeonato es lógico que si te llegan diez veces por juego y atajas seis, no importa individualmente que te claven tres.

A Ochoa le reconozco su valor, no de ir a otro país a jugar y ganar cinco veces menos, sino de adaptarse a la vida y al idioma como uno más. A partir de ahí su estirpe como ser humano debió automáticamente crecer más allá de la cancha de futbol.

Nunca aclaró lo que un desapareado Chepo de la Torre filtró cuando tenía el agua al cuello al frente del Tricolor, aquella frase de “si no es titular ni me llames”.

Comió banca en varios eventos y desaprovechó algunas oportunidades más de encumbrarse como titular indiscutido. Parecía que la suerte le negaba triunfar definitivamente en la Selección.

Llegó Herrera, lo llamó para un amistoso contra Nigeria y gracias a sus enormes paradas le metió dudas al entrenador, que tenía como fijo en el arco nacional a Corona, el hombre que fue fundamental en la obtención del Oro Olímpico de Londres.

Luego de una novela larga y tediosa de la que muchos formamos parte, Herrera decidió que el ‘europeo’ sería quien defendería el arco más grande del país.

Contra Camerún tuvo una y funcionó perfectamente con el tiempo cumplido. Pero la húmeda e insoportable tarde de Fortaleza le tenía reservada un lugar en la sala de los próceres. Ochoa se convirtió en el baluarte azteca, el súper hombre que sacó pelotas impensadas, el elemento clave para hacer historia contra el local e imbatible Brasil. Soportó los disparos a quemarropa, eliminó con una estirada marciana un gol cantado de Neymar. Sostuvo el cero para que la escuadra del Piojo mantuviera la vertical en un choque bravísimo contra el anfitrión y ultra favorito al título.

Ochoa supo esperar y catapultó su imagen al planeta entero en 180 minutos, le calló la boca a muchos, principalmente a mí. Nunca dejaré de arriesgarme, de dar mis puntos de vista, de defenderlos, de argumentarlos, de jugármelos, porque al final nadie es dueño de la verdad.

Como tampoco me escondo para reconocer la exhibición extra normal que nos regaló el número 13 y que por momentos extendió sus alas hacia el firmamento. Si México no perdió contra Brasil fue por Ochoa, no hay más.

Felicidades a él, actuaciones como esas, siempre.