DECENA TRÁGICA

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Por José Díaz Madrigal

Aquella fue una muerte anunciada. La hora que se apalabró, sería a las cinco de la mañana del 9 de Febrero de 1913. Ese era el momento acordado entre un grupo de militares de alto rango inconformes con el presidente de la república, para dar inicio al último golpe de estado que ha sucedido en este país. El desgraciado episodio de diez días, en la historia nacional se le conoce como “La decena trágica”.

Pancho Madero, promotor de la primera fase de la revolución mexicana; convocó al pueblo a levantarse en armas el día 20 de Noviembre de 1910. Madero había recorrido gran parte de México, sobre todo los estados del norte; logrando infundir ánimo en la población, con la promesa de conducirlos a una vida mejor. Su campaña, como buen candidato, prendió y la gente depositó esperanza en él; para que vinieran cambios positivos en su modo de vivir.

Esa primera etapa de la revolución mexicana, fue relativamente corta y poco traumática en comparación con la segunda fase; sangrienta, destructiva y más larga. En algo más de seis meses del llamado a tomar las armas, hizo renunciar a Porfirio Díaz. Lo fuerte de los combates, prácticamente se localizaron en Chihuahua; con la caída de Ciudad Juárez, se dió por finalizado el antiguo régimen.

El nombre completo era Francisco Ignacio Madero González, nacido en Coahuila; proveniente de una familia de ricos mineros y hacendados. Se hizo cargo de la presidencia de la república a partir de Noviembre de 1911. Desde el principio de su mandato, el pueblo que lo apoyó; obreros y campesinos, notaron en Madero que no cumplía con lo que les había prometido. Empezó a perder el soporte de la gente humilde esperanzados al cambio.

No solo perdía sustento en el pueblo pobre, también muchos notables que lo ayudaron a derrocar el gobierno anterior, se revelaron contra Madero: en el norte, Pascual Orozco proclamó el Plan de la Empacadora, que desconocía a Madero por no llevar a cabo los proyectos que prometió; Emiliano Zapata en el sur, también desconocía a Don Pancho como presidente; llevando como estandarte el Plan de Ayala que exigía el reparto agrario que se les ofreció.

Tal cual muchos candidatos, Madero prometió, ofreció, aseguró que iba hacer y deshacer un montón de cosas. Sin embargo ya siendo gobierno, el público en general se dió cuenta que le quedó grande el saco. No cumplía con su palabra.

Los quince meses en que estuvo a cargo del ejecutivo, no logró tener al país en paz. A los ojos de la sociedad mexicana, acostumbrada a la férrea disciplina de un mandón que se acababa de ir; se engolosinó y abusó de un presidente que ya en el ejercicio de poder, proponía otra forma de gobernar. Esta propuesta nueva de Madero, no encajaba con un pueblo habituado al paternalismo, a que le llamara la atención, a que lo cuidara una gendarmería bien adiestrada y por decirlo menos, a los jalones de orejas que ordenaba el de arriba.

Mientras tanto a Madero, por falta de colmillo político el país se le descontrolaba por todos los frentes. Él mismo lo reconoció, en uno de sus últimos discursos; parecía que auguraba el desastre, echando de ver que el pueblo no estaba hecho para las sutilezas de una mano blanda; sino más bien para lo que estaba familiarizado: la mano dura.

Demasiado tarde se daba cuenta, que lo tranquilo y suave de su trabajo como gobernante, no funcionaba para un pueblo habituado al autoritarismo; lo que se ocupaba era una política de línea dura, sin llegar a la tiranía. Ya tenía con cara de enfado a una legión de militares de alta graduación, que ante tanta incapacidad, lo tacharon de blandengue.

Las cosas de plano se descompusieron, cuando varios generales se confabularon con el malintencionado embajador gringo de ese tiempo. Mutuamente no se soportaban ni Madero a Henry Lane Wilson -el diplomático- ni Wilson a Madero.

Fueron varios militares los traidores, que firmaron junto con Wilson El Pacto de la Embajada. La suerte estaba echada, Madero tenía que caer. Aquella madrugada de Febrero de 1913, 700 soldados del batallón de Tacubaya al mando del general Mondragón, cómplice de Victoriano Huerta; trataron de tomar por asalto Palacio Nacional. No lo lograron, pero dejaron un reguero de muertos; corrieron a refugiarse a un lugar llamado La Ciudadela, edificio del actual centro histórico; donde resistieron los supuestos embates del traidor Victoriano.

El general Huerta, ebrio casi todos los días; taimadamente logró engañar a Madero fingiendo como que peleaba en buena lid, para defender la legalidad. Ya que tuvo la situación convenida y arreglada con todos los traidores, a felonía sin ningún miramiento mató a Madero.

Desde entonces nació la leyenda maderista de: El Apóstol de la democracia y, dio inicio también la destructivisima segunda etapa de la revolución mexicana.