AL VUELO

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La vida marital

Por: Rogelio Guedea

Con el tiempo es inevitable que tu mujer no te conozca. O que tú no la conozcas a ellas. Con solo mirarla (o que ella te mire) innecesarias son las explicaciones, absurdas las evasivas. Mi mujer, por ejemplo, me conoce como a la palma de su blanca mano, desgastada –sí, pero tampoco tanto- por horas en el fregadero. Ni duda cabe ya. Sabe perfectamente que yo para arreglar cualquier cosa soy un desastre. Donde meto mano, desarmador o cuchillo dejo escombros, cenizas, un polvaderón. Eso explica muy bien por qué esta mañana, cuando le dije a mi mujer que me había levantado con unas ganas inmensas de arreglarle la licuadora (que tira agua por todos lados), ella salió corriendo inmediatamente de la casa a comprar una nueva.
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